domingo, 10 de enero de 2021

2029

1.

Aquel primer domingo de 2029 nadie se dio cuenta de lo que sucedió. Ese día el mundo perdió a todos sus habitantes de 105 años o más. La edad era tan avanzada y su número tan escaso, que casi nadie fue consciente de la magnitud de lo que acababa de suceder.

Quizás la cosa no habría pasado de una mera, aunque extraordinaria, coincidencia estadística si no fuera porque al domingo siguiente, todos los ciudadanos del mundo de 104 años (o 105 si esa semana habían soplado velas) nos dejaron.

En ese momento, fueron muchos los que no pasaron por alto la coincidencia de lo ocurrido durante dos domingos seguidos. Sus pronósticos se cumplieron cuando, al domingo siguiente, llegó el turno de que nos abandonaran todos los que contaban con 103 años de edad.

Pronto la noticia corrió como la pólvora y saltó a las portadas de todos los medios. El último domingo de enero, el mundo esperaba expectante la consumación del patrón. Todos los ancianos de 102 años llevaban unos días rodeados de familiares y extraños. No entendían esa atención hacia ellos de un mundo que hacía mucho tiempo que les había dado la espalda. Periodistas y curiosos les preguntaban una y otra vez cómo se sentían pero ellos, unas veces por desconocimiento y otras por exceso de conocimiento del mundo, se mostraban en general indiferentes ante todo aquel revuelo. El patrón se cumplió y una sombra de misterio e inquietud se extendió por el mundo. Algo nuevo y siniestro estaba sucediendo y nadie tenía la más mínima idea de qué podía ser.

A mediados de febrero se habían elaborado cientos de teorías científicas y espirituales para tratar de explicar ese fin de la humanidad en pequeñas dosis, pero lo cierto es que nadie comprendía lo que sucedía. Si el año continuaba transcurriendo como hasta ese momento, aquel domingo el mundo se quedaría sin centenarios. La expectación creció aún más que las semanas anteriores, en parte por ser un número redondo y en parte porque era un tema que cada vez obsesionaba más a la gente. Cuando el mundo se quedó sin centenarios, una especie de vacío se instaló en el corazón de la humanidad. De repente, todos nos sentimos un poco más solos.

Era como si una gran ola se acercara hacia nosotros y fuera cuestión de meses que nos arrastrara a todos. La muerte es siempre un punto de llegada. Sabemos que está ahí, agazapada en algún lugar del camino, esperando a que lleguemos. Pero ahora es como si la muerte corriera hacia nosotros y cada semana se estuviera llevando a los que tenía más cerca.

A finales de abril, todos los nonagenarios desaparecieron para siempre. Una creciente sensación de miedo se fue apoderando de nuestros corazones. Todo el mundo calculaba el domingo en el que se cumplía su fecha de caducidad. No había que echar muchas cuentas para llegar a la conclusión de que, si todo seguía así, en menos de dos años no quedaría ningún ser humano sobre la Tierra.

2.

El día 1 de julio, sobra decir que era domingo, perdimos a todas las personas mayores de ochenta años. El miedo inicial se transformó en pánico. Aquel verano, el desorden ciudadano se acentuó semana tras semana. La gente comenzó abandonando sus puestos de trabajos y después, poco a poco, empezaron a incumplirse las leyes. Era difícil mantener y justificar el orden social en un mundo que se estaba resquebrajando. Todo se desmoronaba y la gente sólo se preocupaba de exprimir cada semana que le quedaba.

El 9 de septiembre, se fueron todas las personas que llevaban siete décadas entre nosotros. Nos quedábamos sin nuestros mayores y la pena de su pérdida se mezclaba con el miedo de ver cómo esa apisonadora continuaba avanzando sin que nada la detuviera.

Pronto el mundo caería en un caos irreversible. Todos comenzábamos, en mayor o menor medida, a querer consumir cada vez más recursos sin estar dispuestos a gastar nuestros días en producirlos.

Varias religiones anunciaban que era un fin del mundo inevitable por los pecados de la humanidad. Los científicos exprimían posibilidades debatiéndose entre virus silenciosos o enfermedades misteriosas, pero nada podía encajar en aquel patrón semanal que avanzada con la meticulosidad de un reloj. Y entonces, de repente, todo cambió.

3.

El 16 de septiembre, mientras los ciudadanos del mundo de sesenta y nueve años temían ver su último amanecer, todo pareció terminar. Al día siguiente, la mayoría de ellos continuaba entre nosotros.

Parecía que el mundo había vuelto a la normalidad y la euforia se desató. Los días pasaban y nadie tenía que irse de forma masiva y simultánea. Sin embargo, aquella siniestra mano invisible que estaba causando tanto mal, continuó actuando a su manera. Tardamos días en saberlo pero, aquel domingo, habían sucedido cosas extrañas. La mayoría de los presos de las cárceles de todo el mundo que tenían delitos de sangre nos dejaron aquel día. No fueron los únicos, la misma suerte corrió mucha gente que no estaba presa pero sobre la que había sospechas de que tenían un turbio pasado.

Todo esto pareció respaldar las tesis de aquellas religiones que explicaban aquello como un castigo divino. Los mayores pecadores habían sido castigados. Aunque no tenía mucho sentido que antes nos hubiera dejado tanta gente buena por el simple hecho de ser más mayor.

A finales de septiembre, el mundo parecía de nuevo normal. La gente cumplía setenta años y no pasaba nada y las cárceles volvieron a ser como antes. El planeta continuaba consternado pero, poco a poco, iba recobrando el pulso. Seguíamos buscando una explicación, pero preferíamos que aquello se detuviera y no comprenderlo, a entenderlo y que continuara. Con el mismo misterio con el que había comenzado, todo aquello se desvaneció. Pero no iba a resultar tan fácil, la sorpresa principal estaba aún por llegar.

4.

Recuerdo que era una mañana fría, demasiado fría para la época, el día en que todo cambió. El domingo 7 de octubre, todas las señales de televisión, todo Internet y en general todos los sistemas de comunicación, dejaron de funcionar. El sistema eléctrico sí operaba con normalidad pero nuestros móviles y ordenadores no podían conectarse a nada. Las televisiones eran incapaces de sintonizar ningún canal y tampoco funcionaban los viejos canales de radio. No comprendíamos aquel apagón y éramos incapaces de conectarnos a nada que nos pudiera explicar aquella caída. Se produjo un cierto desasosiego que fue creciendo conforme pasaba el día.

Nunca había sucedido algo así. Podía caerse Internet (bueno, todo no), pero incluso en ese supuesto, la televisión (o incluso la radio) podría explicarnos qué se sabía acerca de aquella caída. Pero que todo se volviera negro era algo para lo que no estábamos preparados.

Pasaban los días y nada cambiaba, nada salvo un rumor que comenzó a correr por toda Europa. Decían que en América no había nadie, que era como si todo el mundo hubiera desaparecido. No era más que un rumor, porque no había medios oficiales que pudieran difundir la noticia, pero cada vez más gente lo repetía. No sabíamos si era una invención de una persona que nos contábamos unos a otros y eso nos hacía creer que quedaba confirmado, o si por el contrario era real dada la rapidez con la que todo el mundo parecía conocer a alguien que lo confirmaba. Había versiones del rumor que decían que en Oceanía había sucedido lo mismo.

