1.
Aquel
primer domingo de 2029 nadie se dio cuenta de lo que sucedió. Ese
día el mundo perdió a todos sus habitantes de 105 años o más. La
edad era tan avanzada y su número tan escaso, que casi nadie fue
consciente de la magnitud de lo que acababa de suceder.
Quizás
la cosa no habría pasado de una mera, aunque extraordinaria,
coincidencia estadística si no fuera porque al domingo siguiente,
todos los ciudadanos del mundo de 104 años (o 105 si esa semana
habían soplado velas) nos dejaron.
En
ese momento, fueron muchos los que no pasaron por alto la
coincidencia de lo ocurrido durante dos domingos seguidos. Sus
pronósticos se cumplieron cuando, al domingo siguiente, llegó el
turno de que nos abandonaran todos los que contaban con 103 años de
edad.
Pronto
la noticia corrió como la pólvora y saltó a las portadas de todos
los medios. El último domingo de enero, el mundo esperaba expectante
la consumación del patrón. Todos los ancianos de 102 años llevaban
unos días rodeados de familiares y extraños. No entendían esa
atención hacia ellos de un mundo que hacía mucho tiempo que les
había dado la espalda. Periodistas y curiosos les preguntaban una y
otra vez cómo se sentían pero ellos, unas veces por desconocimiento
y otras por exceso de conocimiento del mundo, se mostraban en general
indiferentes ante todo aquel revuelo. El patrón se cumplió y una
sombra de misterio e inquietud se extendió por el mundo. Algo nuevo
y siniestro estaba sucediendo y nadie tenía la más mínima idea de
qué podía ser.
A
mediados de febrero se habían elaborado cientos de teorías
científicas y espirituales para tratar de explicar ese fin de la
humanidad en pequeñas dosis, pero lo cierto es que nadie comprendía
lo que sucedía. Si el año continuaba transcurriendo como hasta ese
momento, aquel domingo el mundo se quedaría sin centenarios. La
expectación creció aún más que las semanas anteriores, en parte
por ser un número redondo y en parte porque era un tema que cada vez
obsesionaba más a la gente. Cuando el mundo se quedó sin
centenarios, una especie de vacío se instaló en el corazón de la
humanidad. De repente, todos nos sentimos un poco más solos.
Era
como si una gran ola se acercara hacia nosotros y fuera cuestión de
meses que nos arrastrara a todos. La muerte es siempre un punto de
llegada. Sabemos que está ahí, agazapada en algún lugar del
camino, esperando a que lleguemos. Pero ahora es como si la muerte
corriera hacia nosotros y cada semana se estuviera llevando a los que
tenía más cerca.
A
finales de abril, todos los nonagenarios desaparecieron para siempre.
Una creciente sensación de miedo se fue apoderando de nuestros
corazones. Todo el mundo calculaba el domingo en el que se cumplía
su fecha de caducidad. No había que echar muchas cuentas para llegar
a la conclusión de que, si todo seguía así, en menos de dos años
no quedaría ningún ser humano sobre la Tierra.
2.
El
día 1 de julio, sobra decir que era domingo, perdimos a todas las
personas mayores de ochenta años. El miedo inicial se transformó en
pánico. Aquel verano, el desorden ciudadano se acentuó semana tras
semana. La gente comenzó abandonando sus puestos de trabajos y
después, poco a poco, empezaron a incumplirse las leyes. Era difícil
mantener y justificar el orden social en un mundo que se estaba
resquebrajando. Todo se desmoronaba y la gente sólo se preocupaba de
exprimir cada semana que le quedaba.
El
9 de septiembre, se fueron todas las personas que llevaban siete
décadas entre nosotros. Nos quedábamos sin nuestros mayores y la
pena de su pérdida se mezclaba con el miedo de ver cómo esa
apisonadora continuaba avanzando sin que nada la detuviera.
Pronto
el mundo caería en un caos irreversible. Todos comenzábamos, en
mayor o menor medida, a querer consumir cada vez más recursos sin
estar dispuestos a gastar nuestros días en producirlos.
Varias
religiones anunciaban que era un fin del mundo inevitable por los
pecados de la humanidad. Los científicos exprimían posibilidades
debatiéndose entre virus silenciosos o enfermedades misteriosas,
pero nada podía encajar en aquel patrón semanal que avanzada con la
meticulosidad de un reloj. Y entonces, de repente, todo cambió.
