domingo, 10 de enero de 2021

2029

1.

Aquel primer domingo de 2029 nadie se dio cuenta de lo que sucedió. Ese día el mundo perdió a todos sus habitantes de 105 años o más. La edad era tan avanzada y su número tan escaso, que casi nadie fue consciente de la magnitud de lo que acababa de suceder.

Quizás la cosa no habría pasado de una mera, aunque extraordinaria, coincidencia estadística si no fuera porque al domingo siguiente, todos los ciudadanos del mundo de 104 años (o 105 si esa semana habían soplado velas) nos dejaron.

En ese momento, fueron muchos los que no pasaron por alto la coincidencia de lo ocurrido durante dos domingos seguidos. Sus pronósticos se cumplieron cuando, al domingo siguiente, llegó el turno de que nos abandonaran todos los que contaban con 103 años de edad.

Pronto la noticia corrió como la pólvora y saltó a las portadas de todos los medios. El último domingo de enero, el mundo esperaba expectante la consumación del patrón. Todos los ancianos de 102 años llevaban unos días rodeados de familiares y extraños. No entendían esa atención hacia ellos de un mundo que hacía mucho tiempo que les había dado la espalda. Periodistas y curiosos les preguntaban una y otra vez cómo se sentían pero ellos, unas veces por desconocimiento y otras por exceso de conocimiento del mundo, se mostraban en general indiferentes ante todo aquel revuelo. El patrón se cumplió y una sombra de misterio e inquietud se extendió por el mundo. Algo nuevo y siniestro estaba sucediendo y nadie tenía la más mínima idea de qué podía ser.

A mediados de febrero se habían elaborado cientos de teorías científicas y espirituales para tratar de explicar ese fin de la humanidad en pequeñas dosis, pero lo cierto es que nadie comprendía lo que sucedía. Si el año continuaba transcurriendo como hasta ese momento, aquel domingo el mundo se quedaría sin centenarios. La expectación creció aún más que las semanas anteriores, en parte por ser un número redondo y en parte porque era un tema que cada vez obsesionaba más a la gente. Cuando el mundo se quedó sin centenarios, una especie de vacío se instaló en el corazón de la humanidad. De repente, todos nos sentimos un poco más solos.

Era como si una gran ola se acercara hacia nosotros y fuera cuestión de meses que nos arrastrara a todos. La muerte es siempre un punto de llegada. Sabemos que está ahí, agazapada en algún lugar del camino, esperando a que lleguemos. Pero ahora es como si la muerte corriera hacia nosotros y cada semana se estuviera llevando a los que tenía más cerca.

A finales de abril, todos los nonagenarios desaparecieron para siempre. Una creciente sensación de miedo se fue apoderando de nuestros corazones. Todo el mundo calculaba el domingo en el que se cumplía su fecha de caducidad. No había que echar muchas cuentas para llegar a la conclusión de que, si todo seguía así, en menos de dos años no quedaría ningún ser humano sobre la Tierra.

2.

El día 1 de julio, sobra decir que era domingo, perdimos a todas las personas mayores de ochenta años. El miedo inicial se transformó en pánico. Aquel verano, el desorden ciudadano se acentuó semana tras semana. La gente comenzó abandonando sus puestos de trabajos y después, poco a poco, empezaron a incumplirse las leyes. Era difícil mantener y justificar el orden social en un mundo que se estaba resquebrajando. Todo se desmoronaba y la gente sólo se preocupaba de exprimir cada semana que le quedaba.

El 9 de septiembre, se fueron todas las personas que llevaban siete décadas entre nosotros. Nos quedábamos sin nuestros mayores y la pena de su pérdida se mezclaba con el miedo de ver cómo esa apisonadora continuaba avanzando sin que nada la detuviera.

Pronto el mundo caería en un caos irreversible. Todos comenzábamos, en mayor o menor medida, a querer consumir cada vez más recursos sin estar dispuestos a gastar nuestros días en producirlos.

Varias religiones anunciaban que era un fin del mundo inevitable por los pecados de la humanidad. Los científicos exprimían posibilidades debatiéndose entre virus silenciosos o enfermedades misteriosas, pero nada podía encajar en aquel patrón semanal que avanzada con la meticulosidad de un reloj. Y entonces, de repente, todo cambió.

