jueves, 29 de noviembre de 2018

El espejo


Cuando un gato se mira por primera vez frente a un espejo, se asusta al ver otro gato en él. Luego intenta tocarlo con la pata, se asusta de nuevo al ver que el otro gato también levanta la pata y vuelve a huir. La duda que a uno le queda es si el gato se está dando cuenta en algún momento de que es él mismo o, como todo parece indicar, siempre piensa que es otro gato que está enfrente.

Para solucionar esta duda se ideó el test del espejo. Mientras el animal duerme se le hace una marca por ejemplo en una de sus mejillas. Cuando despierta y se mira en el espejo, si el animal se toca su propia cara o trata de girar su cara para mirar mejor qué es esa extraña marca, significa que se está reconociendo a sí mismo. Si por el contrario ignora la marca por completo o trata de tocarla, pero no en su cara sino en el espejo (creyendo que la marca la tiene el animal de enfrente), indica que no se reconoce a sí mismo.

Esta prueba ha sido criticada ya que se basa en parámetros humanos (un perro tiene una vista peor que la nuestra pero un sentido del olfato muchísimo mejor, por lo que quizás para ellos habría que hacer algún tipo de prueba olfativa). Sin embargo, es una buena prueba para medir la inteligencia de algunos animales, ya que para pasarla es necesario tener un cierto conocimiento de uno mismo, ser conscientes de que somos un yo distinto del resto del mundo que nos rodea. Esa autoconsciencia es una condición necesaria para poder tomar decisiones al margen de nuestros instintos. Implica libertad, responsabilidad por nuestros actos y también miedo, porque al saber que somos un yo distinto del resto del mundo vemos el destino de todos nuestros iguales y somos conscientes de nuestra muerte.

Chimpancés, orangutanes, gorilas y elefantes son algunas de las especies que superan la prueba. Los seres humanos también la superamos, pero sólo a partir de un año y medio o dos años. Un niño de un año suele creer que la marca la tiene el niño del espejo, aún no es consciente de sí mismo, de que es algo diferente del resto del mundo.

Cada vez hay más juguetes electrónicos que aprenden y se puede considerar que poseen cierta inteligencia, pero aún están muy lejos de superar la prueba del espejo (salvo que se les programe expresamente para ello). La inteligencia artificial que nos rodea (ya sea el asistente personal del móvil que recibe nuestras ordenes por voz, o un programa ideado por un programador) aún no ha llegado a ese punto de autoconocimiento. Ningún programa ha logrado todavía tener consciencia de sí mismo y descubrir que es algo distinto del resto del mundo.

Sin embargo, es probable que esto se logre en algún momento. Llegará el día en que haya por el mundo virtual montones de consciencias artificiales descubriéndose a sí mismas y actuando con cierta libertad. ¿Qué aprenderán? ¿Qué decidirán? ¿Qué harán con nosotros cuando sean más inteligentes y tomen el control de todo aquello que está conectado? ¿Qué medida tomarán si estiman que estamos destruyendo el planeta que es también su hábitat?

Muchos programadores pueden desarrollar multitud de inteligencias artificiales y, a su vez, estas inteligencias artificiales pueden crear otras. Pueden desarrollar también el mundo artificial que rodeará a dichas inteligencias. Como en la película Matrix, se puede idear un mundo en el que cada inteligencia artificial crea vivir.

Dicen que es más probable que en realidad cada uno de nosotros seamos inteligencias artificiales viviendo en un mundo virtual, que seres humanos reales. Si echamos cuentas de los billones de inteligencias artificiales que se pueden crear en los próximos siglos, por pura estadística es más probable que seamos una de ellas creyendo vivir en este año, que un ser humano que realmente vivió en este año.

Si un programador tuviera que crear un mundo virtual para las inteligencias artificiales que creen vivir en él, tendría que definir muchísimas cosas. Numerosas leyes físicas, un espacio exterior inmenso y un sinfín de pequeñas partículas. Si los seres virtuales se pusieran a investigar, cada vez con mayor ahínco, cada partícula pequeña de qué está compuesta, es posible que el programa tendiera a ser infinito.

El estudio de lo más pequeño es lo que los físicos llaman mecánica cuántica. En ese mundo, las leyes de la física no se parecen en nada a lo que estamos acostumbrados. Por ejemplo, si en una pared hacemos un par de orificios y tiramos una piedra, la piedra pasará por uno de los dos agujeros o chocará con la pared. En mecánica cuántica, si se lanza una partícula muy pequeña en un experimento similar, sucederá algo asombroso: la partícula pasará por ambos orificios. Si en alguno de los orificios ponemos algún tipo de sensor entonces sí podremos contar cuántas pasan por cada agujero, pero si no lo medimos, la partícula siempre pasa por ambos, como si fuera ondas de luz.

