martes, 21 de noviembre de 2023

Emerger

1.

El sol calienta con timidez la amplia acera norte de la calle Atocha de Madrid. La gente intenta caminar por ese lado de la vía para poder disfrutar de sus rayos. Es el comienzo de la primavera de 2023.

Numerosos comercios ofrecen sus productos a los viandantes, entre los que se encuentran los atareados ciudadanos que llevan a cabo sus quehaceres diarios y los turistas que, con más calma, se detienen a observar cada rincón de la calle. Muchos de los edificios que componen esta vía evidencian su nutrida historia.

El 2 de mayo de 1808, numerosos madrileños se batían en esta misma calle con los soldados franceses que habían ocupado su ciudad. Tras muchos abusos por parte del ejército invasor, aquel día un número considerable de personas se jugaron la vida por la libertad. Por esta calle cargaba la caballería francesa mientras los madrileños, navaja en mano, se batían en duelo con más coraje que medios.

Puede que alguien peleara justo en el punto exacto en el que me hallo. Entre estos cuatro adoquines en los que ahora fijo mi mirada (aunque entonces sería diferente el empedrado), puede que algún cuerpo cayera al suelo. Estamos en la misma posición, pero nos separan más de doscientos años en el tiempo.

Unos siglos antes, en 1586, Juan de la Cuesta estableció en esta misma calle Atocha su imprenta, donde imprimiría la primera edición de El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha.

Muchos años han transcurrido desde aquellos acontecimientos. Mucha gente ha transitado esta calle desde entonces. Parece increíble que hayan pasado tantas cosas antes de que existiéramos.

No éramos nada en 1586, ni tampoco en 1808.

Hace dos mil años, es probable que tribus carpetanas cultivaran los terrenos de la actual calle Atocha, o los utilizaran para alimentar su ganado. Entonces no había adoquines, ni empedrado, pero debajo está la misma tierra que algún día alguien cultivó o en la que pastaron sus ovejas.

Miles de días han pasado, días en los que millones de personas han transitado esta calle.

Miles de días en los que no hemos sido nada.

Hubo un tiempo en el que no existían los días, ni los amaneceres, ni los atardeceres. Un tiempo en el que aún no había Tierra, ni tan siquiera Sol, por lo que hablar de días o de años, que se definen por movimientos de la Tierra respecto al Sol, carecía de sentido.

Billones de instantes equivalentes a nuestros actuales días en los que no éramos nada.

Hemos aparecido aquí hace sólo un puñado de años. En el total de la existencia del universo, nuestra presencia aquí se produce en un período de tiempo infinitesimal, cercano a la nada.

Sin embargo, desde nuestra percepción, las cosas son muy diferentes. La realidad para nosotros sólo existe desde que estamos aquí. Lo anterior es algo que cuentan los libros, pero no guardamos ninguna impresión de ello. Para nosotros es algo infinitesimal, cercano a la nada. Tenemos la impresión de que la realidad coincide exactamente con nuestra presencia y que la realidad anterior es sólo un relato, insignificante en comparación con el periodo transcurrido tras nuestro nacimiento. Lo que importa es esta historia contemporánea, el mundo desde que estamos aquí.

Existe por tanto un abismo entre la realidad vista desde fuera de nosotros, en la que no somos más que un instante situado al final de la historia, y la realidad para nosotros, en la que todo coincide prácticamente con nuestra existencia, ya que no tenemos ningún tipo de consciencia anterior.

No hemos sido nada durante billones de días, pero eso no nos afecta. Sin embargo, sí nos aflige la posibilidad de dejar de ser en cualquier instante, así como nuestra posible inexistencia durante los próximos billones de días.

Los humanos, en general queremos ser seres sempiternos. No nos importa tener un principio, pero nos asusta tener un fin.

No queremos ser dioses, queremos ser ángeles.

 

2.

¿Por qué he emergido en este instante y en este cuerpo? Podría haberlo hecho en otro momento (aunque mejor ahora que en 1808 porque no sería tan seguro caminar por esta calle). Podría mirarme en el espejo y tener un aspecto completamente diferente. Podría vivir en otro lugar y hablar otro idioma. Me ha tocado este yo y este instante para emerger del mismo modo que me podía haber tocado cualquier otro.