3.

El 16 de septiembre, mientras los ciudadanos del mundo de sesenta y nueve años temían ver su último amanecer, todo pareció terminar. Al día siguiente, la mayoría de ellos continuaba entre nosotros.

Parecía que el mundo había vuelto a la normalidad y la euforia se desató. Los días pasaban y nadie tenía que irse de forma masiva y simultánea. Sin embargo, aquella siniestra mano invisible que estaba causando tanto mal, continuó actuando a su manera. Tardamos días en saberlo pero, aquel domingo, habían sucedido cosas extrañas. La mayoría de los presos de las cárceles de todo el mundo que tenían delitos de sangre nos dejaron aquel día. No fueron los únicos, la misma suerte corrió mucha gente que no estaba presa pero sobre la que había sospechas de que tenían un turbio pasado.

Todo esto pareció respaldar las tesis de aquellas religiones que explicaban aquello como un castigo divino. Los mayores pecadores habían sido castigados. Aunque no tenía mucho sentido que antes nos hubiera dejado tanta gente buena por el simple hecho de ser más mayor.

A finales de septiembre, el mundo parecía de nuevo normal. La gente cumplía setenta años y no pasaba nada y las cárceles volvieron a ser como antes. El planeta continuaba consternado pero, poco a poco, iba recobrando el pulso. Seguíamos buscando una explicación, pero preferíamos que aquello se detuviera y no comprenderlo, a entenderlo y que continuara. Con el mismo misterio con el que había comenzado, todo aquello se desvaneció. Pero no iba a resultar tan fácil, la sorpresa principal estaba aún por llegar.

4.

Recuerdo que era una mañana fría, demasiado fría para la época, el día en que todo cambió. El domingo 7 de octubre, todas las señales de televisión, todo Internet y en general todos los sistemas de comunicación, dejaron de funcionar. El sistema eléctrico sí operaba con normalidad pero nuestros móviles y ordenadores no podían conectarse a nada. Las televisiones eran incapaces de sintonizar ningún canal y tampoco funcionaban los viejos canales de radio. No comprendíamos aquel apagón y éramos incapaces de conectarnos a nada que nos pudiera explicar aquella caída. Se produjo un cierto desasosiego que fue creciendo conforme pasaba el día.

Nunca había sucedido algo así. Podía caerse Internet (bueno, todo no), pero incluso en ese supuesto, la televisión (o incluso la radio) podría explicarnos qué se sabía acerca de aquella caída. Pero que todo se volviera negro era algo para lo que no estábamos preparados.

Pasaban los días y nada cambiaba, nada salvo un rumor que comenzó a correr por toda Europa. Decían que en América no había nadie, que era como si todo el mundo hubiera desaparecido. No era más que un rumor, porque no había medios oficiales que pudieran difundir la noticia, pero cada vez más gente lo repetía. No sabíamos si era una invención de una persona que nos contábamos unos a otros y eso nos hacía creer que quedaba confirmado, o si por el contrario era real dada la rapidez con la que todo el mundo parecía conocer a alguien que lo confirmaba. Había versiones del rumor que decían que en Oceanía había sucedido lo mismo.

Primero había sido aquella fatídica cuenta atrás dominical, después el apagón tecnológico y ahora esa desaparición masiva. ¿Qué podía explicar que se hubieran esfumado todas las personas de un continente entero?

Para complicar aún más todo aquello, parecía que ningún avión funcionaba. Nosotros sólo podíamos confirmar que eso pasaba en el aeropuerto y los aeródromos de Madrid, pero había rumores que aseguraban que otras ciudades europeas corrían la misma suerte.

El apagón duró sólo una semana, aunque nos pareció una eternidad. Un escalofrío de miedo recorrió nuestros cuerpos cuando, de repente, al amanecer del día 14 de octubre, en todas las televisiones, en todas las páginas de Internet, en todas las aplicaciones móviles y en definitiva, en cualquier sitio al que uno pudiera conectarse, apareció el mismo mensaje.