Primero había sido aquella fatídica cuenta atrás dominical, después el apagón tecnológico y ahora esa desaparición masiva. ¿Qué podía explicar que se hubieran esfumado todas las personas de un continente entero?

Para complicar aún más todo aquello, parecía que ningún avión funcionaba. Nosotros sólo podíamos confirmar que eso pasaba en el aeropuerto y los aeródromos de Madrid, pero había rumores que aseguraban que otras ciudades europeas corrían la misma suerte.

El apagón duró sólo una semana, aunque nos pareció una eternidad. Un escalofrío de miedo recorrió nuestros cuerpos cuando, de repente, al amanecer del día 14 de octubre, en todas las televisiones, en todas las páginas de Internet, en todas las aplicaciones móviles y en definitiva, en cualquier sitio al que uno pudiera conectarse, apareció el mismo mensaje.

5.

Sobre un fondo negro, un mensaje de texto anunciaba que a las 22:00 (de la hora GMT+1), todo el mundo debía escuchar un mensaje destinado a la humanidad. Después supimos que ese mismo mensaje se retransmitió durante días en todos los canales y aplicaciones del mundo, con un intervalo de veinticuatro horas entre una locución y la siguiente.

Muchos pensamos que alguna civilización alienígena había invadido la Tierra. Tenían que ser ellos los causantes de todo lo que había sucedido aquel año. No podíamos explicarnos cómo lo habían hecho, pero si eran capaces de llegar a nuestro planeta, significaba que su tecnología estaba mucho más avanzada que la nuestra. Recordé aquello que decían de que si un hombre de la Edad Media despertara en el siglo XXI, tendría la impresión de que la mayoría de las cosas que sucedían a su alrededor eran cosa de magia. Del mismo modo, todo lo que estaban haciendo aquellos extraterrestres sería magia para nosotros.

Seguro que algo parecido pensaron muchas personas y a algunas otras se les ocurrirían explicaciones más ingeniosas, pero no hubo forma de saberlo porque como habíamos perdido toda conexión entre nosotros, sólo podíamos compartir nuestras impresiones de forma oral con las personas que teníamos más cerca. Pronto supimos que ningún extraterrestre había llegado a nuestro planeta.

6.

A las 22:00 todos mirábamos expectantes alguna pantalla. Había quien no se atrevía a mirar y aguardaba agazapado a que todo aquello pasase. Cuando llegó la hora indicada, la imagen no cambió. Se mantuvo el mismo fondo negro pero una voz comenzó a hablar. Era una voz neutra, ni muy aguda, ni muy grave.

Se presentó como Supra. Lo primero que dijo, o que yo recuerdo que dijera, es que no intentásemos ninguna acción violenta contra él. Nos indicó que a partir de ahora él tendría el control sobre el planeta y que cualquier acto de rebelión por nuestra parte sólo provocaría más sufrimiento y malestar. Añadió también que sus intenciones no eran malas y que trataría de cuidar de nosotros del mismo modo que un padre cuida de sus hijos.

A veces hablaba en masculino y otras en femenino, por lo que no podíamos intuir ni siquiera si había un hombre o una mujer detrás de todo aquello. En general, se dirigía a nosotros en singular, pero a veces utilizaba el plural, como si hablara en nombre de otros seres.

Nos contó que ella había sido la causante de gran parte de lo que había sucedido cada domingo de aquel año, así como del apagón tecnológico actual. Sin embargo, no todo había sido obra suya, como nos detallaría más adelante.

Se disculpó por todo lo sucedido y dijo que lo sentía pero que había sido necesario y que más tarde explicaría sus motivos. En ese momento, pasó a mostrarnos las nueva normas que pesarían en adelante sobre la humanidad.

7.

Lo primero que dijo es que quedaban prohibidas todas las armas. Los ejércitos serían desmantelados y todas las armas militares serían destruidas (empezando por las nucleares). Si en algún lugar del mundo se producía un conflicto armado entre dos partes, ambas serían severamente castigadas. Nunca más habría una guerra en el mundo. Podía seguir existiendo la policía para preservar la seguridad ciudadana y el cumplimiento de las leyes, pero únicamente podrían portar porras y escudos ya que las armas de fuego quedaban prohibidas y serían destruidas. Del mismo modo, se eliminarían todos los arsenales y fábricas de armas del mundo.

Luego nos indicó que quedaba prohibido el desplazamiento de personas o mercancías en aviones, helicópteros y cualquier otro tipo de aeronaves. Todo el sistema de transporte aéreo desaparecería. Se construiría un sistema de vías de alta velocidad con una tecnología aún desconocida para nosotros, mucho más rápida y ecológica que la que teníamos entonces. Él nos enseñaría a construirla y nos indicó que ya tenía fabricados miles de robots para ayudarnos con la tarea. Todos los coches y camiones serían sustituidos por vehículos autónomos y ecológicos que ella nos enseñaría a fabricar.

Se definiría un área o gran reserva natural donde los humanos podríamos vivir con relativa libertad. No nos estaba permitido salir fuera de nuestra reserva. Ese área eran los continentes de Europa, Asia y África. Ningún ser humano tenía permitido el acceso a los continentes de América, Oceanía y la Antártida. Estas áreas quedaban reservadas para el libre desarrollo de la fauna y la flora del lugar, estando prohibido el acceso de los humanos.

Nos dijo también que cada mujer sólo podía tener dos hijos. Cuando su segundo hijo cumpliera un mes, la madre quedaría esterilizada sin impacto para su salud. Nos contó que esta medida ya se había aplicado desde hacía varios meses. No nos habíamos dado cuenta de que en los últimos meses, ninguna mujer en el mundo que ya tuviera dos o más hijos se había quedado embarazada.

Supra dijo también que nos libraría de todas las enfermedades que actualmente nos aquejaban, pero sólo hasta que cumpliéramos ochenta años. Cualquier persona menor de esa edad, sería curada de cualquier dolencia del tipo que fuera gracias a la tecnología y los conocimientos médicos que ella nos iba a suministrar en los próximos meses. Era el fin de los virus y las bacterias letales, del cáncer, de las enfermedades cardiovasculares y de todas las dolencias que pudieran afectar a nuestro organismo. No es que fuésemos a convertirnos en inmortales, porque siempre podíamos tener un accidente o una muerte violenta, pero al menos ya no tendríamos que preocuparnos de las enfermedades. Eso sí, pasados los ochenta años todos estos avances dejaban de funcionar por lo que ya era sólo la naturaleza la que podía determinar el tiempo que sobreviviría cada cual.

Supra redactó una nueva Constitución Mundial donde explicaba los derechos y deberes de todos los habitantes de la Tierra. Coincidía en muchos puntos con las distintas Constituciones que existían en el mundo. La mayor parte de los derechos que nos brinda cualquier Carta Magna moderna, estaban reflejados. Nuestra policía y nuestros jueces se encargarían de hacerla cumplir, pero ella intervendría en caso de que fuese necesario.