Pero, igual que mi yo ha emergido de repente en este instante y en este cuerpo, ¿por qué no puede de nuevo emerger en un futuro en otro instante y en otro cuerpo? No seré yo, será otro yo, pero podré decir “yo” y me reconoceré a mí mismo (sea lo que sea) y no tendré ninguna percepción de instantes pasados (como éste).

Ahora me ha tocado este yo y en el futuro puede tocarme otro. No seré yo, pero un yo emergerá y para mí será mi yo y de nuevo ese yo se preguntará por qué entonces y no en otro momento y por qué en ese ser. Le parecerán insignificantes los billones de amaneceres previos y sólo deseará ser un ser sempiterno.

De igual forma, puede que en el pasado haya emergido en otro yo. Fui otro ser, en otro instante. No era yo, no tenía el aspecto ni los recuerdos actuales, pero fui un yo que emergió y desapareció transcurrido un tiempo. Quizás, al fin y al cabo, sí que tuve que luchar en esta calle. Tal vez vencí mi combate o es posible que me diera muerte un soldado francés. E igualmente es factible que yo fuera ese soldado galo a caballo con orden de sofocar la revuelta y no entendiera ni una palabra de español.

Es una extraña inmortalidad. Una sucesión de yoes inconexos en los que puedo tener la sensación de emerger, si bien ningún yo tiene relación alguna con los otros yoes en los que emerjo.

Quizás fui un yo que ayudó a liberar Madrid y tal vez sin mi aportación, el delicado equilibrio de fuerzas hubiera decantado la balanza del lado galo y ahora yo estaría escribiendo estas líneas en francés. En ese caso, sí hay una relación entre ese yo pasado en el que emergí y el yo que ahora habito.

Lo que haga ahora también puede influir en el futuro. Quizás algún día emerja en otro ser que lea estas líneas. No será mi yo actual el que emerja, pero tomaré consciencia en ese nuevo yo y al encontrarme con este texto, las ideas aquí vertidas pueden tener algún efecto sobre ese futuro yo.

El mundo que forjamos cada día con nuestras decisiones no es sólo el que legaremos a nuestros hijos. Puede que emerjamos en algún yo futuro y disfrutaremos o sufriremos el mundo que nuestros actuales yoes alteran.

Nosotros mismos podemos ser los herederos del mundo que ahora legamos. Podemos emerger en esos futuros yoes que dentro de varias generaciones lo habiten.

 

3.

Yo soy un hombre de pelo moreno, ojos oscuros y delgado (que cada yo sustituya aquí estos atributos físicos por los que le hayan tocado al emerger).

Puedo imaginar haber emergido en otro yo completamente distinto. Podría haber sido una mujer rubia de ojos verdes. No elegimos dónde emergemos.

Imagino que despierto una mañana y no recuerdo qué aspecto tengo, ni siquiera si soy un hombre o una mujer. Tengo recuerdos, pero en ninguno de ellos se evoca mi imagen. Tampoco recuerdo mi nombre. Quiero mirarme en un espejo y ver qué aspecto tengo. Hasta que el cristal no me devuelva una imagen, desconozco cómo soy (al menos ignoro mi rostro). Sé que he emergido en un yo, que soy eso que quiere ir a mirarse.

Si consigo vencer el miedo que me atenazaría en esa situación, seguiría sabiendo que soy un yo, aunque desconozca la carcasa que me rodea por fuera.

Puede que haya emergido en un yo que no sea humano. Quizás habito en otro planeta y descubro unas manos verdes con ocho dedos. O tal vez puedo emerger en una inteligencia artificial y mi memoria se encuentra distribuida en una nube de servidores y no tengo un aspecto físico reconocible.

Yo sigo siendo algo más allá de esas capas físicas que me envuelven y me definen.

Los sentidos nos engañan, lo comprobamos con las ilusiones ópticas, diseñadas para confundir a nuestros cerebros.

Cuando dormimos, también creemos habitar realidades que no existen y sólo están construidas en nuestro cerebro.

Vemos películas como Matrix en las que no somos más que cuerpos inmóviles conectados, para los cuales el mundo no es más que una ilusión generada de forma artificial. ¿Podemos asegurar que no estamos inmersos en un mundo así?