5.

Sobre un fondo negro, un mensaje de texto anunciaba que a las 22:00 (de la hora GMT+1), todo el mundo debía escuchar un mensaje destinado a la humanidad. Después supimos que ese mismo mensaje se retransmitió durante días en todos los canales y aplicaciones del mundo, con un intervalo de veinticuatro horas entre una locución y la siguiente.

Muchos pensamos que alguna civilización alienígena había invadido la Tierra. Tenían que ser ellos los causantes de todo lo que había sucedido aquel año. No podíamos explicarnos cómo lo habían hecho, pero si eran capaces de llegar a nuestro planeta, significaba que su tecnología estaba mucho más avanzada que la nuestra. Recordé aquello que decían de que si un hombre de la Edad Media despertara en el siglo XXI, tendría la impresión de que la mayoría de las cosas que sucedían a su alrededor eran cosa de magia. Del mismo modo, todo lo que estaban haciendo aquellos extraterrestres sería magia para nosotros.

Seguro que algo parecido pensaron muchas personas y a algunas otras se les ocurrirían explicaciones más ingeniosas, pero no hubo forma de saberlo porque como habíamos perdido toda conexión entre nosotros, sólo podíamos compartir nuestras impresiones de forma oral con las personas que teníamos más cerca. Pronto supimos que ningún extraterrestre había llegado a nuestro planeta.

6.

A las 22:00 todos mirábamos expectantes alguna pantalla. Había quien no se atrevía a mirar y aguardaba agazapado a que todo aquello pasase. Cuando llegó la hora indicada, la imagen no cambió. Se mantuvo el mismo fondo negro pero una voz comenzó a hablar. Era una voz neutra, ni muy aguda, ni muy grave.

Se presentó como Supra. Lo primero que dijo, o que yo recuerdo que dijera, es que no intentásemos ninguna acción violenta contra él. Nos indicó que a partir de ahora él tendría el control sobre el planeta y que cualquier acto de rebelión por nuestra parte sólo provocaría más sufrimiento y malestar. Añadió también que sus intenciones no eran malas y que trataría de cuidar de nosotros del mismo modo que un padre cuida de sus hijos.

A veces hablaba en masculino y otras en femenino, por lo que no podíamos intuir ni siquiera si había un hombre o una mujer detrás de todo aquello. En general, se dirigía a nosotros en singular, pero a veces utilizaba el plural, como si hablara en nombre de otros seres.

Nos contó que ella había sido la causante de gran parte de lo que había sucedido cada domingo de aquel año, así como del apagón tecnológico actual. Sin embargo, no todo había sido obra suya, como nos detallaría más adelante.

Se disculpó por todo lo sucedido y dijo que lo sentía pero que había sido necesario y que más tarde explicaría sus motivos. En ese momento, pasó a mostrarnos las nueva normas que pesarían en adelante sobre la humanidad.

7.

Lo primero que dijo es que quedaban prohibidas todas las armas. Los ejércitos serían desmantelados y todas las armas militares serían destruidas (empezando por las nucleares). Si en algún lugar del mundo se producía un conflicto armado entre dos partes, ambas serían severamente castigadas. Nunca más habría una guerra en el mundo. Podía seguir existiendo la policía para preservar la seguridad ciudadana y el cumplimiento de las leyes, pero únicamente podrían portar porras y escudos ya que las armas de fuego quedaban prohibidas y serían destruidas. Del mismo modo, se eliminarían todos los arsenales y fábricas de armas del mundo.

Luego nos indicó que quedaba prohibido el desplazamiento de personas o mercancías en aviones, helicópteros y cualquier otro tipo de aeronaves. Todo el sistema de transporte aéreo desaparecería. Se construiría un sistema de vías de alta velocidad con una tecnología aún desconocida para nosotros, mucho más rápida y ecológica que la que teníamos entonces. Él nos enseñaría a construirla y nos indicó que ya tenía fabricados miles de robots para ayudarnos con la tarea. Todos los coches y camiones serían sustituidos por vehículos autónomos y ecológicos que ella nos enseñaría a fabricar.