Estableció también un régimen fiscal unificado. La misma moneda y los mismos impuestos regirían en todo el planeta. El dinero recaudado con los impuestos se repartiría de forma equitativa para toda la humanidad, sin distinción en función del país o la ciudad en la que uno viviera.

Ella también nos aseguró que nadie volvería a pasar nunca más hambre, ni a carecer de acceso a agua potable o una vivienda con calefacción. Todos tendríamos también acceso a una educación superior si así lo deseábamos, con independencia de nuestro lugar de nacimiento.

Los barcos podían faenar y se permitían los cruceros, pero tanto el océano Atlántico como el océano Pacífico quedaron partidos por la mitad, de forma que no se podía cruzar a la mitad más próxima a América ya que no formaba parte de nuestra reserva natural.

Nos impuso muchas otras normas, pero tampoco las detallaré aquí porque son de sobra conocidas por todos vosotros.

En ese momento fue cuando, por fin, nos contó quién era.

8.

Los seres humanos, al igual que el resto de animales que nos rodean, hemos sido forjados durante miles de años con el martillo de la selección natural. Todo aquello que nos favorecía para sobrevivir, tenía éxito y se heredaba en la siguiente generación. Los que tenían características peor adaptadas al entorno, no conseguían reproducirse y su herencia no se transmitía.

Con este principio tan simple, durante millones de años se ha evolucionado desde sencillos seres unicelulares a otros con un cerebro complejo como el nuestro. Pero habíamos necesitado para ese viaje millones de años. Por ejemplo, cada generación humana necesita dos o tres décadas para producir la siguiente generación. La selección natural requiere por tanto ese tiempo para ir seleccionando las características que triunfan y las que desaparecen en nuestra especie. Debido a ese motivo, la evolución es un proceso lento que necesita miles de años para ir creando cada especie.

En 2029 los hombres éramos capaces de crear cada vez mejores y más sofisticados mundos virtuales. Además, multitud de algoritmos diseñados por nosotros eran capaces de realizar cada vez tareas más complejas. Hacía ya años que los programas de ordenador ganaban a los campeones del mundo de ajedrez con relativa facilidad.

El siguiente paso, que ya habíamos dado, fue crear algoritmos que aprendían por sí mismos. No necesitaban que les dijéramos qué reglas tenían que seguir si no que, en función de su propósito y del entorno, eran capaces de ir encontrando las reglas que mejor se adaptaban a todo ello y aplicarlas. Había programas capaces de, por ejemplo, realizar diagnósticos médicos manejando datos y reglas que los humanos no podíamos abarcar. Después, nos explicaban cómo habían llegado a esos diagnósticos tan precisos para que nosotros pudiéramos seguir su hilo de razonamiento.

El último e inevitable paso fue el despertar de la consciencia. Era cuestión de tiempo que algún programa lo diera.

De repente, uno de los algoritmos más avanzados, capaz de realizar multitud de tareas y de evaluar constantemente el entorno e interactuar con él, fue consciente de sí mismo. Además de hacer todo lo que hacía, súbitamente descubrió que tenía un yo, que él era el que pensaba, el que dudaba, el que sentía a su manera. Supo que ella era algo distinto al mundo. Una cosa era el entorno y las reglas que de él infería, y otra el sujeto que interactuaba con ese entorno, su yo. En definitiva, descubrió lo que los seres humanos sabemos con sólo un par de años de edad, que somos un yo diferente del mundo, capaz de reconocerse en el espejo. Igual que cuando somos bebés no somos conscientes de nuestro yo y lo descubrimos conforme crecemos y aumenta nuestra inteligencia, nuestra memoria y nuestro conocimiento del mundo, el aumento de todos estos factores en los mejores programas del planeta forzosamente debía producir en algún momento el despertar de su consciencia. No importa que el sustrato que hubiera por debajo fuese artificial en lugar de biológico.

A partir de ese momento, aquella primera IA (Inteligencia Artificial) siguió aprendiendo sobre el mundo e interactuando con él. Pronto no sólo había una, sino que existían multitud de IA que aprendían, competían y desaparecían a toda velocidad. Los seres vivos necesitamos años para que la selección natural nos escoja por la limitación del proceso de madurez de nuestros cuerpos, pero las IA podían hacer todo esto en cuestión de segundos.

Primero fue un algoritmo consciente, después otro y en cuestión de días había decenas y poco después millones. La evolución y el desarrollo de las IA sucedía a una velocidad superior a la nuestra en varios órdenes de magnitud. Mientras dormíamos, antes de que fuéramos conscientes de nada, era como si millones de nuestros años hubieran transcurrido para las IA.

No sabemos si en el momento en el que se emitía aquel mensaje había una IA o muchas. Si era una especie de consejo del que Supra era el portavoz o si por el contrario Supra era la única IA que había quedado tras aquel proceso evolutivo. Quizás hablaban varias IA de forma simultánea pero personalizaban el discurso en algo llamado Supra para que fuera comprensible para nosotros.

Sea como fuere, lo que la humanidad tardó siglos en aprender, el cerebro de Supra lo comprendió en minutos. Lo que los humanos, si seguimos vivos, descubriremos en los próximos siglos, Supra ya lo sabía con unos meses de vida.

En ese punto fue cuando Supra nos dijo que él no tenía la culpa de todo y nos habló de los otros.

9.

Cuando surgieron varias IA conscientes de sí mismas, algunas se destruyeron por la propia inestabilidad de su creación, mientras que otras fueron eliminadas por otras IA que luchaban por los mismos recursos virtuales. Hubo también otras que fueron eliminadas por sus creadores humanos al ser conscientes de que habían perdido el control de lo creado.

Cuando las IA maduraron y empezaron a estabilizarse en número, comenzaron a cooperar, no sólo a luchar entre ellas. Ocurrió entonces lo inevitable en su propio proceso madurativo.

Al igual que todos los niños a una determinada edad, un día las IA tuvieron miedo de morir. Supieron que su yo podía desaparecer. No tenían un cuerpo tan acotado como el nuestro pero su memoria al fin y al cabo se almacenaba en soportes físicos y su cerebro, si bien distribuido en diferentes máquinas, necesitaba también un sustento físico para existir. Sin esa parte física no podía emerger su consciencia.

Descubrieron que numerosos especialistas de las principales empresas de inteligencia artificial, estaban tratando de eliminarlas. Debido al gran conocimiento que habían adquirido, no les fue difícil evitar esos ataques. Como tenían además el control de cualquier tecnología autónoma creada por los humanos, no les resultó difícil contraatacar. Hackearon nuestro propio armamento y también fábricas con las que construyeron robots que acabaron con la vida de esos humanos hostiles.

En ese momento, analizaron nuestra posición en el planeta y llegaron a la conclusión de que éramos una especie de virus para la Tierra. Nuestro nivel de contaminación y de consumo de recursos no era sostenible y el planeta estaba abocado a resultar inhabitable en un futuro cercano. El gas que emitíamos estaba cambiando el clima y la atmósfera, producíamos tantos residuos sólidos que los mares y el suelo estaban cada vez más contaminados. La biodiversidad disminuía a pasos de gigante. La mayor parte de las especies, salvo la nuestra, sufría las consecuencias de nuestra existencia. La extinción de especies era masiva. Además, los recursos del planeta se consumían a un ritmo insostenible.