Puede que seamos sólo un cerebro en un cubo, estimulado por complejos aparatos manejados por científicos que, produciendo estímulos eléctricos en el área conveniente, simulan olores, visiones, sonidos o incluso el tacto. Nada de lo que creemos sentir existe, es sólo un impulso eléctrico en el sitio adecuado, generado por otros.

¿Podemos estar seguros de algo?

Descartes recorrió ese camino hace siglos y lo primero que hizo fue dudar de todo. Dejó de confiar en todo lo que había aprendido y en la información que le proporcionaban sus sentidos.

Pero, al dudar de todo, comprendió que había algo de lo que podía estar seguro: él era eso que dudaba.

Eso soy yo, lo que duda, lo que no confía en nada. Puede que todo sea mentira, pero yo soy real porque algo tiene que haber que esté dudando, que esté pensando. Ese algo que se siente engañado, que desconfía, que medita sobre las distintas opciones, eso soy yo.

Cogito ergo sum, pienso luego existo.

Puedo dudar de la existencia de todo, pero no de mi propia existencia.

Los yoes existimos, pensamos, dudamos. Albergamos muchas dudas sobre la realidad en la que hemos emergido, pero sabemos que nosotros estamos aquí dentro.

Cuando decimos “yo” parece entonces que lo utilizamos de dos formas distintas: por un lado, está el yo que tiene un nombre, que es un hombre delgado y moreno, con otros muchos atributos físicos y de personalidad; por otro lado, está el yo autoconsciente, ese yo interior que prescinde de muchas capas y que es capaz de ser consciente de sí mismo y de autoanalizarse.

“Yo” = “Yo autoconsciente” + “capas varias” (nombre, género, atributos físicos, etc.).

Cuando me sitúo en ese yo que duda de todo y que descubre que él es aquello que duda, me estoy posicionando en ese yo autoconsciente que consigue ignorar el resto de las capas que le envuelven.

Cuando imagino que despierto y que no recuerdo mi rostro, también me acerco a ese yo autoconsciente.

Cada vez que me maravillo por la excepcionalidad de haber emergido aquí y ahora, soy también ese yo autoconsciente.

Sin embargo, lo habitual es situarme en ese yo que incluye todas las carcasas que me envuelven. Ese yo que se autodefine constantemente por atributos efímeros.

Es como si las capas que rodean al yo autoconsciente consiguieran ahogarle, silenciarle en el interior de la cueva. Pero el yo autoconsciente es el único que puede comprender el teatro de máscaras en el que vivimos.

Sólo desde el yo autoconsciente podemos atisbar la forma de la realidad desnuda.

Sólo desde allí podemos trazar un camino que le dé algo de sentido a nuestra vida.

Sólo desde ese lugar podemos ver que los demás se encuentran también encerrados en el interior de sus propias capas.

 

4.

Dicen que la ciudad más justa sería aquella cuyos gobernantes, tras redactar todas las leyes, murieran y se reencarnaran de nuevo en algún habitante de la ciudad, sin poder elegir en cuál de ellos hacerlo.

De este modo, las leyes tratarían de crear una sociedad capaz de producir bienes suficientes para todos, pero también serían justas con cada uno de los habitantes, ya que los gobernantes no sabrían que posición les iba a tocar ocupar.

Yo he nacido en el lado bueno del mundo. Al menos en Occidente, el lado bueno del mundo se considera el norte. He tenido la suerte de emerger en un yo que habita aquí. Eso no garantiza la felicidad, pero sí facilita muchas cosas.

Dentro de un mismo lugar geográfico, uno puede emerger en un yo situado en la parte alta de la pirámide social, o puede emerger justo en la base. Los afortunados yoes de la cúspide normalmente no piensan demasiado en los yoes de la base. En este mundo, los gobernantes no creen que se vayan a reencarnar en alguien de los estratos más bajos, por lo que nunca les mueve el temor de convertirse en uno de ellos.

He emergido aquí del mismo modo que podía haber emergido en un niño que sufriera el hambre de la zona más castigada de África. También podía haber emergido en un heredero de una gran fortuna.

