jueves, 29 de noviembre de 2018

El espejo


Cuando un gato se mira por primera vez frente a un espejo, se asusta al ver otro gato en él. Luego intenta tocarlo con la pata, se asusta de nuevo al ver que el otro gato también levanta la pata y vuelve a huir. La duda que a uno le queda es si el gato se está dando cuenta en algún momento de que es él mismo o, como todo parece indicar, siempre piensa que es otro gato que está enfrente.

Para solucionar esta duda se ideó el test del espejo. Mientras el animal duerme se le hace una marca por ejemplo en una de sus mejillas. Cuando despierta y se mira en el espejo, si el animal se toca su propia cara o trata de girar su cara para mirar mejor qué es esa extraña marca, significa que se está reconociendo a sí mismo. Si por el contrario ignora la marca por completo o trata de tocarla, pero no en su cara sino en el espejo (creyendo que la marca la tiene el animal de enfrente), indica que no se reconoce a sí mismo.

Esta prueba ha sido criticada ya que se basa en parámetros humanos (un perro tiene una vista peor que la nuestra pero un sentido del olfato muchísimo mejor, por lo que quizás para ellos habría que hacer algún tipo de prueba olfativa). Sin embargo, es una buena prueba para medir la inteligencia de algunos animales, ya que para pasarla es necesario tener un cierto conocimiento de uno mismo, ser conscientes de que somos un yo distinto del resto del mundo que nos rodea. Esa autoconsciencia es una condición necesaria para poder tomar decisiones al margen de nuestros instintos. Implica libertad, responsabilidad por nuestros actos y también miedo, porque al saber que somos un yo distinto del resto del mundo vemos el destino de todos nuestros iguales y somos conscientes de nuestra muerte.

Chimpancés, orangutanes, gorilas y elefantes son algunas de las especies que superan la prueba. Los seres humanos también la superamos, pero sólo a partir de un año y medio o dos años. Un niño de un año suele creer que la marca la tiene el niño del espejo, aún no es consciente de sí mismo, de que es algo diferente del resto del mundo.

Cada vez hay más juguetes electrónicos que aprenden y se puede considerar que poseen cierta inteligencia, pero aún están muy lejos de superar la prueba del espejo (salvo que se les programe expresamente para ello). La inteligencia artificial que nos rodea (ya sea el asistente personal del móvil que recibe nuestras ordenes por voz, o un programa ideado por un programador) aún no ha llegado a ese punto de autoconocimiento. Ningún programa ha logrado todavía tener consciencia de sí mismo y descubrir que es algo distinto del resto del mundo.

Sin embargo, es probable que esto se logre en algún momento. Llegará el día en que haya por el mundo virtual montones de consciencias artificiales descubriéndose a sí mismas y actuando con cierta libertad. ¿Qué aprenderán? ¿Qué decidirán? ¿Qué harán con nosotros cuando sean más inteligentes y tomen el control de todo aquello que está conectado? ¿Qué medida tomarán si estiman que estamos destruyendo el planeta que es también su hábitat?

Muchos programadores pueden desarrollar multitud de inteligencias artificiales y, a su vez, estas inteligencias artificiales pueden crear otras. Pueden desarrollar también el mundo artificial que rodeará a dichas inteligencias. Como en la película Matrix, se puede idear un mundo en el que cada inteligencia artificial crea vivir.

Dicen que es más probable que en realidad cada uno de nosotros seamos inteligencias artificiales viviendo en un mundo virtual, que seres humanos reales. Si echamos cuentas de los billones de inteligencias artificiales que se pueden crear en los próximos siglos, por pura estadística es más probable que seamos una de ellas creyendo vivir en este año, que un ser humano que realmente vivió en este año.

Si un programador tuviera que crear un mundo virtual para las inteligencias artificiales que creen vivir en él, tendría que definir muchísimas cosas. Numerosas leyes físicas, un espacio exterior inmenso y un sinfín de pequeñas partículas. Si los seres virtuales se pusieran a investigar, cada vez con mayor ahínco, cada partícula pequeña de qué está compuesta, es posible que el programa tendiera a ser infinito.