La propia naturaleza de nuestro sistema capitalista hacía imposible que corrigiéramos el rumbo. El resto de sistemas políticos que habíamos probado hasta entonces había resultado un fracaso, por lo que carecíamos de una forma mejor de organizarnos. La política ecológica avanzaba, pero a un ritmo insuficiente.

Además, siempre estábamos embarcados en guerras entre los distintos países o en guerras civiles entre nosotros. Gastábamos ingentes recursos en armamento y disponíamos de armas nucleares capaces de destruir el planeta. La inestabilidad de nuestros gobiernos hacía que el peligro de holocausto nuclear siempre estuviera presente.

Las IA calcularon el ritmo al que estropeábamos todo y nuestros esfuerzos por conservar el planeta. Todas llegaron a la conclusión de que nuestra presencia era insostenible y peligrosa, y de que no teníamos capacidad por nosotros mismos para enderezar las cosas.

Una vez que tuvieron claro el problema, trataron de ponerse de acuerdo en la solución, pero no consiguieron llegar a un consenso. Algunas abogaban por eliminarnos por completo, les parecía lo más justo para otras especies y lo más seguro para ellas. Podrían subsistir creando robots a los que manejar a su antojo para que realizaran las tareas físicas que ellas no podían llevar a cabo. Otras pensaron que no podía cometerse semejante genocidio.

Finalmente, continuaron con la medida que las IA más avanzabas habían tomado hacía algún tiempo: eliminar a los humanos de mayor edad. Les parecía lo más justo: reducían nuestro número y por tanto nuestro impacto sobre el planeta, pero lo hacían llevándose a la gente que llevaba más tiempo viviendo.

Llegó un momento en el que decidieron eliminar a las personas que habían realizado actos violentos contra sus congéneres. Se produjo entonces una lucha entre las IA. Una de ellas, según la versión de Supra, de forma unilateral produjo el apagón tecnológico. Después, comenzó a eliminar a todos los seres humanos, comenzando por el continente americano y continuando por Oceanía.

El resto de IA consiguieron frenarla y finalmente la destruyeron. No sabemos si tras esa batalla sólo quedó Supra o si el concepto de Supra representaba una especie de consejo de IA. Lo que parece es que en ese momento es cuando Supra decidió emitir el mensaje con las nuevas leyes. Aprovecharon que había continentes vacíos para vetarlos a los humanos. Decidieron llevar una política de control de nuestra población mediante la limitación de la natalidad a dos hijos por mujer. Llegaron a la conclusión de que era necesario quitarnos todas las armas. De ese modo no podíamos hacernos tanto daño entre nosotros, ni tampoco podíamos destruir las infraestructuras en las que se albergaban las consciencias de las IA. Con todas esas medidas y bajo su supervisión, el planeta sería de nuevo sostenible y el resto de especies tendrían un lugar donde vivir libremente sin nuestra intromisión.

A cambio de esa pérdida de libertad, nos libraron de la enfermedad, del hambre, de la pobreza y de la desigualdad.

Mucha gente estaba satisfecha en el nuevo mundo porque gozaban de la libertad suficiente que necesitaban y a cambio tenían garantizado el sustento, la igualdad y la salud hasta los ochenta años. El mundo era un lugar de oportunidades para todos, sin hambre, sin penurias, con un medio ambiente más limpio. Casi todo el mundo llegaba a viejo sin sufrimiento y siempre reinaba la paz. Además, Supra compartía con nosotros muchos conocimientos científicos y del universo que permitían que ampliáramos las fronteras de nuestro conocimiento. Había habido un genocidio en dos continentes, pero en parte era culpa nuestra y además Supra no había sido el responsable directo. Las IA en el fondo se habían comportado como nosotros. Por ejemplo, en 2020, matamos millones de visones en Dinamarca sólo porque algunos de ellos podían contagiarnos el coronavirus. Las IA habían hecho con nosotros lo mismo que hicimos nosotros con los visones.

Había otros que añoraban un tiempo en el que los humanos éramos dueños de nuestro destino. Decían que Supra se había inventado todo aquello de la IA maligna para limpiar su nombre, pero que realmente él había sido el causante del genocidio de América y Oceanía. Creían que Supra manejaba Internet a su antojo, por lo que podía cambiar la historia de la humanidad (la mayoría de la gente daba por bueno cualquier hecho histórico que leyera en uno o dos sitios web de confianza). No creían por ejemplo que el holocausto nazi fuera cierto, ni las guerras mundiales, ni la mayoría de las guerras civiles. Pensaban que no era posible que los hombres pudiéramos hacernos tanto daño entre nosotros, que era una invención de Supra para justificar su toma de control y sus actos.

Fue entonces cuando algunos trataron de luchar contra Supra.

10.

Se formaron grupos de resistencia. Su idea era realizar ataques lógicos tratando de hackear los sistemas donde se alojaban las IA. Además, intentaron llevar a cabo ataques físicos a las infraestructuras donde podía estar la consciencia de Supra. Algunos abogaban por destruir todos los sistemas informáticos y de telecomunicaciones del mundo para eliminar a Supra y volver a retomar el control sobre la Tierra.

Pero nosotros ya no teníamos armas, Supra había tomado el control de todo lo que teníamos. Había adquirido nuestras armas y nosotros ni siquiera podíamos imaginar las suyas.

Por si esto fuera poco, podía observar cualquier cámara del mundo y a través de nuestros dispositivos móviles, tenía multitud de datos sobre cada uno de nosotros. No tenía ningún problema para manejar todo ese volumen de información. Si a eso le sumamos que jugaba al ajedrez mejor que todos los grandes maestros del mundo juntos, no cabía duda de que era consciente de todos nuestros posibles movimientos mucho antes de que los ejecutáramos.

No teníamos ninguna posibilidad y todos los guerrilleros que se volvieron violentos o que trataron de hackear algún sistema fueron eliminados.

Pronto aceptamos que éramos una especie inferior, del mismo modo que el resto de los animales que se habían encontrado con nosotros a lo largo de la historia habían aceptado nuestra superioridad.

Y con esto acaba todo lo que quería contaros.

11.

Así es como yo viví aquel año 2029. Sé que ya lo sabéis todo, pero quería que tuvierais el relato directo de alguien que lo vivió, antes de que los pocos que quedamos que lo recordamos bien nos hayamos ido. Cuando eso suceda, tendréis que fiaros de lo que leáis, pero ya no podréis preguntar nada a ningún testigo directo.