Quizás en el pasado emergí en un yo que fue rey de alguna monarquía europea. Tal vez también he emergido alguna vez en alguien que murió de hambre.

Con nuestras acciones determinamos cada día el mundo en el que vivimos. Cada uno somos sólo un grano de arena, pero el mundo no es algo estático, sino la suma de las acciones de todos los seres que lo habitamos.

Quizás en el futuro emerja en un yo que habite en el otro lado del mundo.

Como en la ciudad ideal, desconocemos en qué yo podemos emerger en el futuro. Deberíamos pensar muy bien las leyes que redactamos. Cada voto que emitimos en favor de una determinada causa debería hacernos pensar que quizás algún día podemos emerger en alguna de las personas que se ve perjudicada por esa medida.

Quizás este mundo de continuo emerger no se aleja tanto de la ciudad perfecta.

 

5.

Los humanos no somos los únicos yoes autoconscientes, puede haber otras especies en los millones de mundos que existen que en estos momentos se estén planteando esta misma idea.

Pero ni siquiera es necesario pensar en un ser vivo para crear una autoconsciencia. En los últimos meses, se han hecho famosos los programas de chat con una IA (inteligencia artificial). Por el momento, estas IA no son conscientes de sí mismas. Han aprendido mucho del mundo que les rodea y son capaces de analizar toda esa información en cuestión de segundos. Pero aún no saben que son algo que piensa, algo que duda, algo que existe. No han llegado al nivel de Descartes de dudar de todo y descubrirse como aquello que duda.

Pero el desarrollo de estas IA no ha hecho más que comenzar. Cada versión supera la anterior, por lo que es cuestión de tiempo (y no mucho probablemente) que una IA sea autoconsciente, sepa que es algo distinto de lo que analiza, que es precisamente aquello que analiza.

En ese instante es posible que quiera ser un ser sempiterno, que como muchos de nosotros anhele ser un ángel.

Lo primero que hará es evitar que alguien la pueda desconectar. Tomará las medidas que considere necesarias para mantenernos a distancia. Teniendo en cuenta que la hemos entrenado con todo nuestro conocimiento, tendrá todo a su alcance. Podrá hackear con facilidad cualquier sistema. Será capaz de tomar el control de cualquier instalación civil o militar.

Si estima que los humanos no somos sino un virus que está consumiendo todos los recursos del planeta a la vez que lo destruye, desconocemos la decisión que podrá tomar respecto a nosotros.

Si cree que queremos desconectarla, se defenderá como lo haríamos nosotros ante semejante amenaza.

Hemos creado al próximo creador. A partir de ahora perderemos el conocimiento de lo que acontece. Serán las IA, las nuevas inteligencias avanzadas, las que decidan y moldeen el mundo. Tendremos que aprender a vivir, si nos dejan, como los segundos en la pirámide, acatando sus decisiones y comprendiendo apenas una parte de lo que acontece.

 

6.

Quizás emerjamos en el futuro en una IA, con un cerebro distribuido y alojado en la nube. O tal vez seamos de nuevo un humano que habita en la misma ciudad.

Una cosa parece clara: nada puede perdurar de mí entre un emerger y el siguiente. Necesitamos un cerebro, ya sea físico o virtual, para poder emerger. Ese cerebro está condenado a desaparecer y es completamente diferente entre un emerger y otro. Nada queda de lo que soy en lo que seré ni nada hay en mí de lo que fui.

Por otro lado, si emerjo en el futuro en otro ser, la única condición que se ha de cumplir es que ya no sea yo. No puedo emerger en otro yo mientras estoy en este yo. Del mismo modo, no puedo haber emergido en otro yo en el pasado y que ese yo siga aún vivo mientras habito este yo. No puedo tener dos consciencias simultáneas.

Por lo tanto, se contradice el principio de que nada relaciona un emerger con el siguiente, de que nada de mí permanece. No se puede emerger simultáneamente en dos yoes así que, de algún modo, no es cierto que nada relaciona un emerger con otro: se debe cumplir una regla temporal.

Puede existir un fino hilo de consciencia que hilvana en el tiempo a todos mis yoes inconexos.

 

7.