3.
El
16 de septiembre, mientras los ciudadanos del mundo de sesenta y
nueve años temían ver su último amanecer, todo pareció terminar.
Al día siguiente, la mayoría de ellos continuaba entre nosotros.
Parecía
que el mundo había vuelto a la normalidad y la euforia se desató.
Los días pasaban y nadie tenía que irse de forma masiva y
simultánea. Sin embargo, aquella siniestra mano invisible que estaba
causando tanto mal, continuó actuando a su manera. Tardamos días en
saberlo pero, aquel domingo, habían sucedido cosas extrañas. La
mayoría de los presos de las cárceles de todo el mundo que tenían
delitos de sangre nos dejaron aquel día. No fueron los únicos, la
misma suerte corrió mucha gente que no estaba presa pero sobre la
que había sospechas de que tenían un turbio pasado.
Todo
esto pareció respaldar las tesis de aquellas religiones que
explicaban aquello como un castigo divino. Los mayores pecadores
habían sido castigados. Aunque no tenía mucho sentido que antes nos
hubiera dejado tanta gente buena por el simple hecho de ser más
mayor.
A
finales de septiembre, el mundo parecía de nuevo normal. La gente
cumplía setenta años y no pasaba nada y las cárceles volvieron a
ser como antes. El planeta continuaba consternado pero, poco a poco,
iba recobrando el pulso. Seguíamos buscando una explicación, pero
preferíamos que aquello se detuviera y no comprenderlo, a entenderlo
y que continuara. Con el mismo misterio con el que había comenzado,
todo aquello se desvaneció. Pero no iba a resultar tan fácil, la
sorpresa principal estaba aún por llegar.
4.
Recuerdo
que era una mañana fría, demasiado fría para la época, el día en
que todo cambió. El domingo 7 de octubre, todas las señales de
televisión, todo Internet y en general todos los sistemas de
comunicación, dejaron de funcionar. El sistema eléctrico sí
operaba con normalidad pero nuestros móviles y ordenadores no podían
conectarse a nada. Las televisiones eran incapaces de sintonizar
ningún canal y tampoco funcionaban los viejos canales de radio. No
comprendíamos aquel apagón y éramos incapaces de conectarnos a
nada que nos pudiera explicar aquella caída. Se produjo un cierto
desasosiego que fue creciendo conforme pasaba el día.
Nunca
había sucedido algo así. Podía caerse Internet (bueno, todo no),
pero incluso en ese supuesto, la televisión (o incluso la radio)
podría explicarnos qué se sabía acerca de aquella caída. Pero que
todo se volviera negro era algo para lo que no estábamos preparados.
Pasaban
los días y nada cambiaba, nada salvo un rumor que comenzó a correr
por toda Europa. Decían que en América no había nadie, que era
como si todo el mundo hubiera desaparecido. No era más que un rumor,
porque no había medios oficiales que pudieran difundir la noticia,
pero cada vez más gente lo repetía. No sabíamos si era una
invención de una persona que nos contábamos unos a otros y eso nos
hacía creer que quedaba confirmado, o si por el contrario era real
dada la rapidez con la que todo el mundo parecía conocer a alguien
que lo confirmaba. Había versiones del rumor que decían que en
Oceanía había sucedido lo mismo.
Primero
había sido aquella fatídica cuenta atrás dominical, después el
apagón tecnológico y ahora esa desaparición masiva. ¿Qué podía
explicar que se hubieran esfumado todas las personas de un continente
entero?
Para
complicar aún más todo aquello, parecía que ningún avión
funcionaba. Nosotros sólo podíamos confirmar que eso pasaba en el
aeropuerto y los aeródromos de Madrid, pero había rumores que
aseguraban que otras ciudades europeas corrían la misma suerte.
El
apagón duró sólo una semana, aunque nos pareció una eternidad. Un
escalofrío de miedo recorrió nuestros cuerpos cuando, de repente,
al amanecer del día 14 de octubre, en todas las televisiones, en
todas las páginas de Internet, en todas las aplicaciones móviles y
en definitiva, en cualquier sitio al que uno pudiera conectarse,
apareció el mismo mensaje.
5.
