Escribió Khalil Gibran lo siguiente acerca de los niños:
Y una mujer que sostenía un niño contra su seno
pidió: Háblanos de los niños.
Y él dijo:
Vuestros hijos no son hijos vuestros.
Son los hijos y las hijas de la Vida, deseosa de sí misma. Vienen a través vuestro, pero no vienen de vosotros.
Y, aunque están con vosotros, no os pertenecen.
Y él dijo:
Vuestros hijos no son hijos vuestros.
Son los hijos y las hijas de la Vida, deseosa de sí misma. Vienen a través vuestro, pero no vienen de vosotros.
Y, aunque están con vosotros, no os pertenecen.
Podéis darles vuestro amor, pero no vuestros pensamientos.
Porque ellos tienen sus propios pensamientos.
Podéis albergar sus cuerpos, pero no sus almas.
Porque sus almas habitan en la casa del mañana que vosotros no podéis
visitar, ni siquiera en sueños.
Podéis esforzaros en ser como ellos, pero no busquéis el hacerlos como
vosotros.
Porque la vida no retrocede ni se entretiene con
el ayer. Vosotros sois el arco desde el que vuestros hijos, como flechas
vivientes, son impulsados hacia delante.
El Arquero ve el blanco en la senda del infinito y
os doblega con Su poder para que Su flecha vaya veloz y lejana.
Dejad, alegremente, que la mano del Arquero os doblegue. Porque, así como
El ama la flecha que vuela, así ama también el arco, que es estable.
Los padres inteligentes creen que sus
hijos deben ser inteligentes. Lo mismo opinan los futbolistas. ¿Cuánto
influimos en nuestros hijos tanto de forma hereditaria como por el ambiente en
el que los educamos? Para resolver estas cuestiones los científicos realizan
estudios con gemelos separados al nacer y criados en ambientes distintos. De
este modo se puede ver la influencia del entorno para personas con el mismo
ADN. También estudian hermanos no biológicos criados en el mismo hogar, para
estimar la influencia del entorno para gente con ADN diferente.
La conclusión es que tanto el ADN como el
entorno influyen, pero no tanto como creemos. Se parecen a nosotros porque
tienen nuestros genes y el entorno condiciona sus vidas, pero ninguno de los
dos factores es tan determinante como imaginamos.
Aquello que más influye en el futuro de
los niños, lo que determina en mayor medida su vida futura, es si el niño se
siente querido en esos primeros años de existencia, especialmente en sus seis
primeros años de vida. Sentir que son importantes para alguien, que se les
quiere, que se les educa, que cuando lloran entre noche porque están
asustados alguien acude a su llamada. Todo eso crea en ellos la
seguridad de que merecen ser queridos, de que se puede confiar
en otras personas. Y al contrario, aquellos que tienen la desgracia de
sufrir un entorno hostil en sus primeros años de existencia multiplican sus
posibilidades de generar ellos esa hostilidad en su etapa adulta.
No es algo determinante, es sólo una
cuestión de probabilidad, por lo que siempre habrá quien perteneciendo a un
grupo inicial se pase al otro en la edad adulta, quien haya sido querido y se
convierta en maltratador, y quien siendo olvidado se haga a sí mismo una
persona virtuosa. Pero como padres el mejor regalo que les podemos dar a los
niños es quererlos y dedicarles nuestro tiempo y atención, especialmente
en esos primeros años.
Es el tiempo en el que la flecha aún está
cargada en el arco, los años en los que se tira de la cuerda y se apunta, antes
de que la saeta salga disparada buscando su propio camino.
¿Cómo es posible que esa etapa sea tan
determinante si apenas genera recuerdos? En los dos o tres primeros años de
vida, el cerebro aún no ha desarrollado la capacidad de generar memoria a
largo plazo. Es por eso que no conservamos ningún recuerdo de esa época. A
partir de ese punto, comenzamos a almacenar
vivencias de forma duradera, aunque la mayoría conservamos sólo un puñado
de recuerdos anteriores a los mencionados seis años. ¿Cómo puede ser entonces
que nos influya tanto esa época si no recordamos lo que pasó?
La respuesta a esa pregunta es que no
es una enseñanza que se nos transmita en forma de recuerdos, sino que forma la
estructura de nuestro cerebro, crea la arquitectura con la que luego
se procesarán todas las vivencias de las etapas posteriores. El cerebro humano
no para nunca de generar nuevas conexiones neuronales, sobre todo mientras
más joven es. Así que la influencia que se genera en un niño no es porque
luego él vaya a recordar lo ocurrido, sino porque estamos
contribuyendo en la construcción de su cerebro, en crear la estructura con la que
años después interpretará el mundo.
Pero esto no se limita a los
niños, el cerebro es algo plástico, algo que cambia durante toda la
vida. Todo lo que hacemos influye en la construcción de todos los cerebros
con los que nos relacionamos, y también en la construcción de nuestro propio
cerebro. Cuando nos esforzamos en algo,
merece la pena no sólo por lo que recordemos, sino porque estamos
construyéndonos a nosotros mismos, nos estamos cambiando.
El cerebro nunca se queda estancado por completo, aunque cada vez haya
menos obreros y la construcción vaya bajando el ritmo. Es una obra que dura
tanto como nuestra vida. Nunca se es demasiado viejo para cambiar y siempre hay
que mantenerse alerta para ver cómo nos queremos construir, dónde deseamos una
reforma, dónde hace falta un retoque para tapar una grieta.
Me encanta leerte!!!
ResponderEliminar¿No formamos recuerdos durante nuestros primeros años de vida o no somos capaces de recordarlos? , - )
Por lo que tengo entendido, antes de los tres años "funciona" la memoria a corto y medio plazo, pero la memoria a largo plazo aún no. Por eso en la edad adulta no podemos recuperar ningún recuerdo de cuando teníamos 1 año, por muy buena memoria que tengamos.
ResponderEliminarSeñor!!!
EliminarJusto me he acordado de esto que me enseñaste escuchando esto... te lo recomiendo! https://www.ivoox.com/aprendizaje-mezcla-olvido-recuerdo-audios-mp3_rf_17392362_1.html
Me encanta!!!
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