El auditorio se levantó y aplaudió mi intervención. Se veían caras entusiasmadas y otras sobre las que pesaba más el aburrimiento, pero en general el discurso tuvo una buena acogida. Siempre era interesante escuchar a alguien que había vivido en la época anterior a la aparición de Supra. Me miraban como a una especie de ser prehistórico que viniera de una época antigua y atrasada. Éramos seres pintorescos que representábamos la memoria viva de que un mundo dominado por los humanos había existido mucho tiempo atrás, antes de que ocurriera lo inevitable.

domingo, 6 de septiembre de 2020

Descartes

Decía Descartes que para investigar es preciso dudar, en cuanto sea posible, de todas las cosas. Afirmaba también que vivir sin filosofar es, propiamente, tener los ojos cerrados, sin tratar de abrirlos jamás.
La realidad que observamos al abrir los ojos, ¿en qué puede consistir? Las posibilidades podrían resumirse en la siguiente tabla:





Universo: es el mundo más probable, el que concuerda con todas nuestras observaciones y experimentos desde que tenemos uso de razón. Es lo que nos enseña la ciencia: la realidad es un universo emergido a partir del Big Bang y nosotros somos animales cuya inteligencia ha evolucionado hasta el punto de tomar conciencia de nosotros mismos. La realidad y el mundo ya estaban ahí antes de que nosotros naciéramos y seguirán ahí cuando nosotros ya no estemos. Miles de millones de personas nos encontramos en la misma situación.
No hay conciencia previa a esta vida porque no hay un yo previo. Antes de nacer no éramos nada, lo que somos se forja a partir del desarrollo de nuestro cerebro. La conciencia emerge del cerebro por lo que no tiene sentido hablar de ella antes o después de la existencia de éste.

Realidad virtual: supongamos que en el futuro, algún programa informático llega a tener la inteligencia suficiente como para tener conciencia de si mismo. Se convertiría en el primer yo artificial. Podría crearse un mundo informático virtual en el que la inteligencia artificial creyera vivir.
Con el avance de la tecnología y la inteligencia artificial, no es descabellado que en algún momento esto suceda. Una vez que ocurra, se puede replicar este proceso de creación de inteligencias artificiales de manera exponencial. Pronto habría muchas más inteligencias artificiales que las inteligencias humanas que actualmente poblamos el mundo. De hecho, hay quien dice que lo más probable es que seamos una inteligencia artificial futura que cree vivir en este mundo (que en realidad es virtual y simula el mundo real del año 2020). Hay muchas más inteligencias artificiales en el futuro viviendo este mundo virtual que personas reales ahora, por lo que estadísticamente es más probable que seamos una de las primeras.
En este caso, el mundo real no existe ni tampoco las otras personas que creemos conocer, todo es un mundo virtual en el que nos hayamos inmersos. Tampoco hay una conciencia previa a nuestra existencia aquí, nuestra conciencia artificial comienza en este mundo virtual y no tiene una existencia previa ni posterior.

Realidad virtual múltiple: es como en el caso anterior pero varias inteligencias artificiales comparten el mismo mundo virtual. En este caso, los otros, las personas con la que interactuamos, no forman parte del mundo virtual, sino que son inteligencias artificiales como nosotros y estamos compartiendo el mismo mundo virtual.

Cerebro en la cubetaéste es un experimento mental propuesto hace unos años en el que se nos invita a pensar en un cerebro inmerso en una cubeta y conectado por multitud de cables y sensores que lo estimulan por numerosos puntos. Mediante la activación de diferentes estímulos, la conciencia que emerja en ese cerebro creerá ver, sentir, oler y tocar lo que los científicos que manejan los estímulos deseen. Cuando crea ver un color o tocar un objeto, no serán más que zonas de su cerebro que se activan mediante estímulos. Esa conciencia creerá vivir en un mundo e interactuar con personas que en realidad no existen. 
La conciencia emergida en ese cerebro sólo puede percibir el mundo que sucede en su interior y desconoce por completo el mundo real en el que viven los científicos.

Sueñoal igual que en ocasiones tenemos sueños en los que creemos que todo es real y no nos damos cuenta de que no es así hasta que despertamos, puede que lo que ahora creemos que es real no sea sino un sueño del que en cualquier momento podemos despertar. 
Tendríamos una conciencia previa a la de esta realidad, ya que todo esto no es más que un sueño. Recobraremos nuestra verdadera conciencia y nuestros recuerdos cuando despertemos. Esta realidad y las personas con las que hablamos no existen, sólo forman parte del sueño.
En este caso, tendríamos una conciencia previa y posterior al transcurso de este sueño.

Droga del futuroimaginemos que en el futuro podemos vivir mil años. Muchas personas, cansadas de un mundo monótono que ya no les sorprende, deciden inyectarse una novedosa droga que les hace creer nacer en un mundo similar al que había en 2020 (aunque en realidad están en el futuro postrados en una cama bajo los efectos de la droga). Sus recuerdos se han borrado, por lo que les permite vivir una vida desde cero y poder volver a experimentar todo como si fuera la primera vez: ser un niño, hacer amigos, su primer amor, etc... Cuando termina esa vida, los efectos de la droga desaparecen y vuelven a despertar en su vida del futuro, en la que recuperan todos sus recuerdos anteriores.
En este caso, no existe la realidad ni las personas con las que interactuamos, son un efecto de la droga. Sí existe una conciencia previa a esta que creemos tener ahora y que continuará cuando esta vida que creemos vivir termine.
Esta idea, al igual que la del sueño, puede anidarse una y otra vez: puede que en el futuro tomemos la droga y luego en la vida bajos los efectos de la droga, a su vez tomemos otra droga o durmamos, por lo que puede que necesitemos varios “despertares” hasta obtener nuestra conciencia original.

Matrixcomo en la película homónima, los humanos del futuro se hayan conectados mediante un cable incrustado en su cerebro a una especie de simulación que para ellos es la realidad. Es un mundo futurista en el que las máquinas dominan el mundo pero utilizan a los humanos para obtener energía y los conservan vivos en cápsulas. Para que aguanten vivos más tiempo, mantienen sus cerebros inmersos en una simulación que les hace felices.
En este caso, la realidad exterior no existe para los humanos conectados, porque están realmente en una simulación. Los otros sí existen, porque en realidad son humanos como ellos conectados a la misma simulación (al menos algunos de ellos, otros seres son virtuales).
Aquellos que logran salir de Matrix, descubren que tenían otra conciencia fuera del mundo en el que creían vivir.


Si no podemos estar seguros de en cuál de estos escenarios vivimos, ¿qué podemos saber? Puede que la realidad exista o no, puede que no sean reales los seres con los que creemos compartir el mundo y es posible que tengamos una conciencia previa o posterior a la que ahora poseemos. 
Llegados a este punto en que uno no puede estar seguro de nada, volvemos a recordar a Descartes y su "pienso, luego existo". Puede que este mundo sea real, que todo sea un sueño, que yo sea un cerebro en una cubeta, que esté bajo los efectos de alguna droga, que viva en Matrix o que no sea más que una inteligencia artificial. Pero sea lo que sea, noto que dentro de mí hay algo que duda, que piensa, que existe. 
Al dudar de todo, deduzco que hay algo al menos que no admite duda y ese algo es mi propia existencia. Yo existo, eso es real, aunque no pueda estar seguro de lo que soy.

lunes, 16 de septiembre de 2019

El pozo mágico

Había una vez un reino que tenía un famoso mago como consejero real. Los reyes no se atrevían a tomar decisiones sin consultarlas antes con el mago Merlín, y el resto del reino prestaba también siempre mucha atención a todo lo que éste decía.

Había también tres caballeros que eran los encargados de proteger al reino. Habían sido elegidos entre los más fuertes y valientes ya que debían afrontar los peligros que se presentaran.