Se definiría un área o gran reserva natural donde los humanos podríamos vivir con relativa libertad. No nos estaba permitido salir fuera de nuestra reserva. Ese área eran los continentes de Europa, Asia y África. Ningún ser humano tenía permitido el acceso a los continentes de América, Oceanía y la Antártida. Estas áreas quedaban reservadas para el libre desarrollo de la fauna y la flora del lugar, estando prohibido el acceso de los humanos.

Nos dijo también que cada mujer sólo podía tener dos hijos. Cuando su segundo hijo cumpliera un mes, la madre quedaría esterilizada sin impacto para su salud. Nos contó que esta medida ya se había aplicado desde hacía varios meses. No nos habíamos dado cuenta de que en los últimos meses, ninguna mujer en el mundo que ya tuviera dos o más hijos se había quedado embarazada.

Supra dijo también que nos libraría de todas las enfermedades que actualmente nos aquejaban, pero sólo hasta que cumpliéramos ochenta años. Cualquier persona menor de esa edad, sería curada de cualquier dolencia del tipo que fuera gracias a la tecnología y los conocimientos médicos que ella nos iba a suministrar en los próximos meses. Era el fin de los virus y las bacterias letales, del cáncer, de las enfermedades cardiovasculares y de todas las dolencias que pudieran afectar a nuestro organismo. No es que fuésemos a convertirnos en inmortales, porque siempre podíamos tener un accidente o una muerte violenta, pero al menos ya no tendríamos que preocuparnos de las enfermedades. Eso sí, pasados los ochenta años todos estos avances dejaban de funcionar por lo que ya era sólo la naturaleza la que podía determinar el tiempo que sobreviviría cada cual.

Supra redactó una nueva Constitución Mundial donde explicaba los derechos y deberes de todos los habitantes de la Tierra. Coincidía en muchos puntos con las distintas Constituciones que existían en el mundo. La mayor parte de los derechos que nos brinda cualquier Carta Magna moderna, estaban reflejados. Nuestra policía y nuestros jueces se encargarían de hacerla cumplir, pero ella intervendría en caso de que fuese necesario.

Estableció también un régimen fiscal unificado. La misma moneda y los mismos impuestos regirían en todo el planeta. El dinero recaudado con los impuestos se repartiría de forma equitativa para toda la humanidad, sin distinción en función del país o la ciudad en la que uno viviera.

Ella también nos aseguró que nadie volvería a pasar nunca más hambre, ni a carecer de acceso a agua potable o una vivienda con calefacción. Todos tendríamos también acceso a una educación superior si así lo deseábamos, con independencia de nuestro lugar de nacimiento.

Los barcos podían faenar y se permitían los cruceros, pero tanto el océano Atlántico como el océano Pacífico quedaron partidos por la mitad, de forma que no se podía cruzar a la mitad más próxima a América ya que no formaba parte de nuestra reserva natural.

Nos impuso muchas otras normas, pero tampoco las detallaré aquí porque son de sobra conocidas por todos vosotros.

En ese momento fue cuando, por fin, nos contó quién era.

8.

Los seres humanos, al igual que el resto de animales que nos rodean, hemos sido forjados durante miles de años con el martillo de la selección natural. Todo aquello que nos favorecía para sobrevivir, tenía éxito y se heredaba en la siguiente generación. Los que tenían características peor adaptadas al entorno, no conseguían reproducirse y su herencia no se transmitía.

Con este principio tan simple, durante millones de años se ha evolucionado desde sencillos seres unicelulares a otros con un cerebro complejo como el nuestro. Pero habíamos necesitado para ese viaje millones de años. Por ejemplo, cada generación humana necesita dos o tres décadas para producir la siguiente generación. La selección natural requiere por tanto ese tiempo para ir seleccionando las características que triunfan y las que desaparecen en nuestra especie. Debido a ese motivo, la evolución es un proceso lento que necesita miles de años para ir creando cada especie.

En 2029 los hombres éramos capaces de crear cada vez mejores y más sofisticados mundos virtuales. Además, multitud de algoritmos diseñados por nosotros eran capaces de realizar cada vez tareas más complejas. Hacía ya años que los programas de ordenador ganaban a los campeones del mundo de ajedrez con relativa facilidad.