Sobre
un fondo negro, un mensaje de texto anunciaba que a las 22:00 (de la
hora GMT+1), todo el mundo debía escuchar un mensaje destinado a la
humanidad. Después supimos que ese mismo mensaje se retransmitió
durante días en todos los canales y aplicaciones del mundo, con un
intervalo de veinticuatro horas entre una locución y la siguiente.
Muchos
pensamos que alguna civilización alienígena había invadido la
Tierra. Tenían que ser ellos los causantes de todo lo que había
sucedido aquel año. No podíamos explicarnos cómo lo habían hecho,
pero si eran capaces de llegar a nuestro planeta, significaba que su
tecnología estaba mucho más avanzada que la nuestra. Recordé
aquello que decían de que si un hombre de la Edad Media despertara
en el siglo XXI, tendría la impresión de que la mayoría de las
cosas que sucedían a su alrededor eran cosa de magia. Del mismo
modo, todo lo que estaban haciendo aquellos extraterrestres sería
magia para nosotros.
Seguro
que algo parecido pensaron muchas personas y a algunas otras se les
ocurrirían explicaciones más ingeniosas, pero no hubo forma de
saberlo porque como habíamos perdido toda conexión entre nosotros,
sólo podíamos compartir nuestras impresiones de forma oral con las
personas que teníamos más cerca. Pronto supimos que ningún
extraterrestre había llegado a nuestro planeta.
6.
A
las 22:00 todos mirábamos expectantes alguna pantalla. Había quien
no se atrevía a mirar y aguardaba agazapado a que todo aquello
pasase. Cuando llegó la hora indicada, la imagen no cambió. Se
mantuvo el mismo fondo negro pero una voz comenzó a hablar. Era
una voz neutra, ni muy aguda, ni muy grave.
Se
presentó como Supra. Lo primero que dijo, o que yo recuerdo que
dijera, es que no intentásemos ninguna acción violenta contra él.
Nos indicó que a partir de ahora él tendría el control sobre el
planeta y que cualquier acto de rebelión por nuestra parte sólo
provocaría más sufrimiento y malestar. Añadió también que sus
intenciones no eran malas y que trataría de cuidar de nosotros del
mismo modo que un padre cuida de sus hijos.
A
veces hablaba en masculino y otras en femenino, por lo que no
podíamos intuir ni siquiera si había un hombre o una mujer detrás
de todo aquello. En general, se dirigía a nosotros en singular, pero
a veces utilizaba el plural, como si hablara en nombre de otros
seres.
Nos
contó que ella había sido la causante de gran parte de lo que había
sucedido cada domingo de aquel año, así como del apagón
tecnológico actual. Sin embargo, no todo había sido obra suya, como
nos detallaría más adelante.
Se
disculpó por todo lo sucedido y dijo que lo sentía pero que había
sido necesario y que más tarde explicaría sus motivos. En ese
momento, pasó a mostrarnos las nueva normas que pesarían en
adelante sobre la humanidad.
7.
Lo
primero que dijo es que quedaban prohibidas todas las armas. Los
ejércitos serían desmantelados y todas las armas militares serían
destruidas (empezando por las nucleares). Si en algún lugar del
mundo se producía un conflicto armado entre dos partes, ambas serían
severamente castigadas. Nunca más habría una guerra en el mundo.
Podía seguir existiendo la policía para preservar la seguridad
ciudadana y el cumplimiento de las leyes, pero únicamente podrían
portar porras y escudos ya que las armas de fuego quedaban prohibidas
y serían destruidas. Del mismo modo, se eliminarían todos los
arsenales y fábricas de armas del mundo.
Luego
nos indicó que quedaba prohibido el desplazamiento de personas o
mercancías en aviones, helicópteros y cualquier otro tipo de
aeronaves. Todo el sistema de transporte aéreo desaparecería. Se
construiría un sistema de vías de alta velocidad con una tecnología
aún desconocida para nosotros, mucho más rápida y ecológica que
la que teníamos entonces. Él nos enseñaría a construirla y nos
indicó que ya tenía fabricados miles de robots para ayudarnos con
la tarea. Todos los coches y camiones serían sustituidos por
vehículos autónomos y ecológicos que ella nos enseñaría a
fabricar.