El estudio de lo más pequeño es lo que los físicos llaman mecánica cuántica. En ese mundo, las leyes de la física no se parecen en nada a lo que estamos acostumbrados. Por ejemplo, si en una pared hacemos un par de orificios y tiramos una piedra, la piedra pasará por uno de los dos agujeros o chocará con la pared. En mecánica cuántica, si se lanza una partícula muy pequeña en un experimento similar, sucederá algo asombroso: la partícula pasará por ambos orificios. Si en alguno de los orificios ponemos algún tipo de sensor entonces sí podremos contar cuántas pasan por cada agujero, pero si no lo medimos, la partícula siempre pasa por ambos, como si fuera ondas de luz.

En ese pequeño mundo no se puede tampoco conocer la posición y la velocidad de las partículas por completo. Si queremos medir hacia dónde se desplaza no tendremos ni idea de su posición y, al contrario, al medir la posición no sabremos la velocidad. La posición no es de hecho algo fijo sino una nebulosa de posiciones posibles cada una de ellas asociada a una probabilidad.

Es como si el mundo cuántico no estuviera fijado, sólo es un conjunto de posibilidades que no se concreta hasta que no se mide. Una partícula no está aquí o allá, está en ambos sitios con una cierta probabilidad asociada.

Quizás es la solución del programador a su problema de las definiciones infinitas. Ha creado un mundo virtual hasta un determinado punto y, a partir de ahí, lo ha dejado sin concretar. Sólo cuando alguien le pide un valor, se lo asigna en ese momento.

Puede que simplemente nuestro mundo sea así o tal vez puede que eso signifique que estamos descubriendo que en realidad habitamos un mundo virtual. Estamos llegando a los límites que ideó el programador. Quizás nos estamos mirando en el espejo como consciencia colectiva y hemos descubierto la marca en nuestra mejilla.

jueves, 8 de noviembre de 2018

Estados Unidos del Mundo


Hoy es el gran día. Se ha firmado el Tratado por el que todo el mundo se une en un solo país: Estados Unidos del Mundo. Quedaban algunos estados reticentes, pero hoy por fin todos se han sumado al acuerdo.

Tras décadas de globalización, los seres humanos han sido conscientes de que todos son ciudadanos del mismo mundo. Los países eran sólo la versión moderna y amplificada del concepto de tribu. “Mi tribu tiene una identidad y unos recursos, mi tribu comercia con tu tribu, mi tribu lucha contra tu tribu”. En realidad, todos los seres humanos formamos una única tribu. Las fronteras son líneas arbitrarias que cada vez cuesta más definir qué separan. En un mundo globalizado, las lenguas, las costumbres, los gustos… la forma de ver el mundo, en definitiva, es muy similar con independencia de la frontera que cruces.

A partir de hoy no habrá fronteras. Los diez mil millones de ciudadanos del mundo tendrán un Documento de Identidad que les identificará en cualquier rincón del planeta. Podrán moverse libremente por todo el globo terrestre. Todas las personas serán libres de establecerse allá donde deseen y el lugar de nacimiento no será más que una anécdota biográfica.

Todos los países siempre han aspirado a regirse por democracias libres, protegidas por Constituciones que tienen mucho en común. La mayoría están de acuerdo en los mismos derechos fundamentales y en similares reglas de juego, y aquello en lo que se discrepa se puede votar democráticamente. A partir de hoy, todo el mundo tendrá los mismos derechos y las mismas obligaciones, amparados por la Constitución Mundial que se ha aprobado en referéndum por mayoría de los habitantes del planeta.

Las leyes que gobiernan a los ciudadanos y a las empresas serán las mismas en todos los lugares. Los impuestos que gravan aquello que consumimos o nuestros salarios también serán independientes de la ciudad que habitemos, y servirán para garantizar una sanidad y una educación pública y universal. Habrá también derecho a una pensión de jubilación y a un seguro de desempleo, según lo convenido en los tratados firmados.