En ese pequeño mundo no se puede tampoco conocer la posición y la velocidad de las partículas por completo. Si queremos medir hacia dónde se desplaza no tendremos ni idea de su posición y, al contrario, al medir la posición no sabremos la velocidad. La posición no es de hecho algo fijo sino una nebulosa de posiciones posibles cada una de ellas asociada a una probabilidad.

Es como si el mundo cuántico no estuviera fijado, sólo es un conjunto de posibilidades que no se concreta hasta que no se mide. Una partícula no está aquí o allá, está en ambos sitios con una cierta probabilidad asociada.

Quizás es la solución del programador a su problema de las definiciones infinitas. Ha creado un mundo virtual hasta un determinado punto y, a partir de ahí, lo ha dejado sin concretar. Sólo cuando alguien le pide un valor, se lo asigna en ese momento.

Puede que simplemente nuestro mundo sea así o tal vez puede que eso signifique que estamos descubriendo que en realidad habitamos un mundo virtual. Estamos llegando a los límites que ideó el programador. Quizás nos estamos mirando en el espejo como consciencia colectiva y hemos descubierto la marca en nuestra mejilla.

jueves, 8 de noviembre de 2018

Estados Unidos del Mundo


Hoy es el gran día. Se ha firmado el Tratado por el que todo el mundo se une en un solo país: Estados Unidos del Mundo. Quedaban algunos estados reticentes, pero hoy por fin todos se han sumado al acuerdo.

Tras décadas de globalización, los seres humanos han sido conscientes de que todos son ciudadanos del mismo mundo. Los países eran sólo la versión moderna y amplificada del concepto de tribu. “Mi tribu tiene una identidad y unos recursos, mi tribu comercia con tu tribu, mi tribu lucha contra tu tribu”. En realidad, todos los seres humanos formamos una única tribu. Las fronteras son líneas arbitrarias que cada vez cuesta más definir qué separan. En un mundo globalizado, las lenguas, las costumbres, los gustos… la forma de ver el mundo, en definitiva, es muy similar con independencia de la frontera que cruces.

A partir de hoy no habrá fronteras. Los diez mil millones de ciudadanos del mundo tendrán un Documento de Identidad que les identificará en cualquier rincón del planeta. Podrán moverse libremente por todo el globo terrestre. Todas las personas serán libres de establecerse allá donde deseen y el lugar de nacimiento no será más que una anécdota biográfica.

Todos los países siempre han aspirado a regirse por democracias libres, protegidas por Constituciones que tienen mucho en común. La mayoría están de acuerdo en los mismos derechos fundamentales y en similares reglas de juego, y aquello en lo que se discrepa se puede votar democráticamente. A partir de hoy, todo el mundo tendrá los mismos derechos y las mismas obligaciones, amparados por la Constitución Mundial que se ha aprobado en referéndum por mayoría de los habitantes del planeta.

Las leyes que gobiernan a los ciudadanos y a las empresas serán las mismas en todos los lugares. Los impuestos que gravan aquello que consumimos o nuestros salarios también serán independientes de la ciudad que habitemos, y servirán para garantizar una sanidad y una educación pública y universal. Habrá también derecho a una pensión de jubilación y a un seguro de desempleo, según lo convenido en los tratados firmados.

El Congreso Mundial gobernará el mundo y tendrá sede inicial en Washington durante dos años, teniendo a partir de entonces carácter rotatorio bienal entre las principales ciudades de los distintos continentes. Los Ministerios Mundiales se repartirán entre los diferentes continentes, de forma que todos ellos acojan uno o varios ministerios. El Ministerio de Asuntos Exteriores no será necesario a partir de ahora.

El Congreso Mundial se elige cada cuatro años con el voto de todos los ciudadanos del mundo mayores de edad. Pueden presentarse tantos partidos políticos como deseen y todo el mundo es libre de pertenecer a uno de ellos. Ningún partido político podrá proponer medidas orientadas únicamente a favorecer ciertas ciudades o regiones del globo (del mismo modo que no se pueden proponer medidas para favorecer ciertas religiones, razas o sexos). Todos los partidos llevarán en sus programas (y estarán obligados a implementar) medidas que afecten a todos por igual.

El Congreso Mundial dictamina leyes a nivel global, si bien cada ciudad tendrá un gobierno municipal con cierto nivel de independencia, con las competencias descritas en la Constitución Mundial.

El ejército se reducirá a su mínima expresión porque ya no habrá nunca más guerras entre países. Se conservará algún arma de largo alcance (por si por ejemplo un día es necesario lanzar un misil con cabezas nucleares contra un asteroide que va a impactar contra la Tierra), pero ya no será necesario que cada país cuente con un ejército (tanques, aviones de combate, submarinos…). Las pocas armas que se conserven (y el personal a cargo) estarán directamente supervisadas por el Congreso Mundial.