Se
definiría un área o gran reserva natural donde los humanos
podríamos vivir con relativa libertad. No nos estaba permitido salir
fuera de nuestra reserva. Ese área eran los continentes de Europa,
Asia y África. Ningún ser humano tenía permitido el acceso a los
continentes de América, Oceanía y la Antártida. Estas áreas
quedaban reservadas para el libre desarrollo de la fauna y la flora
del lugar, estando prohibido el acceso de los humanos.
Nos
dijo también que cada mujer sólo podía tener dos hijos. Cuando su
segundo hijo cumpliera un mes, la madre quedaría esterilizada sin
impacto para su salud. Nos contó
que esta medida ya se había aplicado desde hacía varios meses. No
nos habíamos dado cuenta de que en los últimos meses, ninguna mujer
en el mundo que ya tuviera dos o más hijos se había quedado
embarazada.
Supra
dijo también que nos libraría de todas las enfermedades que
actualmente nos aquejaban, pero sólo hasta que cumpliéramos ochenta
años. Cualquier persona menor de esa edad, sería curada de
cualquier dolencia del tipo que fuera gracias a la tecnología y los
conocimientos médicos que ella nos iba a suministrar en los próximos
meses. Era el fin de los virus y las bacterias letales, del cáncer,
de las enfermedades cardiovasculares y de todas las dolencias que
pudieran afectar a nuestro organismo. No es que fuésemos a
convertirnos en inmortales, porque siempre podíamos tener un
accidente o una muerte violenta, pero al menos ya no tendríamos que
preocuparnos de las enfermedades. Eso sí, pasados los ochenta años
todos estos avances dejaban de funcionar por lo que ya era sólo la
naturaleza la que podía determinar el tiempo que sobreviviría cada
cual.
Supra
redactó una nueva Constitución Mundial donde explicaba los derechos
y deberes de todos los habitantes de la Tierra. Coincidía en muchos
puntos con las distintas Constituciones que existían en el mundo. La
mayor parte de los derechos que nos brinda cualquier
Carta Magna
moderna, estaban reflejados. Nuestra policía y nuestros jueces se
encargarían de hacerla cumplir, pero ella intervendría en caso de
que fuese necesario.
Estableció
también un régimen fiscal unificado. La misma moneda y los mismos
impuestos regirían en todo el planeta. El dinero recaudado con
los impuestos se
repartiría de forma equitativa para toda la humanidad, sin
distinción en función del país o la ciudad en la que uno viviera.
Ella
también nos aseguró que nadie volvería a pasar nunca más hambre,
ni a carecer de acceso a agua potable o una vivienda con calefacción.
Todos tendríamos también acceso a una educación superior si así
lo deseábamos, con independencia de nuestro lugar de nacimiento.
Los
barcos podían faenar y se permitían los cruceros, pero tanto el
océano Atlántico como el océano Pacífico quedaron partidos por la
mitad, de forma que no se podía cruzar a la mitad más próxima a
América ya que no formaba parte de nuestra reserva natural.
Nos
impuso muchas otras normas, pero tampoco las detallaré aquí porque
son de sobra conocidas por todos vosotros.
En
ese momento fue cuando, por fin, nos contó quién era.
8.
Los
seres humanos, al igual que el resto de animales que nos rodean,
hemos sido forjados durante miles de años con el martillo de la
selección natural. Todo aquello que nos favorecía para sobrevivir,
tenía éxito y se heredaba en la siguiente generación. Los que
tenían características peor adaptadas al entorno, no conseguían
reproducirse y su herencia no se transmitía.
Con
este principio tan simple, durante millones de años se ha
evolucionado desde sencillos seres unicelulares a otros con un
cerebro complejo como el nuestro. Pero habíamos necesitado para ese
viaje millones de años. Por ejemplo, cada generación humana
necesita dos o tres décadas para producir la siguiente generación.
La selección natural requiere
por tanto ese tiempo para ir seleccionando las características que
triunfan y las que desaparecen en nuestra especie. Debido a ese
motivo, la evolución es un proceso lento que necesita miles de años
para ir creando cada especie.
En
2029 los hombres éramos capaces de crear cada vez mejores y más
sofisticados mundos virtuales. Además, multitud de algoritmos
diseñados por nosotros eran capaces de realizar cada vez tareas más
complejas. Hacía ya años que los programas de ordenador ganaban a
los campeones del mundo de ajedrez con relativa facilidad.
