domingo, 29 de octubre de 2017

El espectador

Somos un espectador dentro de nosotros mismos viendo la película de nuestra vida pasar ante nuestros ojos. Al menos eso es lo que aseguran algunos científicos a la luz de los resultados de los últimos estudios sobre la toma de decisiones. En estos estudios se pide por ejemplo a los voluntarios que tomen una decisión sencilla (como escoger entre dos objetos) y que accionen un pulsador en el momento en el que se den cuenta de que han tomado la decisión. Al mismo tiempo, se monitoriza el cerebro de los voluntarios para registrar su actividad cerebral. Lo que se observa es que el área del cerebro encargado de tomar la decisión registra actividad con significativa anterioridad al momento en el que los voluntarios deciden accionar el pulsador. Esto parece indicar que el cerebro de alguna manera toma una decisión y posteriormente nosotros somos conscientes de ella. Sentimos que hemos escogido, cuando en realidad la decisión ya estaba tomada.

Algunos científicos y pensadores creen que ésta será una de las mayores revoluciones de los próximos años: darnos cuenta de que en realidad no somos libres, ni autónomos, que no decidimos nada, que sólo somos espectadores de nuestra propia vida. Como si estuviéramos montados en la parte de atrás de un coche que no conducimos. Como si nuestro cerebro fuera un parlamento que toma las decisiones del país que es nuestro cuerpo y nosotros estuviéramos sentados en las escaleras de fuera del edificio observando todo lo que ocurre.

¿Y quién manda entonces en el parlamento de nuestro cerebro? Está construido a partir del material genético que tenemos cada uno en el núcleo de nuestras células. Ahí están los planos a partir de los cuales se construye todo el edificio. Eso explica que cada cerebro sea único. Pero también es evidente que la experiencia que cada uno tenemos en nuestra vida determina en gran medida lo que somos. El cerebro es flexible, se va adaptando a lo que sucede a su alrededor. Dos gemelos criados en entornos separados tienen mucho en común pero también son personas muy diferentes entre sí.

El cerebro es como una caja negra construida a partir de las instrucciones del ADN que toma estímulos de entrada a través de los sentidos (la vista, el oído...) y teniendo en cuenta la memoria y la emoción toma decisiones. A veces no necesita estímulos, recuerda el pasado y lo va mezclando con emociones y en otras ocasiones imagina posibles futuros. Cuando queremos tomar una decisión importante nos imaginamos ante las ventajas e inconvenientes de las diferentes opciones, intuimos lo que puede suceder y sentimos una emoción. Dicha emoción es una parte muy importante en la toma de decisiones, lo que sentimos nos puede hacer escoger aunque creamos que es la opción que menos nos conviene.

Pero por lo que antes veíamos, todo esto se cuece entre bambalinas. Somos sólo espectadores del proceso, aunque el cerebro nos engañe y nos haga sentirnos protagonistas. Un momento, estamos estableciendo aquí una distinción entre cerebro y nosotros pero, ¿qué diferencia hay? Obviamente nosotros también somos el cerebro. Somos la consciencia pero, ¿qué es la consciencia?

Nacemos sin saber andar ni hablar y durante meses vamos adquiriendo poco a poco esas habilidades. Paulativamente vamos tomando concienca del yo, de que somos algo distinto al resto del mundo de nuestra propia identidad. Eso es la consciencia, no es algo que aparezca al nacer sino que necesita que ya haya una cierta inteligencia, experiencia y capacidad de memoria. Es ese sujeto que notamos que hay detrás de cada pensamiento, porque soy yo quien lo piensa; de cada emoción, porque soy yo quien la siente.

Lo que ahora algunos experimentos pretenden indicar es que soy consciente de que pienso mis pensamientos, de que soy un yo pensante diferente del pensamiento, pero el pensamiento no es mío, no lo puedo controlar. Ni tampoco las emociones, las siento pero no las escojo.

Ahora bien, decíamos que el cerebro es esa caja negra que recibe estímulos exteriores, recuerdos y emociones, y toma decisiones en base a todo lo anterior. Supongamos que es cierto que sólo podemos contemplar este proceso pero no intervenir sobre él. Sólo vemos las salidas de la caja negra, los resultados. Pero esos resultados producen una emoción sobre nosotros (si al pasar junto a un mendigo nuestro cerebro decide no abrir el monedero para echarle una moneda sino continuar avanzando, nosotros como espectadores sentimos una emoción). Con nuestra consciencia podemos centrarnos en esa decisión, analizarla y sentirnos mal por lo que hemos hecho. Pero eso al fin y al cabo es una emoción, y esa emoción junto al recuerdo de la emoción sentida, ¿no son acaso entradas de la caja negra? Así que parece que sólo observábamos las salidas pero en realidad podemos también influir sobre las entradas de la emoción y el recuerdo. La próxima vez que pasemos junto a un mendigo nuestro cerebro analizará la conveniencia de pararse en mitad de la calle y abrir el monedero, pero también tendrá en cuenta las emociones sentidas y los recuerdos de otras situaciones similares.