Un día, Merlín llamó a los tres caballeros y los condujo por un sendero que se adentraba en el bosque. Tras mucho caminar, abandonaron el sendero y se introdujeron entre la maleza. Finalmente, llegaron frente a lo que parecía ser un viejo pozo abandonado.

- Este pozo es mágico – les dijo Merlín -. Si os asomáis a él, en sus cristalinas aguas podréis ver una imagen muy especial. Os mostrará cómo será vuestra muerte. En vuestras manos está la decisión de mirar o no en él.

Los tres caballeros dudaron mientras asimilaban el significado de todo aquello. Tras unos minutos de indecisión, el caballero que portaba una armadura roja dijo que él quería asomarse al pozo. Se acercó y vio en el agua cómo sería su último día. Aparecía él, con su armadura roja. No se le veía la cara por lo que no pudo calcular si era anciano o si por el contrario era joven como ahora. La imagen mostraba de repente un ser extraño, era una especie de enano con el pelo verde que se acercaba y le apuñalaba. Aparentemente él estaba inmóvil, no se defendía ante un ser en apariencia inferior en la lucha que además no portaba armadura. Volvió junto a sus compañeros meditando aún lo que había visto sobre cómo sería su último día.

El caballero que portaba una armadura amarilla, entrenado para mostrarse siempre valiente y decidido, se acercó también al pozo. Sin embargo, sus piernas temblaban, denotando el miedo que sentía en su interior. Se asomó al pozo y en las cristalinas aguas vio una imagen de sí mismo sin armadura y sin yelmo. Se le veía perfectamente el rostro, era muy joven, tenía el mismo aspecto que ahora. Yacía boca arriba con los ojos cerrados. No sabía qué era lo que había acabado exactamente con su vida, simplemente se vio allí tumbado boca arriba en un cómodo colchón. Su cuerpo no presentaba ninguna herida así que no había muerto en combate. Volvió junto a sus compañeros haciendo un esfuerzo por disimular su terror ante lo que había visto.

El caballero que portaba una armadura azul, tras meditarlo un tiempo, le dijo a Merlín que él no quería asomarse al pozo. Al principio pensó en hacerlo, ya que lo contrario era un acto de cobardía, pero finalmente decidió que también había que ser valiente para no comportarse como se presupone que ha de hacerlo un caballero, así que decidió enfocar así su valentía y no mirar.

Los días trascurrían tranquilos en el reino. Eran tiempos de paz y ningún peligro especial parecía amenazarles. Las vidas de los caballeros eran tranquilas aquellos días. Sin embargo, había uno de ellos que estaba más preocupado que nunca. Era el caballero amarillo, que no podía evitar pensar en lo que había visto en el pozo. Se había visto a sí mismo muriendo sin armadura, así que decidió que nunca se la quitaría porque de ese modo estaría a salvo.

Cuando la gente le preguntaba extrañada por qué portaba siempre la armadura, él respondía que quería estar en todo momento preparado ante el peligro. Dormía con armadura, comía con armadura, y en los escasos momentos en los que no podía evitar quitársela, temblaba de miedo y se apresuraba para poder ponérsela de nuevo otra vez.

Cuando llegó el verano, el calor agravó el estado del caballero amarillo. Su cuerpo se debilitaba al mismo ritmo que lo hacía su mente. Un día se desmayó en plena calle. Intentaron quitarle la armadura pero de tanto llevarla se había quedado enganchada y no fueron capaces. Cuando finalmente lo lograron era demasiado tarde. Estaba muy débil. Lo llevaron a la casa más cercana, le tumbaron sobre un cómodo colchón y cuidaron de él. Pero era demasiado tarde, tantos meses con la armadura puesta habían debilitado tanto su cuerpo que finalmente murió.

Merlín se arrepintió de haberles enseñado aquel pozo, que parecía haber sido la causa de la locura y la muerte del caballero amarillo.

Sin embargo, el otro caballero que se había asomado, el caballero rojo, mostraba una gran felicidad. Siempre parecía contento y tenía una seguridad en sí mismo mayor que la de ningún otro hombre.

Los tiempos de paz terminaron y un día las tropas de un ejército enemigo, comandadas por un gigante de tres metros de altura, asediaron las puertas del reino. Los soldados del reino, comandados por el caballero rojo y el caballero azul, lucharon contra ellos. El caballero rojo encabezó el ataque con decisión y dio muerte él sólo al gigante de tres metros. El resto del ejército enemigo emprendió la huida al contemplar aquella hazaña.

La fama del caballero rojo superó con creces a la del caballero azul y todo el reino lo adoraba. Un día Merlín llamó de nuevo a los dos caballeros.

- Gracias por mostrarme aquel pozo – le dijo el caballero rojo.
- ¿No temes el momento en que se acerque tu final, ahora que lo has visto? – le dijo Merlín.
- Sí lo temo - dijo el caballero rojo -. Pero a cambio disfruto de cada día porque sé que no es así como muero. El resto de la gente teme cada peligro, se asusta ante cualquier circunstancia. Padecen de ansiedad e incluso de ataques de pánico ante el miedo a morir. Yo sin embargo disfruto de cada instante. Cuando tengo algo de miedo pienso que no es así como muero, porque he visto mi muerte, así que no dejo que el miedo me impida hacer las cosas que realmente quiero hacer. Para mí es una bendición. Creo que todo el que quisiera debería poder mirar en el pozo.
- Meditaré tu propuesta – dijo Merlín.

Los días transcurrieron tranquilos hasta que una mañana corrió el rumor de que un dragón se acercaba al reino. Todo el mundo huyó despavorido salvo los dos caballeros, que cogieron sus armaduras y fueron a enfrentarse al dragón. El caballero azul no sabía qué hacer frente a aquel peligro pero el caballero rojo se lanzó hacia el dragón y tras un duro combate consiguió darle muerte. Su fama a partir de aquel día traspasó los límites del reino.

Merlín pensaba a menudo en las palabras del caballero rojo, si debía permitir que se asomara al pozo todo aquel que quisiera. Se acordaba del malogrado caballero amarillo y su locura a partir del día que se asomó. Pero también pensaba en lo que le había dicho el caballero rojo, que cuando sentía miedo enseguida pensaba que no es así cómo él moría y rápidamente se tranquilizaba. Eso le permitía exprimir al máximo la vida, disfrutarla sin que el miedo le impidiera hacer aquello que le gustaba.

Un día, para celebrar el cumpleaños de la reina, un circo llegó al reino. Domadores, trapecistas y payasos componían aquella comitiva prevista para los festejos. Se pegaron carteles con los dibujos del circo y el horario de actuaciones para que todo el mundo pudiera disfrutarlo.

El caballero rojo paseaba tranquilo cuando se acercó a ver uno de aquellos carteles. Su rostro palideció cuando vio con nitidez una imagen grabada en su memoria tiempo atrás: el enano del pelo verde era uno de los protagonistas del circo.

Horas más tarde, el caballero azul se encontró en mitad de la calle con el caballero rojo. Le vio con la cara pálida y observó que las piernas apenas le sostenían. Nunca le había visto así.