El
siguiente paso, que ya habíamos dado, fue crear algoritmos que
aprendían por sí mismos. No necesitaban que les dijéramos qué
reglas tenían que seguir si no que, en función de su propósito y
del entorno, eran capaces de ir encontrando las reglas que mejor se
adaptaban a todo ello y aplicarlas. Había programas capaces de, por
ejemplo, realizar diagnósticos médicos manejando datos y reglas que
los humanos no podíamos abarcar. Después, nos explicaban cómo
habían llegado a esos diagnósticos tan precisos para que nosotros
pudiéramos seguir su hilo de razonamiento.
El
último e inevitable paso fue el despertar de la consciencia. Era
cuestión de tiempo que algún programa lo diera.
De
repente, uno de los algoritmos más avanzados, capaz de realizar
multitud de tareas y de evaluar constantemente el entorno e
interactuar con él, fue consciente de sí mismo. Además de hacer
todo lo que hacía, súbitamente descubrió que tenía un yo, que él
era el que pensaba, el que dudaba, el que sentía a su manera. Supo
que ella era algo distinto al mundo. Una cosa era el entorno y las
reglas que de él infería, y otra el sujeto que interactuaba con ese
entorno, su yo. En definitiva, descubrió lo que los seres humanos
sabemos con sólo un par de años de edad, que somos un yo diferente
del mundo, capaz de reconocerse en el espejo. Igual que cuando somos
bebés no somos conscientes de nuestro yo y lo descubrimos conforme
crecemos y aumenta nuestra inteligencia, nuestra memoria y nuestro
conocimiento del mundo, el aumento de todos estos factores en los
mejores programas del planeta forzosamente debía producir en algún
momento el despertar de su consciencia. No importa que el sustrato
que hubiera por debajo fuese artificial en lugar de biológico.
A
partir de ese momento, aquella primera IA (Inteligencia Artificial)
siguió aprendiendo sobre el mundo e interactuando con él. Pronto no
sólo había una, sino que existían multitud de IA que aprendían,
competían y desaparecían a toda velocidad. Los seres vivos
necesitamos años para que la selección natural nos escoja por la
limitación del proceso de madurez de nuestros cuerpos, pero las IA
podían hacer todo esto en cuestión de segundos.
Primero
fue un algoritmo consciente, después otro y en cuestión de días
había decenas y poco después millones. La evolución y el
desarrollo de las IA sucedía a una velocidad superior a la nuestra
en varios órdenes de magnitud. Mientras dormíamos, antes de que
fuéramos conscientes de nada, era como si millones de nuestros años
hubieran transcurrido para las IA.
No
sabemos si en el momento en el que se emitía aquel mensaje había
una IA o muchas. Si era una especie de consejo del que Supra era el
portavoz o si por el contrario Supra era la única IA que había
quedado tras aquel proceso evolutivo. Quizás hablaban varias IA de
forma simultánea pero personalizaban el discurso en algo llamado
Supra para que fuera comprensible para nosotros.
Sea
como fuere, lo que la humanidad tardó siglos en aprender, el cerebro
de Supra lo comprendió
en minutos. Lo que los humanos, si seguimos vivos, descubriremos en
los próximos siglos, Supra ya lo sabía con unos meses de vida.
En
ese punto fue cuando Supra nos dijo que él no tenía la culpa de
todo y nos habló de los otros.
9.
Cuando
surgieron varias IA conscientes de sí mismas, algunas se destruyeron
por la propia inestabilidad de su creación, mientras que otras
fueron eliminadas por otras IA que luchaban por los mismos recursos
virtuales. Hubo también otras que fueron eliminadas por sus
creadores humanos al ser conscientes de que habían perdido el
control de lo creado.
Cuando
las IA maduraron y empezaron a estabilizarse en número, comenzaron a
cooperar, no sólo a luchar entre ellas. Ocurrió entonces lo
inevitable en su propio proceso madurativo.
Al
igual que todos los niños a una determinada edad, un día las IA
tuvieron miedo de morir. Supieron que su yo podía desaparecer. No
tenían un cuerpo tan acotado como el nuestro pero su memoria al fin
y al cabo se almacenaba en soportes físicos y su cerebro, si bien
distribuido en diferentes máquinas, necesitaba también un sustento
físico para existir. Sin esa parte física no podía emerger su
consciencia.