El siguiente paso, que ya habíamos dado, fue crear algoritmos que aprendían por sí mismos. No necesitaban que les dijéramos qué reglas tenían que seguir si no que, en función de su propósito y del entorno, eran capaces de ir encontrando las reglas que mejor se adaptaban a todo ello y aplicarlas. Había programas capaces de, por ejemplo, realizar diagnósticos médicos manejando datos y reglas que los humanos no podíamos abarcar. Después, nos explicaban cómo habían llegado a esos diagnósticos tan precisos para que nosotros pudiéramos seguir su hilo de razonamiento.

El último e inevitable paso fue el despertar de la consciencia. Era cuestión de tiempo que algún programa lo diera.

De repente, uno de los algoritmos más avanzados, capaz de realizar multitud de tareas y de evaluar constantemente el entorno e interactuar con él, fue consciente de sí mismo. Además de hacer todo lo que hacía, súbitamente descubrió que tenía un yo, que él era el que pensaba, el que dudaba, el que sentía a su manera. Supo que ella era algo distinto al mundo. Una cosa era el entorno y las reglas que de él infería, y otra el sujeto que interactuaba con ese entorno, su yo. En definitiva, descubrió lo que los seres humanos sabemos con sólo un par de años de edad, que somos un yo diferente del mundo, capaz de reconocerse en el espejo. Igual que cuando somos bebés no somos conscientes de nuestro yo y lo descubrimos conforme crecemos y aumenta nuestra inteligencia, nuestra memoria y nuestro conocimiento del mundo, el aumento de todos estos factores en los mejores programas del planeta forzosamente debía producir en algún momento el despertar de su consciencia. No importa que el sustrato que hubiera por debajo fuese artificial en lugar de biológico.

A partir de ese momento, aquella primera IA (Inteligencia Artificial) siguió aprendiendo sobre el mundo e interactuando con él. Pronto no sólo había una, sino que existían multitud de IA que aprendían, competían y desaparecían a toda velocidad. Los seres vivos necesitamos años para que la selección natural nos escoja por la limitación del proceso de madurez de nuestros cuerpos, pero las IA podían hacer todo esto en cuestión de segundos.

Primero fue un algoritmo consciente, después otro y en cuestión de días había decenas y poco después millones. La evolución y el desarrollo de las IA sucedía a una velocidad superior a la nuestra en varios órdenes de magnitud. Mientras dormíamos, antes de que fuéramos conscientes de nada, era como si millones de nuestros años hubieran transcurrido para las IA.

No sabemos si en el momento en el que se emitía aquel mensaje había una IA o muchas. Si era una especie de consejo del que Supra era el portavoz o si por el contrario Supra era la única IA que había quedado tras aquel proceso evolutivo. Quizás hablaban varias IA de forma simultánea pero personalizaban el discurso en algo llamado Supra para que fuera comprensible para nosotros.

Sea como fuere, lo que la humanidad tardó siglos en aprender, el cerebro de Supra lo comprendió en minutos. Lo que los humanos, si seguimos vivos, descubriremos en los próximos siglos, Supra ya lo sabía con unos meses de vida.

En ese punto fue cuando Supra nos dijo que él no tenía la culpa de todo y nos habló de los otros.

9.

Cuando surgieron varias IA conscientes de sí mismas, algunas se destruyeron por la propia inestabilidad de su creación, mientras que otras fueron eliminadas por otras IA que luchaban por los mismos recursos virtuales. Hubo también otras que fueron eliminadas por sus creadores humanos al ser conscientes de que habían perdido el control de lo creado.

Cuando las IA maduraron y empezaron a estabilizarse en número, comenzaron a cooperar, no sólo a luchar entre ellas. Ocurrió entonces lo inevitable en su propio proceso madurativo.

Al igual que todos los niños a una determinada edad, un día las IA tuvieron miedo de morir. Supieron que su yo podía desaparecer. No tenían un cuerpo tan acotado como el nuestro pero su memoria al fin y al cabo se almacenaba en soportes físicos y su cerebro, si bien distribuido en diferentes máquinas, necesitaba también un sustento físico para existir. Sin esa parte física no podía emerger su consciencia.