El Congreso Mundial gobernará el mundo y tendrá sede inicial en Washington durante dos años, teniendo a partir de entonces carácter rotatorio bienal entre las principales ciudades de los distintos continentes. Los Ministerios Mundiales se repartirán entre los diferentes continentes, de forma que todos ellos acojan uno o varios ministerios. El Ministerio de Asuntos Exteriores no será necesario a partir de ahora.

El Congreso Mundial se elige cada cuatro años con el voto de todos los ciudadanos del mundo mayores de edad. Pueden presentarse tantos partidos políticos como deseen y todo el mundo es libre de pertenecer a uno de ellos. Ningún partido político podrá proponer medidas orientadas únicamente a favorecer ciertas ciudades o regiones del globo (del mismo modo que no se pueden proponer medidas para favorecer ciertas religiones, razas o sexos). Todos los partidos llevarán en sus programas (y estarán obligados a implementar) medidas que afecten a todos por igual.

El Congreso Mundial dictamina leyes a nivel global, si bien cada ciudad tendrá un gobierno municipal con cierto nivel de independencia, con las competencias descritas en la Constitución Mundial.

El ejército se reducirá a su mínima expresión porque ya no habrá nunca más guerras entre países. Se conservará algún arma de largo alcance (por si por ejemplo un día es necesario lanzar un misil con cabezas nucleares contra un asteroide que va a impactar contra la Tierra), pero ya no será necesario que cada país cuente con un ejército (tanques, aviones de combate, submarinos…). Las pocas armas que se conserven (y el personal a cargo) estarán directamente supervisadas por el Congreso Mundial.

lunes, 29 de octubre de 2018

La gata y el camaleón

Dedicado a Paula y Samuel
 
Érase una vez una gata y un camaleón que eran muy amigos. Pasaban todo el tiempo juntos y disfrutaban haciendo las mismas cosas.
Un día, mientras estaban tumbados tranquilamente al sol viendo las formas de las nubes, pasó por delante de ellos la fabulosa carroza del príncipe del reino. El camaleón se quedó maravillado ante el tamaño y el brillo de aquella carroza y exclamó:

- Quiero viajar en esa carroza. Me gustaría tener todo lo que tiene el príncipe.

- ¿Y para que quieres todo eso? Si ya somos muy felices con las cosas que hacemos, ¿no? - contestó la gata.

Pero el camaleón no respondió. Desde aquel día, parecía aburrirle todo y sólo pensaba en el príncipe y en su carroza.
Un día, le dijo a la gata:

- He tenido una idea. Ya sé cómo hacerme amigo del príncipe.

- El príncipe sólo es amigo de otros príncipes o de gente rica, no escuchará a un camaleón - le dijo la gata.

- A mí sí, porque soy un camaleón así que puedo cambiar de color y engañarle - repuso el camaleón.

- No sé en lo que estás pensando, pero ten cuidado con lo que haces, no es buena idea engañar a un príncipe - señaló la gata.

- Eso lo dices porque estás celosa - dijo el camaleón -. A ti te gustaría cambiar de color como yo, pero no puedes y por eso no te gusta mi idea.

Así fue como el camaleón se fue en busca del palacio del príncipe. La gata se quedó sola y triste, porque sentía que había perdido a su amigo.

Una noche, el príncipe dormía en su palacio cuando un ruido le despertó. Al abrir los ojos vio que en su cama había un camaleón amarillo corriendo hacia él. Encendió la luz y fue a por su espada, pero el camaleón había desaparecido. Buscó por toda la habitación, pero no le vio.

A la noche siguiente, el príncipe dormía plácidamente y de nuevo un ruido le despertó. Abrió los ojos y otra vez el camaleón amarillo estaba ahí, asustándole.