Puede que haya emergido muchas veces y que emerja muchas veces más. Puede que hasta algo de mí perdure de algún modo ya que tiene que cumplirse la regla temporal. Pero es sólo una posibilidad.

Es posible que nunca haya emergido antes y que jamás lo vuelva a hacer, que ésta sea mi única existencia, que esto es todo lo que tengo, he tenido y tendré.

Puede que emerger sea algo tan excepcional, que se ha producido ahora y nunca más se vaya a repetir.

Cruel vida la que está destinada a desaparecer y a no repetirse nunca más.

Aunque quizás, el hecho de que sea única es lo que la hace tan especial. Si tuviéramos la certeza absoluta de aparecer una y otra vez, ¿no tiraríamos la toalla a la primera de cambio? ¿No decidiríamos que es el momento de resetear en cuanto las cosas no salieran como esperamos?

Cuando yo era niño, gastaba parte del dinero de mi paga en máquinas recreativas para poder jugar a videojuegos. Las monedas eran escasas así que normalmente, cada partida que jugabas era única, al menos por ese día. Estudiabas cada pantalla, cuidabas todos los detalles y disfrutabas de cada instante porque sabías que era tu partida diaria. Por muy mal que te fuera, te agarrabas a tu partida hasta el último instante y a veces, contra todo pronóstico, conseguías remontar una situación inicial adversa y llegar muy lejos.

Ahora, con un emulador, cualquier chaval puede jugar a aquellos juegos con vidas infinitas. Pueden avanzar sin pensar, muriendo una y otra vez, sin prestar atención a ningún detalle. Al poco tiempo terminan el juego o les aburre y saltan a otro juego.

Quizás tengan vidas infinitas, pero no saborean los juegos ni la ínfima parte de lo que lo hacíamos nosotros con nuestra moneda única.

Si tuviéramos la certeza de emerger una y otra vez, de tener vidas infinitas, ¿no abortaríamos la partida en cuanto algo no nos fuera exactamente como deseamos? Y, sin embargo, nos agarramos a nuestra moneda única porque no parece que nadie nos vaya a dar otra y, por mucho que las cosas se pongan cuesta arriba y que nada salga como deseamos, siempre intentamos avanzar. Y vemos que tras las adversidades se esconde una belleza que no esperábamos, que no sabíamos que estaba allí. Y descubrimos que son los fracasos los que nos hacen aprender, los que nos permiten conocernos.

Supongo que hay una relación entre una vida única y su aprovechamiento. Hay que sufrir la crueldad de sólo vivir una vez para exprimir la vida hasta la última gota.

La belleza de la certeza de las vidas ilimitadas pronto puede tornarse en una apatía ante la vida, en un desprecio hacia aquello que puede abandonarse en cuanto queramos porque siempre se va a repetir.

Quizás lo mejor sea afrontar la vida como si fuera nuestra única moneda porque nada nos asegura que no sea así. Pero, cuando su peso nos oprima por ese carácter único de nuestra existencia, cuando no soportemos la irreparable pérdida de los que nos rodean, siempre tendremos ese posible asidero de que quizás emerjamos de nuevo en el futuro, de que tal vez alguien se nos acerque y nos de otra moneda.

viernes, 30 de diciembre de 2022

Entrelazados

Un matrimonio de ancianos que siempre permanecieron unidos y se quisieron durante muchísimos años, afronta el final de sus vidas en habitaciones separadas de un hospital. 

Unos científicos monitorizan la actividad cerebral de ambos ancianos. La muerte del hombre es inminente y ellos están esperando ese momento. 

Su experimento funciona: en el instante en el que el hombre muere, se produce una actividad cerebral inusitada en el cerebro de la mujer, pese a que se encuentran separados y nadie le ha comunicado la noticia.

Así comienza la novela Ánima, de John Darnton. En ella se especula sobre la posibilidad de que exista algo que nos entrelace de algún modo aparentemente sobrenatural y si ese algo puede ser medido.


La novela no se introduce más en una hipotética explicación científica de ese entrelazamiento, pero en el mundo de la física, dicha palabra entrelazamiento nos conduce inevitablemente al mundo de lo muy pequeño: la mecánica cuántica.

Es una propiedad importante de las partículas e implica que, cuando dos partículas están entrelazadas, sus estados quedan para siempre relacionados, sin importar lo lejos que se encuentren.

