viernes, 8 de marzo de 2013

Secreto de confesión

Uno de los mayores problemas a los que se enfrenta la Iglesia en la actualidad es el escándalo producido por los numerosos casos de pederastia sucedidos en su seno y de los que se ha tenido constancia en los últimos años. En muchos de ellos, el secreto de confesión es la excusa que se utiliza para justificar que no se hayan denunciado estos hechos a las autoridades civiles. Los sacerdotes confesaban su culpa pero el secreto de confesión impedía a los conocedores de los hechos delatarlos. Estimaban que el secreto de confesión prevalecía sobre el deber moral de denunciar a los culpables.

Según el Derecho Canónico, el sigilo del confesor es inviolable y el sacerdote que revela algo que sabe por medio de la confesión incurre en pena de excomunión. La legislación española prevé una dispensa por la que no podrán ser obligados a declarar los eclesiásticos sobre hechos que les hubieran revelado en confesión, frente al deber general de decir la verdad que se exige a cualquier testigo. La defensa del secreto de confesión llega hasta el punto de que si un delincuente fuese acusado por la denuncia del confesor, esa sola prueba no podría ser la única en la que un juez basase una sentencia condenatoria.

Desde un punto de vista religioso, parece lógico que si no se guarda silencio sobre lo delatado al confesor, el confesado no abrirá su corazón y no reconocerá todos sus pecados. Pero, ¿no debería tener un límite? ¿Hasta qué punto es ético ser consciente de que una persona ha cometido actos delictivos y no dar conocimiento de los mismos para evitar que vuelvan a suceder? Una cosa es confesar pecados leves y otra es que una persona reconozca, por ejemplo, que todos los domingos comete un asesinato y piensa seguir haciéndolo así, y que el confesor no delate y provoque la detención del confesado y con ello evite la muerte de futuros inocentes. El caso de la pederastia se asemeja más a este último, ¿no es inmoral no hacer todo lo posible para evitar que el agresor vuelva a cometer abusos por mucho que el conocimiento de los mismos venga a través del secreto de confesión?

Muchos sacerdotes escudan su comportamiento en las palabras de Santo Tomás: “lo que se sabe bajo confesión es como no sabido, porque no se sabe en cuanto hombre, sino en cuanto Dios”.
Pues si el confesor sólo se lo quiere contar a Dios que así lo haga, que se arrodille a rezar, pero no obra de este modo porque lo que desea es obtener perdón sin pagar por sus pecados, por lo que se lo cuenta a un confesor sabedor de que éste guardará silencio.

Es posible utilizar la doctrina de la propia Iglesia Católica para justificar los límites del secreto de confesión. Al entrar Jesús en una sinagoga con la intención de sanar a un hombre enfermo, los fariseos le preguntaron si era lícito curar en sábado (Mateo:12) Sabían que la Biblia prohibía trabajar ese día, por lo que querían dejar a Jesús en evidencia al demostrar que él incumplía esa doctrina pues curaba a los enfermos también los sábados. Jesús replicó “¿Quién de vosotros que tenga una sola oveja, si ésta cae en un hoyo en sábado, no la agarra y la saca? Pues, ¡cuánto más vale un hombre que una oveja! Por tanto, es lícito hacer bien en sábado”. Tras estas palabras curó al enfermo y se fue de allí.

Si Jesús “se saltó” la norma imperante en la época porque consideraba que la curación era una causa mayor que el deber de descanso del sábado, ¿no deberían los sacerdotes de la era moderna anteponer la denuncia al pederasta al sigilo impuesto por el secreto de confesión?

A veces es necesario romper el silencio y revelar un secreto, porque también hay que hacer el bien los sábados.