Así ocurrió durante varias noches. El príncipe estaba desesperado. Mandó a sus súbditos buscar por toda la habitación, pero nadie encontró al camaleón.

Un día, el camaleón decidió que ya había asustado bastante al príncipe. Cambió de color y se puso todo azul y mientras el príncipe daba un paseo por los jardines de su palacio, le llamó desde un árbol:

- Príncipe, sé lo que te preocupa y puede ayudarte.

- ¿Quién habla? - dijo el príncipe sobresaltado.

- Soy yo, un camaleón azul. Perdona que te moleste, pero soy adivino y sé lo que te preocupa. Hay un camaleón amarillo que te molesta por las noches.

- ¿Cómo lo sabes? - dijo el príncipe, que no se fiaba nada de este nuevo camaleón.

- Soy adivino, ya te lo he dicho. Y además soy sabio así que te diré el remedio para que nunca más te moleste el camaleón amarillo. Pon este bote mágico a los pies de tu cama y jamás volverá a aparecer - dijo el camaleón mientras le daba el bote al príncipe.

El príncipe no se fiaba demasiado, pero estaba harto del camaleón amarillo y de dormir mal, así que esa noche decidió poner el bote a los pies de la cama.

Resultó que aquella noche nadie le despertó y durmió como un lirón. A la mañana siguiente, paseaba de nuevo por sus jardines, mucho más contento que el día anterior porque había dormido bien y porque ya tenía el remedio contra el camaleón amarillo. Cuando pasó junto al árbol donde el día anterior estaba el camaleón azul, vio que éste seguía allí.

- Gracias camaleón azul - dijo el príncipe -. Tu bote mágico ha funcionado y ya no me ha molestado más aquel fastidioso camaleón amarillo. ¿Te gustaría pasear conmigo?

Y así fue como se hicieron amigos el príncipe y el camaleón azul. El príncipe le puso un cojín y le dejaba dormir en su palacio. Un día, incluso le dejó viajar en la carroza real. El camaleón estaba muy contento y decidió salir del palacio para ir a ver a su amiga la gata. Cuando la encontró, le contó toda su historia.

- No está bien lo que haces - dijo la gata -. Primero, porque estás engañando al príncipe y segundo porque no eres tú mismo, al principio te has hecho pasar por un camaleón malo que asustaba por las noches y ahora finges que eres sabio y adivino.

- Lo que ocurre es que te da envidia de todo lo que he conseguido - dijo el camaleón, y volvió de nuevo a palacio.

Un día, el príncipe fue a ver al camaleón azul y le dijo:

- Necesito tu ayuda, tú que eres sabio y adivino me tienes que aconsejar. Verás, el malvado príncipe Aktur tiene un ejército y quiere atacar nuestro reino. Sólo puede atacarnos por dos sitios: cruzando el río por el puente o entre las montañas. Necesito saber por dónde nos va a atacar, para tener mi ejército allí preparado y frenarle el paso. ¿Por dónde me atacará? Por cierto, este secreto no puedes contárselo a nadie.

El camaleón se echó a temblar. No tenía ni idea de qué responder, él no era sabio ni adivino. Al final, consiguió disimular su miedo y contestó:

- Déjame que lo medite y esta noche te daré una respuesta.

El camaleón no sabía qué hacer. No podía decirle la verdad al príncipe: que él nunca había adivinado nada en su vida. Tras mucho pensar, se le ocurrió una idea. Fue a ver al príncipe y le dijo:

- El malvado príncipe Aktur y su ejército atacarán por el puente que cruza el río.

- Gracias amigo, allí pondré mi ejército - dijo el príncipe.

El camaleón azul cambió de color y se puso todo rojo. Cuando el príncipe preparaba su caballo, entró corriendo en el establo y gritó:

- ¡Vengo de las montañas y he visto allí al príncipe Aktur! ¡Está preparando un ejército!