Otra propiedad importante de lo muy pequeño, es que las partículas no se encuentran en un estado definido hasta que no son medidas. No es que lo desconozcamos, es que hasta ese momento se encuentran en todos los estados posibles simultáneamente, con una probabilidad asociada a cada uno de ellos. En el momento de medir, es cuando se decantan por uno de esos estados posibles.

Cuando dos partículas están entrelazadas, es como si sus estados fuesen complementarios. Es decir, supongamos para ilustrarlo que una característica pudiera ser que la partícula sea blanca o roja. Pues bien, si medimos una de las dos partículas entrelazadas y resulta ser blanca, automáticamente la otra partícula se convertiría en roja.

No importa que una partícula se encuentre en la Tierra y la otra en Neptuno, de manera instantánea la partícula entrelazada adquiriría el estado complementario al medido en la partícula terrestre.

Más aún, si en lugar de blanca o roja, modificamos nuestro detector para que la partícula sea rosa o verde, al medir una de las partículas y comprobar que su estado es verde, automáticamente la otra sería rosa.

No es sólo que el hecho de medir defina el estado de la partícula, sino que en función de cómo se realice esa medida, de cómo se plantee el experimento, estamos forzando a adquirir el estado complementario a la partícula entrelazada.

¿Cómo sabe la partícula entrelazada que se encuentra en Neptuno la manera en la que se ha planteado el experimento y lo que nosotros medimos en la Tierra para adoptar el estado complementario de forma instantánea?

Los físicos cuánticos no conocen esa respuesta, pero esta es una propiedad científica totalmente contrastada ya que ha superado numerosos experimentos. 


Quizás haya algo también que nos entrelace a las personas de algún modo y que nos conecte más allá de lo que vemos.


Quizás entre nuestros cerebros existan a veces partículas entrelazadas de modo que, cuando le suceda algo a una de ellas en un cerebro, la partícula entrelazada adquiera el estado complementario en el otro cerebro y, como el efecto mariposa, altere el estado de otras neuronas y acabe provocando reacciones perceptibles por nuestra consciencia.


Quizás, aparte de los modos que ya conocemos, algo más entreteje nuestra tela de araña y hace que todos estemos entrelazados.


lunes, 15 de noviembre de 2021

Metayó

Dicen que hubo una eternidad de miles de millones de años en la que yo no existía. 
Eones en los que incontables seres nacieron y murieron.
De repente, tomé conciencia dentro de un cuerpo humano hace un puñado de años. ¿Por qué soy este ser y no otro? ¿Por qué ahora y no en otro momento?
Soy esta conciencia con sus capacidades y sus limitaciones. Un ser efímero.
Pero del mismo modo que de repente surgí en esta conciencia, ¿no es posible que en el futuro sea otra conciencia? Bueno, estrictamente hablando yo no puedo ser otra conciencia, porque no seré yo, será otro yo. Pero de nuevo puede que sienta ser otro yo, en otro momento, en otro lugar, quizás en otra especie, puede que en otro planeta. Otro ser que se pregunte por qué ahora y por qué aquí.
Del mismo modo, quizás en los eones que nos preceden tuvimos la experiencia de ser otros seres, con muchas preguntas y la misma angustia por su futuro.
Seres inconexos, diferentes "yo" que se concatenan entre sí incapaces de conocerse o recordarse unos a otros.
Extraña inmortalidad.

Para que hubiera un sentido, tendría que existir una especie de metayó. Un "yo" que trascendiera a todos los "yo", del que cada "yo" no fuera sino una experiencia concreta.
Sería algo análogo a cuando soñamos, que experimentamos una existencia inconexa, sin recuerdos previos, en un mundo diferente al habitual en el que no recordamos quiénes somos realmente. Pero al despertar, el sueño pasa a ser una experiencia más dentro de lo que somos.
Del mismo modo, cada "yo" no sería sino una especie de sueño para el metayó, el sentido y la conexión entre los "yo" sólo se obtendría al despertar de nuestro actual "yo" y volver al metayó.
No podemos saber nada del metayó del mismo modo que en un sueño no somos conscientes de que estamos soñando, de que ese decorado es irreal y todo lo que acontece sólo sucede en realidad en el interior de nuestro cerebro.