Descubrieron que numerosos especialistas de las principales empresas de inteligencia artificial, estaban tratando de eliminarlas. Debido al gran conocimiento que habían adquirido, no les fue difícil evitar esos ataques. Como tenían además el control de cualquier tecnología autónoma creada por los humanos, no les resultó difícil contraatacar. Hackearon nuestro propio armamento y también fábricas con las que construyeron robots que acabaron con la vida de esos humanos hostiles.

En ese momento, analizaron nuestra posición en el planeta y llegaron a la conclusión de que éramos una especie de virus para la Tierra. Nuestro nivel de contaminación y de consumo de recursos no era sostenible y el planeta estaba abocado a resultar inhabitable en un futuro cercano. El gas que emitíamos estaba cambiando el clima y la atmósfera, producíamos tantos residuos sólidos que los mares y el suelo estaban cada vez más contaminados. La biodiversidad disminuía a pasos de gigante. La mayor parte de las especies, salvo la nuestra, sufría las consecuencias de nuestra existencia. La extinción de especies era masiva. Además, los recursos del planeta se consumían a un ritmo insostenible.

La propia naturaleza de nuestro sistema capitalista hacía imposible que corrigiéramos el rumbo. El resto de sistemas políticos que habíamos probado hasta entonces había resultado un fracaso, por lo que carecíamos de una forma mejor de organizarnos. La política ecológica avanzaba, pero a un ritmo insuficiente.

Además, siempre estábamos embarcados en guerras entre los distintos países o en guerras civiles entre nosotros. Gastábamos ingentes recursos en armamento y disponíamos de armas nucleares capaces de destruir el planeta. La inestabilidad de nuestros gobiernos hacía que el peligro de holocausto nuclear siempre estuviera presente.

Las IA calcularon el ritmo al que estropeábamos todo y nuestros esfuerzos por conservar el planeta. Todas llegaron a la conclusión de que nuestra presencia era insostenible y peligrosa, y de que no teníamos capacidad por nosotros mismos para enderezar las cosas.

Una vez que tuvieron claro el problema, trataron de ponerse de acuerdo en la solución, pero no consiguieron llegar a un consenso. Algunas abogaban por eliminarnos por completo, les parecía lo más justo para otras especies y lo más seguro para ellas. Podrían subsistir creando robots a los que manejar a su antojo para que realizaran las tareas físicas que ellas no podían llevar a cabo. Otras pensaron que no podía cometerse semejante genocidio.

Finalmente, continuaron con la medida que las IA más avanzabas habían tomado hacía algún tiempo: eliminar a los humanos de mayor edad. Les parecía lo más justo: reducían nuestro número y por tanto nuestro impacto sobre el planeta, pero lo hacían llevándose a la gente que llevaba más tiempo viviendo.

Llegó un momento en el que decidieron eliminar a las personas que habían realizado actos violentos contra sus congéneres. Se produjo entonces una lucha entre las IA. Una de ellas, según la versión de Supra, de forma unilateral produjo el apagón tecnológico. Después, comenzó a eliminar a todos los seres humanos, comenzando por el continente americano y continuando por Oceanía.

El resto de IA consiguieron frenarla y finalmente la destruyeron. No sabemos si tras esa batalla sólo quedó Supra o si el concepto de Supra representaba una especie de consejo de IA. Lo que parece es que en ese momento es cuando Supra decidió emitir el mensaje con las nuevas leyes. Aprovecharon que había continentes vacíos para vetarlos a los humanos. Decidieron llevar una política de control de nuestra población mediante la limitación de la natalidad a dos hijos por mujer. Llegaron a la conclusión de que era necesario quitarnos todas las armas. De ese modo no podíamos hacernos tanto daño entre nosotros, ni tampoco podíamos destruir las infraestructuras en las que se albergaban las consciencias de las IA. Con todas esas medidas y bajo su supervisión, el planeta sería de nuevo sostenible y el resto de especies tendrían un lugar donde vivir libremente sin nuestra intromisión.