El príncipe se sobresaltó ante ese nuevo camaleón y lo que decía. Estuvo tentado de echarlo de allí a patadas, pero ¿cómo sabía lo del príncipe Aktur y su ejército? ¿Y si era verdad lo que decía y era por allí por donde atacaría?

- ¿Quién eres tú? - preguntó el príncipe.

- Soy un camaleón rojo. Soy fuerte y valiente. Estaba en las montañas cuando he visto que venía un ejército y he corrido hasta aquí para avisarte.

El príncipe no sabía qué hacer, ¿por dónde le atacaría el príncipe Aktur? Al final decidió que dividiría su ejército y tendría a la mitad en el puente del río y a la otra mitad en las montañas. Ojalá hubiera suerte y con sólo medio ejército pudiera frenar a Aktur, ya fuera en el puente o en las montañas.

El camaleón estaba más tranquilo con su nuevo plan. La conquista no sería culpa suya porque él le había dado dos consejos distintos al príncipe. Si finalmente atacaban por el puente, continuaría con su vida de camaleón azul y si era por las montañas, se aparecería siempre a partir de ahora como camaleón rojo ante el príncipe y sería su nuevo amigo.

Finalmente, Aktur atacó por las montañas y la mitad del ejército del príncipe que estaba allí apostado fue suficiente para frenar el ataque.

El príncipe estaba feliz porque había derrotado a Aktur. Sin embargo, se acordó del consejo del camaleón azul y fue enfurecido a buscarle. Suerte que no le había hecho caso, si no ahora su reino estaría conquistado. Por más que buscó al camaleón azul, no consiguió encontrarlo.

Fue al establo y allí estaba el camaleón rojo.

- Quería darte las gracias - dijo el príncipe -. Si no hubiera sido por tu aviso habríamos perdido. Tenía un amigo que me aconsejó mal y se hizo pasar por adivino cuando en realidad era un farsante. En fin, supongo que tú que corres desde las montañas no disfrutarás estando aquí encerrado en un palacio, pero si quieres quedarte algunos días a descansar serás bienvenido.

- Muchas gracias, sí que me quedaré unos días - dijo el camaleón rojo.

Y así fue como consiguió continuar quedándose en el palacio. Pero tenía que tener cuidado, porque cuando el príncipe le contaba algo que él ya sabía porque se lo había contado cuando era azul, tenía que fingir que era la primera vez que lo escuchaba, ya que ahora era un camaleón rojo. Todo esto confundía mucho al camaleón. Tuvo que fingir también que nunca había ido en la carroza real y tuvo que inventarse muchas historias para parecer aventurero y que había viajado por las montañas.

Mentía tanto que necesitaba ir a ver a una amiga de verdad, así que decidió visitar a la gata. Cuando le contó todo lo que le estaba pasando, la gata respondió:

- Sólo volviendo a ser tú mismo serás feliz. Fingiendo ser quien no eres puedes disfrutar durante un tiempo, pero no durará mucho.

El camaleón no quería dejar su nueva vida lujosa por lo que se despidió de su amiga y volvió de nuevo al palacio del príncipe.

Un día, el príncipe le contó al camaleón rojo que estaba enamorado de una princesa.

- Tú seguro que la conoces - le dijo el príncipe -, porque me has contado muchas veces las aventuras que has tenido en su reino.

- Sí, claro que la conozco y ella a mí, he estado en su palacio - mintió el camaleón, que no sabía qué decir después de todas las historias que se había inventado.

- Genial, porque va a venir este domingo, la he invitado a mi palacio y pienso pedirla que nos casemos.

El camaleón se hubiera quedado blanco si no fuera porque no era momento de cambiar de color. ¿Qué haría ahora? ¿Cómo podía fingir que conocía a la princesa si ella no le conocía a él? ¿Cómo iba a salir de ésta? La gata le hubiera dicho que no mintiera y fuera él mismo, pero ¿quién era él? ¿Amarillo, azul o rojo?