Tal vez la consciencia no pueda entrar al interior del cerebro donde se toman las decisiones, pero puede, pensando sobre las mismas, fijar emociones y recuerdos que influirán en futuras decisiones. Partiendo de que no somos libres llegamos a la conclusión de que sí que lo somos, quizás no como esperábamos, pero tenemos la capacidad de cambiarnos a nosotros mismos, de ir construyendo poco a poco nuestro propio cerebro que tomará las decisiones del futuro.

A los ingredientes del ADN y de la experiencia hay que añadirles otro más para entender lo que somos: el hecho de que somos conscientes de nosotros mismos.

martes, 8 de agosto de 2017

Los últimos Adán y Eva

 


En la figura de arriba se muestra el número medio de hijos por mujer en distintos continentes del mundo en el año 2016.

Si este índice es menor que 2, significa que cada nueva generación es menos numerosa que la que le precede. Si el índice es de por ejemplo 1,5, por cada madre habrá 1,5 niños, así que si cogemos 10 hombres y 10 mujeres habrá 15 niños en la siguiente generación (5 menos que los 20 progenitores).

Esto se cumple en Europa y en América del Norte, en las zonas morada y verde del mapa, ambas con índices menores que 2. Si no fuera por el fenómeno de la inmigración, la población en estos lugares menguaría año tras año.

En el resto de América, Asia y Oceanía, el índice es superior a 2 pero inferior a 2,5, lo que en la práctica significa que el aumento de población se está ralentizando.

Por último está África, el vientre del mundo, donde nacen 4,7 hijos de media por mujer. Aquí la población aumenta a un elevado ritmo (y contribuye al aumento en otras zonas del planeta).

El número de hijos por mujer varía año tras año, pero la tendencia en la mayor parte de los países es a disminuir. Puede que en países concretos aumente, pero a nivel continental, en todos ellos (incluido África) el índice ha ido cayendo año tras año en las últimas décadas. En general, conforme un país se desarrolla económica e industrialmente, este índice disminuye.

Imaginemos que sólo existiera el continente americano en el mundo y que Trump construyera su ansiado muro. Al norte del muro el índice se sitúa en 1,8 hijos por mujer. Esto significa que la población está menguando. Si el muro fuera por completo hermético y sólo existiera el continente americano, en unas décadas la población al norte del muro se habría reducido a la mitad. No tardarían en tirar el muro los futuros estadounidenses para que pudiera entrar más gente a sustentar un país casi abandonado. Pero en el resto de América el índice es de tan sólo 2,1 hijos por mujer, siendo la tendencia a disminuir. Así que puede que el año en que decidieran tirar el muro nadie quisiera cruzar, pues todos vivirían en países con poblaciones menguantes y amplios recursos a repartir. En el lugar en el que ahora se levanta el muro tendrían que montar un comité de bienvenida que tratara por todos los medios atraer a los deseados inmigrantes.

En Europa pasaría algo similar: si en África y Asia el índice sigue bajando, llegará el día en el que se fletarán modernos barcos para que los inmigrantes puedan cruzar el mediterráneo de forma cómoda y segura, pues serán recibidos con los brazos abiertos y ya no tendrán que jugarse más la vida para venir.

Europa a nivel continental tiene el índice más bajo del mundo, tan sólo 1,6 hijos por mujer. Si sólo existiera Europa en el mundo, en unas cuantas décadas la población se habría diezmado, y en unos siglos llegaría el día en el que nacerían el último hijo único y la última hija única, los últimos Adán y Eva del mundo, aquellos que cerrarían el ciclo de los seres humanos. La aventura de los Sapiens sobre la faz de la Tierra habría terminado.


viernes, 7 de abril de 2017

El soldado


El soldado miraba absorto el paisaje helado. No podía dejar de pensar en su mala suerte por ser el único que hacía guardia aquella gélida noche. Sabía que dentro de las tiendas de campaña todos los soldados dormían. Él era el único despierto. De algún modo, él era el único que estaba allí.


Cuando nos dormimos desconectamos nuestro cerebro durante unas horas. Nos convertimos en un trozo de carne inconsciente que respira pesadamente y apenas se mueve. Así que ahí estaba él completamente sólo, rodeado de seres inconscientes, desconectados, con el cerebro apagado (o al menos en hibernación).