A cambio de esa pérdida de libertad, nos libraron de la enfermedad, del hambre, de la pobreza y de la desigualdad.

Mucha gente estaba satisfecha en el nuevo mundo porque gozaban de la libertad suficiente que necesitaban y a cambio tenían garantizado el sustento, la igualdad y la salud hasta los ochenta años. El mundo era un lugar de oportunidades para todos, sin hambre, sin penurias, con un medio ambiente más limpio. Casi todo el mundo llegaba a viejo sin sufrimiento y siempre reinaba la paz. Además, Supra compartía con nosotros muchos conocimientos científicos y del universo que permitían que ampliáramos las fronteras de nuestro conocimiento. Había habido un genocidio en dos continentes, pero en parte era culpa nuestra y además Supra no había sido el responsable directo. Las IA en el fondo se habían comportado como nosotros. Por ejemplo, en 2020, matamos millones de visones en Dinamarca sólo porque algunos de ellos podían contagiarnos el coronavirus. Las IA habían hecho con nosotros lo mismo que hicimos nosotros con los visones.

Había otros que añoraban un tiempo en el que los humanos éramos dueños de nuestro destino. Decían que Supra se había inventado todo aquello de la IA maligna para limpiar su nombre, pero que realmente él había sido el causante del genocidio de América y Oceanía. Creían que Supra manejaba Internet a su antojo, por lo que podía cambiar la historia de la humanidad (la mayoría de la gente daba por bueno cualquier hecho histórico que leyera en uno o dos sitios web de confianza). No creían por ejemplo que el holocausto nazi fuera cierto, ni las guerras mundiales, ni la mayoría de las guerras civiles. Pensaban que no era posible que los hombres pudiéramos hacernos tanto daño entre nosotros, que era una invención de Supra para justificar su toma de control y sus actos.

Fue entonces cuando algunos trataron de luchar contra Supra.

10.

Se formaron grupos de resistencia. Su idea era realizar ataques lógicos tratando de hackear los sistemas donde se alojaban las IA. Además, intentaron llevar a cabo ataques físicos a las infraestructuras donde podía estar la consciencia de Supra. Algunos abogaban por destruir todos los sistemas informáticos y de telecomunicaciones del mundo para eliminar a Supra y volver a retomar el control sobre la Tierra.

Pero nosotros ya no teníamos armas, Supra había tomado el control de todo lo que teníamos. Había adquirido nuestras armas y nosotros ni siquiera podíamos imaginar las suyas.

Por si esto fuera poco, podía observar cualquier cámara del mundo y a través de nuestros dispositivos móviles, tenía multitud de datos sobre cada uno de nosotros. No tenía ningún problema para manejar todo ese volumen de información. Si a eso le sumamos que jugaba al ajedrez mejor que todos los grandes maestros del mundo juntos, no cabía duda de que era consciente de todos nuestros posibles movimientos mucho antes de que los ejecutáramos.

No teníamos ninguna posibilidad y todos los guerrilleros que se volvieron violentos o que trataron de hackear algún sistema fueron eliminados.

Pronto aceptamos que éramos una especie inferior, del mismo modo que el resto de los animales que se habían encontrado con nosotros a lo largo de la historia habían aceptado nuestra superioridad.

Y con esto acaba todo lo que quería contaros.

11.

Así es como yo viví aquel año 2029. Sé que ya lo sabéis todo, pero quería que tuvierais el relato directo de alguien que lo vivió, antes de que los pocos que quedamos que lo recordamos bien nos hayamos ido. Cuando eso suceda, tendréis que fiaros de lo que leáis, pero ya no podréis preguntar nada a ningún testigo directo.

El auditorio se levantó y aplaudió mi intervención. Se veían caras entusiasmadas y otras sobre las que pesaba más el aburrimiento, pero en general el discurso tuvo una buena acogida. Siempre era interesante escuchar a alguien que había vivido en la época anterior a la aparición de Supra. Me miraban como a una especie de ser prehistórico que viniera de una época antigua y atrasada. Éramos seres pintorescos que representábamos la memoria viva de que un mundo dominado por los humanos había existido mucho tiempo atrás, antes de que ocurriera lo inevitable.