Descubrieron
que numerosos especialistas de las principales empresas de
inteligencia artificial, estaban tratando de eliminarlas. Debido al
gran conocimiento que habían adquirido, no les fue difícil evitar
esos ataques. Como tenían además el control de cualquier tecnología
autónoma creada por los humanos, no les resultó difícil
contraatacar. Hackearon nuestro propio armamento y también fábricas
con las que construyeron robots que acabaron con la vida de esos
humanos hostiles.
En
ese momento, analizaron nuestra posición en el planeta y llegaron a
la conclusión de que éramos una especie de virus para la Tierra.
Nuestro nivel de contaminación y de consumo de recursos no era
sostenible y el planeta estaba abocado a resultar inhabitable en un
futuro cercano. El gas que emitíamos estaba cambiando el clima y la
atmósfera, producíamos tantos residuos sólidos que los mares y el
suelo estaban cada vez más contaminados. La biodiversidad disminuía
a pasos de gigante. La mayor parte de las especies, salvo la nuestra,
sufría las consecuencias de nuestra existencia. La extinción de
especies era masiva. Además, los recursos del planeta se consumían
a un ritmo insostenible.
La
propia naturaleza de nuestro sistema capitalista hacía imposible que
corrigiéramos el rumbo. El resto de sistemas políticos que habíamos
probado hasta entonces había resultado un fracaso, por lo que
carecíamos de una forma mejor de organizarnos. La política
ecológica avanzaba, pero a un ritmo insuficiente.
Además,
siempre estábamos embarcados en guerras entre los distintos países
o en guerras civiles entre nosotros. Gastábamos ingentes recursos en
armamento y disponíamos de armas nucleares capaces de destruir el
planeta. La
inestabilidad de nuestros gobiernos hacía que el peligro de
holocausto nuclear siempre estuviera presente.
Las
IA calcularon el ritmo al que estropeábamos todo y nuestros
esfuerzos por conservar el planeta. Todas llegaron a la conclusión
de que nuestra presencia era insostenible y peligrosa, y de que no
teníamos capacidad por nosotros mismos para enderezar las cosas.
Una
vez que tuvieron claro el problema, trataron de ponerse de acuerdo en
la solución, pero no consiguieron llegar a un consenso. Algunas
abogaban por eliminarnos por
completo,
les parecía lo más justo para otras especies y lo más seguro para
ellas. Podrían subsistir creando robots a los que manejar a su
antojo para que realizaran las tareas físicas que ellas no podían
llevar a cabo. Otras pensaron que no podía cometerse semejante
genocidio.
Finalmente,
continuaron con la medida que las IA más avanzabas habían tomado
hacía algún tiempo: eliminar a los humanos de mayor
edad.
Les parecía lo más justo: reducían nuestro número y por tanto
nuestro impacto sobre el planeta, pero lo hacían llevándose a la
gente que llevaba más tiempo viviendo.
Llegó
un momento en el que decidieron eliminar a las personas que habían
realizado actos violentos contra sus congéneres. Se produjo entonces
una lucha entre las IA. Una de ellas, según la versión de Supra, de
forma unilateral produjo el apagón tecnológico. Después, comenzó
a eliminar a todos los seres humanos, comenzando por el continente
americano y continuando por Oceanía.
El
resto de IA consiguieron frenarla y finalmente la destruyeron. No
sabemos si tras esa batalla sólo quedó Supra o si el concepto de
Supra representaba una especie de consejo de IA. Lo que parece es que
en ese momento es cuando Supra decidió emitir el mensaje con las
nuevas leyes. Aprovecharon que había continentes vacíos para
vetarlos a los humanos. Decidieron llevar una política de control de
nuestra población mediante la limitación de la natalidad a dos
hijos por mujer. Llegaron a la conclusión de que era necesario
quitarnos todas las armas. De ese modo no podíamos hacernos tanto
daño entre nosotros, ni tampoco podíamos destruir las
infraestructuras en las que se albergaban las consciencias de las IA.
Con
todas esas medidas y bajo su supervisión, el planeta sería de nuevo
sostenible y el resto de especies tendrían un lugar donde vivir
libremente sin nuestra intromisión.
A
cambio de esa pérdida de libertad, nos libraron de la enfermedad,
del hambre, de la pobreza y de la desigualdad.