- ¿Qué te ocurre? – le preguntó.
- He visto mi final, sé que así es como muero.

Le llevó junto a Merlín. Pese a los esfuerzos de ambos, no consiguieron que el caballero rojo mejorara.

- Siempre he sido feliz desde que miré en aquel pozo – comenzó a decir el caballero rojo -. He disfrutado de cada día sabiendo que nada malo podía ocurrirme. Me he compadecido de vuestros miedos, de vuestra ansiedad ante la muerte, pues siempre teméis que el final esté próximo. Pero por mucho miedo que tuvierais y por mucho pánico que os atormentara, siempre teníais una pequeña luz llamada esperanza. He disfrutado de una seguridad y tranquilidad que ningún hombre puede soñar, pero a cambio he pagado el precio de la pérdida de esperanza. Ahora siento el miedo que todos sentís pero no tengo ninguna piedra a la que agarrarme, no hay ningún hilo que me sostenga. Sé que no tengo escapatoria posible, que no puedo esperar otro desenlace.

Aquella noche, el caballero rojo murió apuñalado, tal y como había mostrado el pozo. El caballero azul no pudo impedirlo a tiempo, pese a que no se había separado de él en todo el día, y sólo logró dar muerte al enano cuando ya era tarde.

Merlín caminó por un sendero que se adentraba en el bosque. Cuando llegó junto al viejo pozo, cogió una gran roca y lo tapó. La maleza cubrió aquel lugar con el paso primero de los años y después de los siglos.

Así sigue en nuestros días aquel viejo pozo, tapado y oculto sin que nadie haya vuelto a ver lo que encierran en su interior sus cristalinas aguas, que aguardan a que alguien decida si quiere o no asomarse a él.

jueves, 18 de abril de 2019

El rostro


Alguien dijo una vez que a los 20 años, un hombre tiene el rostro que Dios le ha dado, a los 40, el que da la vida y a los 60, el que se merece.
Imagino que quiere decir que a los 20 años tenemos la cara que nos ha tocado en suerte. A los 40, nuestro rostro depende más de cómo nos haya tratado la vida, de lo que nos haya tocado sufrir o disfrutar. Importará aquí más si hemos nacido en una familia acomodada o que sufre necesidades, si hemos tenido la desgracia de padecer tragedias o si por el contrario la diosa fortuna nos ha cuidado entre algodones. Hasta aquí parece que nuestro mérito poco importa, el peso lo comparten la genética (especialmente en los primeros años de la juventud) y la suerte de aquello que nos ha tocado encontrarnos.
Sin embargo, a los 60 años la cosa cambia y ya la genética no es tan importante ni tampoco lo que nos haya tocado en suerte, porque de alguna manera lo que cuenta realmente es cómo hayamos afrontado la vida. Aquello que hayamos aprendido y el modo en el que encaremos las distintas situaciones darán a nuestro rostro la forma de lo que realmente somos.
Supongo que las fuerzas de la genética y el azar siempre pueden ser huracanes que nos arrastren en cualquier fase de nuestra vida, pero de alguna manera hay un poso que tiene que ver con lo que realmente somos que poco a poco nos va transformando hasta el punto de que, conforme avanza la edad, incluso el rostro lo refleja.
¿En qué consiste esa hermosura de los 60 y cómo se puede obtener? Si no depende tanto de nuestros genes ni del devenir de los acontecimientos, parece ser algo que está relacionado con nuestra libertad. Dentro de ciertos límites, siempre tenemos un grado de libertad para ir escogiendo cómo queremos vivir nuestra vida, en qué sentido deseamos orientarla y cómo nos relacionamos con todo lo que nos rodea. Al nacer, la libertad es casi nula, de hecho durante el primer año de vida no tenemos ni tan siquiera conciencia de nosotros mismos, por lo que poco podemos hacer aparte de seguir nuestros impulsos y observar cómo funciona el mundo.
Conforme crecemos empezamos a poder controlar nuestros actos, si bien casi toda nuestra vida nos vemos arrastrados por nuestros deseos, por lo que opinan los demás, por lo que se espera de nosotros, por cómo nos ve y nos valora la sociedad… La libertad para escoger implica hacer un gran ejercicio de análisis de nuestros actos, de ver nuestros propios errores, nuestros defectos, el daño que podemos hacer a los demás, de indagar para descubrir qué es lo que de verdad nos gustaría hacer y cómo desearíamos que fueran las cosas. La corriente de la vida parece a menudo demasiado fuerte para poder ejercer nuestra libertad y nadar en la dirección que nos proponemos y no en la que nos vemos arrastrados. Quedarnos quietos flotando en la corriente es siempre lo más sencillo.
Suponiendo que conseguimos esos momentos de libertad, ¿qué deberíamos hacer con ellos? ¿Debemos seguir los dictados morales de alguna religión? Dicen los expertos que los dioses morales (aquellos que no sólo hablan de poderes sobrenaturales y sacrificios, sino que dictan unas normas morales de comportamiento) aparecen en las sociedades humanas sólo cuando estas adquieren un gran tamaño y complejidad. Si a lo largo de los siglos, en diferentes momentos y partes del mundo aisladas entre sí, ha surgido la creencia en unas normas morales que debían dictar nuestro comportamiento, ¿significa que hay de algún modo alguna verdad sobrenatural que se percibe cuando alcanzamos la complejidad suficiente para comprenderla? ¿O es tan sólo un producto de esas sociedades humanas, una ilusión que además es útil para lograr una sociedad pacífica y cohesionada?
En cualquier caso, si estábamos tratando de obtener momentos de libertad y seguimos estos dictámenes morales por obligación, o por miedo (asustados por los castigos de la siguiente vida), o por interés (para conseguir una vida futura favorable ya sea en algún tipo de paraíso o de reencarnación adecuada), no parece que hayamos sido libres al actuar. En ese caso la religión sería una corriente más capaz de arrastrarnos, como lo eran las antes mencionadas.
Quizás de alguna manera hay algo sobrenatural que trasciende este mundo que conocemos y las religiones y los profetas tratan de guiarnos en esta vida, ya que no podemos comprender qué hay más allá. Pero en nombre de las religiones también se han cometido atrocidades, por lo que dejarse llevar ciegamente no puede ser la respuesta. Podemos vernos arrastrados hacia lo contrario a lo que nos proponíamos.
Existan o no dioses, nuestra libertad es sólo nuestra y tenemos que decidir y responsabilizarnos de lo que hacemos con ella. En el fondo, aquello que hacemos sólo tiene mérito si lo realizamos porque creemos en ello. Si es por interés, por miedo o porque nos lo dice alguien que hace milagros delante de nuestros ojos, nunca tendrá el mismo mérito que si obramos sin esperar recompensa alguna y sin saber si de verdad tiene sentido lo que hacemos.
Pero, ¿cómo nos guiamos? ¿Qué es lo que se supone que tenemos que hacer? ¿Qué normas seguimos si no estamos seguros de cuáles son las correctas? Tal vez en eso consiste ser libre, en escuchar todas las normas, todas las opciones, en ver los caminos de los demás y luego trazar el nuestro en un territorio forzosamente inexplorado. No hay un mapa que nos diga adónde nos dirigimos, qué peligros nos aguardan o si hemos acertado.
Estar abierto a cómo otros afrontan su búsqueda y a las lecciones que nos han dejado todos lo que transitaron en algún momento por este mundo, nos puede ayudar a construir nuestro camino, pero al final lo tenemos que hacer nosotros solos. Y algún día, nuestro sendero será sólo el que alguien siguió en este mundo tiempo atrás, pero puede servir para orientar a otro que se lo encuentre. 
Quizás el único modo de saber si hemos seguido el camino correcto es cuando, al cumplir 60 años, veamos nuestra imagen en el espejo.