Tan asustado estaba el camaleón que no se dio cuenta de que los días pasaban y había llegado el domingo. Estaba en su cojín tumbado cuando el príncipe y la princesa entraron de repente en su habitación:

- Ahora quiero presentarte a un amigo - dijo el príncipe -. Es el camaleón rojo. Gracias a él derrotamos al ejército de Aktur. Pero bueno, tú ya le conoces, es un aventurero y me ha contado que estuvo en tu palacio.

- Yo no conozco a ningún camaleón - dijo la princesa.

El príncipe la miró extrañado mientras buscaba al camaleón, que había saltado de su cojín corriendo a esconderse. Sucedió que la princesa vestía un largo y hermoso vestido amarillo, así que el camaleón se coloreó de amarillo y se ocultó detrás de ella. Pero la princesa se giró y el camaleón amarillo quedó al descubierto.

Cuando el príncipe le vio gritó asustado:

- ¿Vienes de nuevo a asustarme por las noches?

Sacó su espada y se dispuso a atacarle. El camaleón, asustado, se coloreó de azul.

- Pero ¿qué es lo que veo? - dijo el príncipe -. Habría jurado ver un camaleón amarillo, debe haberme confundido el color del vestido de la princesa. Pero eres mi antiguo amigo el camaleón azul. ¿Sabes que estuve a punto de perder la guerra por tu culpa? Eres un mentiroso, dijiste que eras adivino.

El camaleón se transformó en rojo y el príncipe por fin comprendió todo lo que había pasado: siempre le había tenido engañado el mismo camaleón. Sacó de nuevo su espada y se abalanzó sobre él, pero el camaleón permaneció inmóvil, lo único que hacía era cambiar de color una y otra vez.

Por suerte, su amiga la gata había decidido ir a verle y a través de la ventana estaba observando la escena. Saltó, cogió a su amigo y huyeron del palacio a toda velocidad.

El camaleón se puso todo de color marrón y dicen que, desde aquel día, nunca más volvió a cambiar de color.

 


lunes, 8 de octubre de 2018

El hormiguero del mundo

Es maravilloso observar un hormiguero, ver cómo miles de seres cooperan y se organizan para crear una especie de pequeña sociedad perfectamente orquestada.

Sin embargo, ninguna de las hormigas sabría explicarnos toda esa organización. Aunque interrogásemos a la más inteligente de la colonia, no sería capaz de decirnos nada acerca de cómo funciona el hormiguero. Conoce su tarea y nada más. Ninguna comprende el plan completo. Lo hay, porque el hormiguero funciona con la precisión de un reloj suizo, pero no está orquestado por ningún congreso de hormigas ni por ninguna hormiga sabia.

En nuestra búsqueda de vida por el universo, podríamos encontrarnos con una especie alienígena así, con una civilización compleja en la que nadie nos supiera explicar cómo se organizan. Nos maravillaríamos de su mundo, pero nadie nos lo podría enseñar.

Los humanos pasamos muchos años de nuestra vida formándonos en las escuelas, aprendiendo acerca de nuestro mundo. Sin embargo, como cada campo del saber avanza a gran velocidad, hoy en día una persona a punto de jubilarse que haya dedicado toda su vida por ejemplo a una ciencia como las matemáticas, sólo podría explicar los últimos avances de su especialidad concreta. Cada matemático sólo puede llegar a comprender por completo todo lo que se sabe acerca de un área muy pequeña dentro del mundo de las matemáticas, pero en otras áreas matemáticas estaría bastante rezagado con respecto a la vanguardia.

Ya que hablamos de esta disciplina, si lo llevamos al límite se puede acabar cumpliendo aquello de que uno sólo puede saber todo acerca de nada. El otro extremo sería querer saber de todo, en lugar de especializarse en algo, pero hay tantos campos del saber que se podría alcanzar el otro extremo, que termina por hacer que uno no sepa nada acerca de todo.

