Un estudio de CSIF revela que el
45% de los funcionarios consume ansiolíticos, antidepresivos o somníferos a
diario. El 60% de los encuestados indica además necesitar ayuda psicológica, si
bien sólo el 38% la recibe. Estos porcentajes son sensiblemente superiores a
los de la población general, en un colectivo en el que a priori la ausencia de
miedo a la pérdida del empleo parece que debería hacer que su salud mental fuera
mejor frente a otros colectivos en situación más precaria.
Decía Schopenhauer, filósofo que
no ha pasado a la posteridad por su optimismo, que “la vida humana oscila como
un péndulo entre el dolor y el aburrimiento”. El ser humano tiene deseos que si
permanecen insatisfechos provocan sufrimiento, pero si se satisfacen, pronto
desembocan en aburrimiento. Sólo experimentamos felicidad mientras el péndulo
oscila entre una y otra posición, pero esta felicidad es necesariamente efímera
porque el péndulo nunca se detiene en los puntos intermedios.
Podemos intentar aplicarlo a una
persona que no tiene trabajo, lo que le provoca sufrimiento. De repente,
consigue un empleo en una empresa, por lo que experimenta una gran alegría, el
péndulo ha abandonado la posición de sufrimiento y en su tránsito provoca
felicidad.
Pasado un tiempo, especialmente
si el trabajo es monótono y repetitivo, empieza a caer en el aburrimiento. El
tedio le asfixia poco a poco y sólo el alivio de las vacaciones y los días
libres dan sentido a su vida.
Entonces, rumores de fusión de su
empresa, de cambios físicos en las oficinas que provocan traslados, de posibles
ERE que implican despidos, generan inquietud y sacan del aburrimiento a nuestro
empleado. Al salir de la posición de aburrimiento, al principio provocan algo
de felicidad por el hecho de romper la monotonía. Las conversaciones entre
compañeros se vuelven más interesantes e incluso el empleado sueña con las
nuevas actividades que emprendería en su vida si se quedara sin trabajo. Siente
de nuevo la libertad.
Pero pronto el péndulo se sitúa
en la posición de sufrimiento. El miedo a perder el trabajo se apodera de
nuestro empleado, siente el peso de los gastos a los que no podría hacer frente
si sus miedos se materializaran.
En este punto, la empresa
garantiza todos los trabajos o se produce un ERE, pero a él no le afecta. De
nuevo siente la felicidad y valora su empleo como no lo hacía en mucho tiempo.
El péndulo está oscilando una vez más entre el sufrimiento y el aburrimiento, y
durante un tiempo, nuestro empleado será feliz antes de caer de nuevo en el
tedio.
El péndulo de los funcionarios
está eternamente detenido en la posición del aburrimiento y nunca oscila. La
felicidad sólo se presenta en el instante inicial de obtener la plaza, pero una
vez transcurridos los primeros meses o años, el péndulo llega a la posición de
aburrimiento y se detiene ahí para siempre. Al no existir miedo a la pérdida
del empleo, éste se deja poco a poco de valorar. El péndulo nunca oscila hacia
el miedo y por tanto no puede oscilar de nuevo al aburrimiento, han
desaparecido esos puntos intermedios que producían la efímera felicidad.
El funcionario no sueña con dejar
su empleo y buscar otro, ni con las ideas que emprendería si tuviera que
empezar de cero, porque uno no puede abandonar algo que sabe que es seguro,
aunque se sienta encerrado dentro.
Puede que el péndulo de
Schopenhauer aplicado al mundo laboral nos ayude a explicar, aunque sea en un
pequeño porcentaje, alguna de las causas que motivan los malos datos de salud
mental reportados por los funcionarios. Y cómo a veces, los privilegios se
pueden volver contra nosotros mismos y la fortaleza que creemos que nos protege,
se puede convertir en nuestra prisión. Sólo nos queda luchar por acondicionarla
y valorarla, para tratar de simular que el péndulo se sigue moviendo.
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