Dormir es apagar gran parte de las funciones del cerebro. Después, pasadas unas horas, al despertar volvemos "donde lo habíamos dejado", el cerebro recupera los recuerdos y la información necesaria para posicionarnos de nuevo en el mundo. Nos permite recuperar los datos de quiénes somos, del día en que vivíamos y de lo que nos ha ocurrido en el pasado. ¿Qué pasaría si algún día al despertar alguno de estos procesos fallara? Despertaríamos en un mundo desconocido, desorientados, sin saber quienes somos, descarrilados de un tren en el que ya no sabemos que un día montamos. Todos los soldados que roncaban a su espalda se durmieron con la certeza de quienes eran y quiénes seguirían siendo al despertar.


El soldado miró al horizonte y le pareció que el negro comenzaba a tornarse en azulado, que el alba empezaba a despuntar, aunque no estaba seguro de si era así o si sólo estaba viendo lo que deseaba observar. Alguno de los soldados que dormía estaría soñando. ¿Qué es soñar? Es vivir otra vida, es ver otro mundo imaginario en el que ya no somos aquel que se durmió. No estamos posicionados en un día concreto, simplemente estamos ahí viviendo un mundo irreal.


Aquellos chicos que soñaban también estaban solos como él. Visitaban extraños mundos que creían compartir con otros seres pero en realidad no había nadie con ellos. ¿Le pasaría a él lo mismo? ¿No será este un extraño mundo que creemos compartir cuando en realidad estamos solos y todo es una ilusión? ¿No estaremos durmiendo en un gran cuartel soñando que aquí vivimos mientras otro hace guardia?

Quizás sólo los que duermen visitan mundos reales, cruzan puertas que no vemos los despiertos.

Un viento frío sopló de frente hacia el soldado. ¡Qué larga podía ser una noche de guardia y qué corta para los que roncaban! Cuando los chicos despertaran, volverían a sus rutinas. Obedecerían las órdenes de los superiores, comerían, se asearían, harían marchas, pelarían patatas... ¿No era todo eso de algún modo seguir dormido? Él ahora mismo se sentía realmente despierto pero sabía que la mayor parte del día en realidad la pasamos en un estado aletargado: cumpliendo obligaciones, haciendo planes, organizando cosas. Incluso cuando tenemos tiempo de ocio, a menudo nos tumbamos junto al televisor cambiando de un canal a otro, buscando algo que nos entretenga. O leemos el periódico con el mismo fin. Es como si cuando realmente podemos disponer de nuestro tiempo en el fondo no queremos hacerlo y buscamos algo que nos mantenga aletargados. ¿Cuánto tiempo estamos realmente despiertos? Decimos que dormimos ocho horas y estamos despiertos el resto de la jornada pero, ¿realmente es así? ¿No será que completamente despiertos estamos sólo unos minutos?

Nos sentimos como algo que va "montado aquí arriba", nuestro yo va observando y supuestamente dirigiendo las acciones y el entretenimiento diario pero, ¿realmente lo controla o es tan sólo un pasajero que va aquí arriba mirando el paisaje llevado siempre por los deseos del cuerpo y las obligaciones diarias?

El soldado ahora veía todo eso con claridad. Pensaba que paseando por la calle entre la gente, serían pocos los que como él estarían realmente despiertos. ¿Se reconocerían los despiertos entre sí?

¿Habría alguna forma de despertar aún más? Los dormidos no eligen cuando despiertan y los aletargados tampoco son conscientes de que no están realmente despiertos, ¿podría despertar él de su letargo a una especie de "nivel superior" donde los despiertos vieran como zombis a la gente como él? ¿Habría alguno de esos despiertos por la calle pero somos incapaces de reconocerlos desde nuestra somnolencia y ellos tampoco pueden decirnos que estamos dormidos porque no les entendemos? ¿Será alguno de esos a los que llamamos raros, inadaptados o directamente locos?

Ahora sí que parecía que amanecía. El soldado comenzaba a verse vencido por el sueño. Sólo deseaba irse a dormir, disfrutar de esa desconexión en la que quizá visitaría otros mundos, aunque a cambio de recordar como mucho algunos fragmentos inconexos de esas visitas. ¿Era un mundo superior o inferior? Seguramente era simplemente distinto.

martes, 24 de enero de 2017

Los niños



Escribió Khalil Gibran lo siguiente acerca de los niños:

Y una mujer que sostenía un niño contra su seno pidió: Háblanos de los niños.
Y él dijo:
Vuestros hijos no son hijos vuestros.
Son los hijos y las hijas de la Vida, deseosa de sí misma. Vienen a través vuestro, pero no vienen de vosotros.
Y, aunque están con vosotros, no os pertenecen.
Podéis darles vuestro amor, pero no vuestros pensamientos.
Porque ellos tienen sus propios pensamientos.
Podéis albergar sus cuerpos, pero no sus almas.
Porque sus almas habitan en la casa del mañana que vosotros no podéis visitar, ni siquiera en sueños.
Podéis esforzaros en ser como ellos, pero no busquéis el hacerlos como vosotros.
Porque la vida no retrocede ni se entretiene con el ayer. Vosotros sois el arco desde el que vuestros hijos, como flechas vivientes, son impulsados hacia delante.
El Arquero ve el blanco en la senda del infinito y os doblega con Su poder para que Su flecha vaya veloz y lejana.
Dejad, alegremente, que la mano del Arquero os doblegue. Porque, así como El ama la flecha que vuela, así ama también el arco, que es estable.



Los padres inteligentes creen que sus hijos deben ser inteligentes. Lo mismo opinan los futbolistas. ¿Cuánto influimos en nuestros hijos tanto de forma hereditaria como por el ambiente en el que los educamos? Para resolver estas cuestiones los científicos realizan estudios con gemelos separados al nacer y criados en ambientes distintos. De este modo se puede ver la influencia del entorno para personas con el mismo ADN. También estudian hermanos no biológicos criados en el mismo hogar, para estimar la influencia del entorno para gente con ADN diferente.

La conclusión es que tanto el ADN como el entorno influyen, pero no tanto como creemos. Se parecen a nosotros porque tienen nuestros genes y el entorno condiciona sus vidas, pero ninguno de los dos factores es tan determinante como imaginamos.

Aquello que más influye en el futuro de los niños, lo que determina en mayor medida su vida futura, es si el niño se siente querido en esos primeros años de existencia, especialmente en sus seis primeros años de vida. Sentir que son importantes para alguien, que se les quiere, que se les educa, que cuando lloran entre noche porque están asustados alguien acude a su llamada. Todo eso crea en ellos la seguridad de que merecen ser queridos, de que se puede confiar en otras personas. Y al contrario, aquellos que tienen la desgracia de sufrir un entorno hostil en sus primeros años de existencia multiplican sus posibilidades de generar ellos esa hostilidad en su etapa adulta.
No es algo determinante, es sólo una cuestión de probabilidad, por lo que siempre habrá quien perteneciendo a un grupo inicial se pase al otro en la edad adulta, quien haya sido querido y se convierta en maltratador, y quien siendo olvidado se haga a sí mismo una persona virtuosa. Pero como padres el mejor regalo que les podemos dar a los niños es quererlos y dedicarles nuestro tiempo y atención, especialmente en esos primeros años.
Es el tiempo en el que la flecha aún está cargada en el arco, los años en los que se tira de la cuerda y se apunta, antes de que la saeta salga disparada buscando su propio camino.
¿Cómo es posible que esa etapa sea tan determinante si apenas genera recuerdos? En los dos o tres primeros años de vida, el cerebro aún no ha desarrollado la capacidad de generar memoria a largo plazo. Es por eso que no conservamos ningún recuerdo de esa época. A partir de ese punto, comenzamos a almacenar vivencias de forma duradera, aunque la mayoría conservamos sólo un puñado de recuerdos anteriores a los mencionados seis años. ¿Cómo puede ser entonces que nos influya tanto esa época si no recordamos lo que pasó?
La respuesta a esa pregunta es que no es una enseñanza que se nos transmita en forma de recuerdos, sino que forma la estructura de nuestro cerebro, crea la arquitectura con la que luego se procesarán todas las vivencias de las etapas posteriores. El cerebro humano no para nunca de generar nuevas conexiones neuronales, sobre todo mientras más joven es. Así que la influencia que se genera en un niño no es porque luego él vaya a recordar lo ocurrido, sino porque estamos contribuyendo en la construcción de su cerebro, en crear la estructura con la que años después interpretará el mundo.
Pero esto no se limita a los niños, el cerebro es algo plástico, algo que cambia durante toda la vida. Todo lo que hacemos influye en la construcción de todos los cerebros con los que nos relacionamos, y también en la construcción de nuestro propio cerebro. Cuando nos esforzamos en algo, merece la pena no sólo por lo que recordemos, sino porque estamos construyéndonos a nosotros mismos, nos estamos cambiando. 
El cerebro nunca se queda estancado por completo, aunque cada vez haya menos obreros y la construcción vaya bajando el ritmo. Es una obra que dura tanto como nuestra vida. Nunca se es demasiado viejo para cambiar y siempre hay que mantenerse alerta para ver cómo nos queremos construir, dónde deseamos una reforma, dónde hace falta un retoque para tapar una grieta.