La mayoría sólo conocemos un poco de un poco. ¿Acabaremos siendo como las hormigas? Si un extraterrestre aterrizara en la Tierra podremos explicarle un montón de cosas, pero sólo le brindaremos un conocimiento superficial de cada una de ellas. Usamos muchas cosas de las que estamos muy lejos de conocer el detalle (desconocemos cómo funcionan todos los componentes del coche que conducimos, del sistema operativo del móvil que manipulamos, ni siquiera cómo se cultiva un campo de cereales o se produce el pan que comemos). Pasamos toda la vida estudiando para poder abarcar sólo una parte superficial de lo que nos rodea.

Al menos los humanos sí parece que tenemos un grupo de gobernantes que saben hacia donde nos dirigimos. Son los que manejan el volante del mundo. Cierto es también que dan continuos volantazos, porque como hay tantos potenciales conductores como naciones en el mundo, cada uno quiere girar hacia el lado que a él más le interesa. Pero al menos estamos tranquilos porque un grupo de representantes de los distintos gobiernos, instituciones y organismos, girarán el volante del mundo y serán capaces de torcer si llega una curva.

Cuando estalló la crisis financiera mundial de 2008, muchos países sufrieron severos problemas. En casos como el de Grecia, un grupo de expertos de los que giran el volante del mundo (FMI, Unión Europea, etc.…), tomaron las riendas del país y le indicaron la dirección que debía tomar para solucionar sus problemas. Era un camino tortuoso y lleno de obstáculos, pero los grandes gurús indicaron que era el único camino que conducía a la salida. Años después, cuando Grecia estaba peor que nunca y el camino se demostró que estaba cortado, aquellos mismos conductores del mundo reconocieron que se habían equivocado, que ese no era el camino, que de hecho ese atajo había empeorado las cosas. Habían torcido en la dirección equivocada a la que venía la curva.

¿Y si realmente nadie condujera el coche, sino que todos nos limitamos a mirar por la ventanilla? ¿Y si hubiéramos creado un sistema que ya no controlamos ni comprendemos del todo? ¿Y si vamos montados en un enorme barco con una inercia que no podemos cambiar?

Siempre habrá quien piense que todo está controlado para aparentar descontrol (los señores del FMI del ejemplo anterior sabían que todo lo que diagnosticaban era erróneo, pero formaba parte de un plan suyo a largo plazo). Quizás sea así, pero tal vez lo que pasa es que hemos creado un sistema tan complejo que ya nadie tiene el control, si es que alguna vez alguien lo tuvo y no hemos sido siempre tan sólo un gran hormiguero.

Quizás las guerras mundiales del siglo pasado fueron accidentes que nadie supo esquivar. La guerra nuclear es un obstáculo que hasta ahora hemos logrado sortear, pero que siempre puede hacernos descarrilar si no tenemos el suficiente cuidado. Puede que el gran muro contra el que vamos a chocar sin remedio sea la ecología. Vivimos en un mundo cada vez más poblado, cada vez más desarrollado (lo que requiere más recursos) y cada vez más consumista. El cambio climático es una alarma que ya ha saltado, se ha encendido una luz del salpicadero del coche, pero nadie tiene la capacidad o tal vez el interés de girar o parar el coche. Quizás ya es tarde, por mucho que queramos virar el timón es inevitable que choquemos contra el iceberg de la destrucción del ecosistema.

A lo mejor nos gusta la idea de que existe una élite que es la que conduce el destino de la humanidad porque de este modo nos quitamos la responsabilidad. Podemos vivir despreocupadamente porque no está en nuestras manos cambiar nada. Pero puede que la realidad sea que todos estamos colgados del volante del mundo, y que hacia donde éste gire depende de lo que hagamos todos y cada uno de nosotros. Eso nos obliga a dejar de mirar hacia otro lado y a afrontar que, si seguimos consumiendo y contaminando a este ritmo, pronto convertiremos nuestro hormiguero en un lugar inhabitable. En nuestra mano está tratar de girar y si conseguimos que lo intente la gente suficiente, tal vez podamos hacer que el volante gire.