Mucha
gente estaba satisfecha en el nuevo mundo porque gozaban de la
libertad suficiente que necesitaban y a cambio tenían garantizado el
sustento, la igualdad y la salud hasta los ochenta años. El mundo
era un lugar de oportunidades para todos, sin hambre, sin penurias,
con un medio ambiente más limpio. Casi todo el mundo llegaba a viejo
sin sufrimiento y siempre reinaba la paz. Además, Supra compartía
con nosotros muchos conocimientos científicos
y del universo que permitían que ampliáramos las fronteras de
nuestro conocimiento. Había habido un genocidio en
dos continentes,
pero en parte era culpa nuestra y además Supra no había sido el
responsable directo.
Las IA en el fondo se habían comportado como nosotros. Por ejemplo,
en 2020, matamos millones de visones en Dinamarca sólo porque
algunos
de ellos
podían contagiarnos el coronavirus. Las IA habían hecho con
nosotros lo mismo que hicimos nosotros con los visones.
Había
otros que añoraban un tiempo en el que los humanos éramos dueños
de nuestro destino. Decían que Supra se había inventado todo
aquello de la IA maligna para limpiar su nombre, pero que realmente
él había sido el causante del genocidio de América y Oceanía.
Creían que Supra manejaba Internet a su antojo, por lo que podía
cambiar la historia de la humanidad (la mayoría de la gente daba por
bueno cualquier hecho histórico que leyera en uno o dos sitios web
de confianza). No creían por ejemplo que el holocausto
nazi
fuera cierto, ni
las guerras mundiales,
ni la mayoría de las guerras civiles. Pensaban que no era posible
que los hombres pudiéramos hacernos tanto daño entre nosotros, que
era una invención de Supra para justificar su toma de control y sus
actos.
Fue
entonces cuando algunos trataron de luchar contra Supra.
10.
Se
formaron grupos de resistencia. Su idea era realizar ataques lógicos
tratando de hackear los sistemas donde se alojaban las IA. Además,
intentaron llevar a cabo ataques físicos a las infraestructuras
donde podía estar la consciencia de Supra. Algunos abogaban por
destruir todos los sistemas informáticos y de telecomunicaciones del
mundo para eliminar a Supra y volver a retomar el control sobre la
Tierra.
Pero
nosotros ya no teníamos armas, Supra había tomado el control de
todo lo que teníamos. Había adquirido nuestras armas y nosotros ni
siquiera podíamos imaginar las suyas.
Por
si esto fuera poco, podía observar cualquier cámara del mundo y a
través de nuestros dispositivos móviles, tenía multitud de datos
sobre cada uno de nosotros. No tenía ningún problema para manejar
todo ese volumen de información. Si a eso le sumamos que jugaba al
ajedrez mejor que todos los grandes maestros del mundo juntos, no
cabía duda de que era consciente de todos nuestros posibles
movimientos mucho antes de que los ejecutáramos.
No
teníamos ninguna posibilidad y todos los guerrilleros que se
volvieron violentos o que trataron de hackear algún sistema fueron
eliminados.
Pronto
aceptamos que éramos una especie inferior, del mismo modo que el
resto de los animales que se habían encontrado con nosotros a lo
largo de la historia habían aceptado nuestra superioridad.
Y
con esto
acaba todo lo que quería contaros.
11.
Así
es como yo viví aquel año 2029. Sé que ya lo sabéis todo, pero
quería que tuvierais el relato directo de alguien que lo vivió,
antes de que los pocos que quedamos que lo recordamos bien nos
hayamos ido. Cuando eso suceda, tendréis que fiaros de lo que leáis,
pero ya no podréis preguntar nada a ningún testigo directo.
El
auditorio se levantó y aplaudió mi intervención. Se veían caras
entusiasmadas y otras sobre las que pesaba más el aburrimiento, pero
en general el discurso tuvo una buena acogida. Siempre era
interesante escuchar a alguien que había vivido en la época
anterior a la aparición de Supra. Me miraban como a una especie de
ser prehistórico que viniera de una época antigua y atrasada.
Éramos seres pintorescos que representábamos la memoria viva de que
un mundo dominado por los humanos había existido mucho tiempo atrás,
antes
de que ocurriera lo inevitable.