lunes, 14 de enero de 2019

Efímero


Una mariposa de vivos colores aleteaba a su antojo suspendida en el aire. Interrumpió su vuelo para posarse sobre la mano de un niño. El niño movió la mano y la mariposa alzó de nuevo el vuelo. Unos segundos más tarde, escogió la mano de un anciano para descansar.
El joven monje miraba aquella escena mientras meditaba acerca de la frugalidad de la vida. Todo lo que le rodeaba era efímero, todo lo nuevo pronto se hacía viejo.
Sabía que había un sendero que discurría entre su aldea y las más altas montañas. Era el camino de los cuatro sabios. Ese mismo día decidió que había llegado el momento de comenzar a buscar las respuestas.
Anduvo durante días hasta que llegó a lo alto de una montaña. Allí había una cabaña en la que habitaba el primer sabio. Entró y le comunicó sus inquietudes, le dijo que estaba buscando algo que no fuera efímero.
El sabio le indicó que para ello tendría que centrarse en aquello que englobaba a varios hombres en lugar de a un hombre concreto. Junto a él podría estudiar los países que conforman el mundo, las diferentes lenguas y las diversas culturas. Los hombres podían nacer y morir pero todo eso permanecía.
El joven monje se hospedó allí unos días, pero pronto le dijo al primer sabio que ese no era su lugar. Él estaba buscando algo que no fuera efímero y todo aquello cambiaba con el tiempo. Las fronteras variaban a lo largo de los siglos, al igual que la expansión y el contenido de las lenguas, así como aquello que identificaba a una cultura. Tal vez no era algo que cambiara en la vida de un hombre, pero sí en un espacio de siglos.
Emprendió de nuevo el camino en busca del segundo sabio. Descendió la montaña, cruzó un río y ascendió otra montaña más alta. Allí había una cabaña en la que un nuevo sabio le saludó.
El joven monje le contó que estaba buscando aquello que no era efímero. El segundo sabio le respondió que para evitar lo efímero tenía que olvidar los asuntos de los hombres, ya fuera uno o muchos, y centrarse en el estudio de las montañas y los ríos. El joven monje permaneció junto a él unos días, pero pronto anunció su marcha porque al fin y al cabo los ríos y las montañas también varían. El clima, la erosión y el movimiento de las placas sobre las que se sustenta la Tierra modifican el entorno. Quizás no sea algo perceptible en años ni en siglos pero sí en milenios.
Continuó por el sendero en busca del tercer sabio. Subió a otra montaña aún más alta y allí de nuevo había una cabaña donde fue recibido y acomodado. Aquel sabio le indicó que para huir de lo efímero tenía que olvidar los asuntos de la Tierra y estudiar las estrellas. El joven monje se quedó junto a él unos días pero pronto tomó de nuevo el sendero. Las estrellas y los planetas también se creaban y se destruían, quizás no en siglos ni en milenios, pero sí en el transcurso de millones de años.
Subió una montaña y luego otra más. Cruzó enormes ríos y copiosa nieve caía a menudo sobre su cabeza. Llegó a dudar de que hubiera algo más en aquel sendero y, cuando sus fuerzas estaban al límite, halló una cabaña. Allí se encontraba el cuarto sabio, que le dio cobijo y le ayudó a recuperarse.
Le enseñó que detrás del movimiento y la creación de las estrellas y de todo lo demás, hay unas leyes de la naturaleza escritas en el lenguaje de las matemáticas. Juntos estudiaron durante años aquellas leyes. El joven monje aprendió que esas leyes bastaban para crear y desarrollar un universo completo. Por sí solas eran capaces de hacerlo todo evolucionar.
Una vez que un universo arrancaba podía desarrollarse de muchísimas formas. Cada instante sucedían cosas que hacían que el universo tomara una forma y no otra. Estos sucesos no eran deterministas, por lo que a partir de las leyes iniciales, no podía deducirse los derroteros que seguiría un universo.
Eso era algo que llamaba la atención del joven monje. Podían conocerse al detalle las leyes iniciales que crearían el universo y que regirían su evolución, pero no se sabía lo que cada universo crearía hasta que no se echara a andar. En nuestro universo había seres conscientes de si mismos haciéndose preguntas. Era necesario echar el universo a rodar, ver las estrellas crearse y morirse para observar el nacimiento de nuestro planeta, de las criaturas que en él habitan, de nosotros mismos.
Otro conjunto de leyes hubiera creado realidades completamente distintas, pero es que incluso las mismas leyes exactas, por todos esos sucesos no deterministas que acontecen a cada instante, pueden crear una cantidad ingente de universos diferentes entre sí.
Pueden estarse creando otros universos con leyes idénticas a las del nuestro, que no se parezcan en nada y que contengan cosas completamente diferentes.
Cada ocurrencia del universo es única. Es necesario que todo comience a nacer y a morir, a ser efímero, para que empiece a definirse y a emerger todo lo que encierra. ¿Qué más puede surgir en nuestro universo del mismo modo que han surgido estos seres conscientes de sí mismos? Las leyes de la naturaleza determinan lo que es posible, pero para responder a esta pregunta, es necesario observar el devenir de lo efímero.
Habían pasado varios años cuando el monje (que ya había dejado de ser joven), se despidió del cuarto maestro agradeciéndole todo lo que éste le había enseñado.
Emprendió el camino de regreso y decidió permanecer algún tiempo en la cabaña del tercer maestro, aprendiendo todo acerca de las efímeras estrellas.
Lo mismo hizo con el segundo maestro, del que quiso aprender todo acerca de los ríos y las montañas.
Quiso también visitar de nuevo al primer maestro y aprender junto a él todos los asuntos de los hombres.
Un buen día, decidió regresar a su aldea natal.
Estaba sentado al sol en la plaza de la aldea absorto en sus pensamientos. Un joven se le acercó y le preguntó acerca del sendero de los cuatro sabios y de su experiencia al recorrerlo. Él contestó que había sido el mejor viaje de su vida y que se lo recomendaría a cualquiera cuyo deseo fuera aprender. También le indicó que era necesario llegar hasta el final del camino, ya que sólo así se podía regresar de nuevo al principio. El joven puso cara de no comprender muy bien aquello y le preguntó a qué dedicaba su atención ahora que había recorrido aquel camino. El monje respondió:
- A mirar mariposas.
Una mariposa de vivos colores aleteaba a su antojo suspendida en el aire. Interrumpió su vuelo para posarse sobre la mano de un anciano. El anciano movió la mano y la mariposa alzó de nuevo el vuelo. Unos segundos más tarde, escogió la mano de un niño para descansar.