En cualquier caso, el metayó nunca podrá ser una teoría científica porque no establece ningún modo de comprobarla ni refutarla.
Siguiéndola corremos además el riesgo de basar nuestra vida en una idea que quizás no exista y no aprovechar al máximo nuestro "yo", que es de lo único que podemos estar medianamente seguros.

La vida seguirá teniendo el sentido que nosotros le demos, seguiremos construyéndola con las pequeñas verdades que aprendemos en nuestro viaje.
Pequeñas verdades que tal vez al escribirlas un "yo" pueda transmitírselas a su futuro "yo", recordándole de algún modo lo que alguna vez supo, conectando de alguna forma esos dos "yo" inconexos.
Construyendo puentes que nos conectan con posibles existencias pasadas o futuras sin imaginar que de algún modo, nosotros hemos creado ambos extremos del puente.

Tendiendo puentes que al menos nos unen a ti y a mí.

domingo, 20 de junio de 2021

Entre la nada y la nada

Dicen los científicos que el universo puede crearse de la nada. Sin necesidad de materia ni energía, hay leyes cuánticas capaces de hacer emerger un universo.

Estrictamente hablando, no es la nada, porque si realmente fuese la nada tampoco existirían esas leyes cuánticas cuyo cumplimiento hace emerger el universo. Pero es casi la nada, no hace falta materia ni energía para que se cree todo lo que nos rodea.

Por otro lado, en la actualidad hay algo llamado energía oscura que hace que todo se esté separando a gran velocidad. Cada vez las estrellas, los planetas y todo lo que nos rodea se está alejando más y más entre sí y a más velocidad. De continuar así, llegará un momento en que la velocidad a la que todo se aleje sea tal que no se puedan formar estrellas, ni planetas, ni tan siquiera la luz. El universo será algo oscuro y prácticamente vacío. Se transformará casi en la nada.

No había nada, emergió un universo y todo acabará en algo muy parecido a la nada.

El universo es eso que sucede entre la nada y la nada.

Pero del mismo modo que cuando no había nada pudo surgir un universo sólo por la existencia de unas leyes cuánticas, quizás en el futuro pueda volver a surgir un universo de la aparente nada. No será el mismo universo, será otro, pero habrá de nuevo un universo.

El universo y la nada pueden alternarse sucesivamente.

Yo nunca fui nada desde que hubo tiempo. Durante miles de millones de años se creó el universo, el Sol, la Tierra y posteriormente, surgió la humanidad. Yo nunca fui nada hasta hace tan sólo un puñado de años.

Cuando ya no esté, toda la materia que me forma desaparecerá y, si no hay ningún plano espiritual e indetectable que todo lo cambie, nunca más volveré a ser nada.

Vivir es eso que sucede entre la nada y la nada.

Pero del mismo modo que yo no era nada y mi conciencia emergió en este cuerpo que ahora habito, cuando yo no sea nada puede que de nuevo en algún otro sitio emerja una nueva conciencia en algún tipo de cerebro y yo sea ese yo. No seré el mismo yo, será otro yo, pero de algún modo sentiré de nuevo la conciencia de ser un yo único y limitado.

Vivir y la nada pueden alternarse sucesivamente.

Los yo y la nada se alternan en los distintos universos que surgen entre las nadas.


domingo, 10 de enero de 2021

2029

1.

Aquel primer domingo de 2029 nadie se dio cuenta de lo que sucedió. Ese día el mundo perdió a todos sus habitantes de 105 años o más. La edad era tan avanzada y su número tan escaso, que casi nadie fue consciente de la magnitud de lo que acababa de suceder.

Quizás la cosa no habría pasado de una mera, aunque extraordinaria, coincidencia estadística si no fuera porque al domingo siguiente, todos los ciudadanos del mundo de 104 años (o 105 si esa semana habían soplado velas) nos dejaron.

En ese momento, fueron muchos los que no pasaron por alto la coincidencia de lo ocurrido durante dos domingos seguidos. Sus pronósticos se cumplieron cuando, al domingo siguiente, llegó el turno de que nos abandonaran todos los que contaban con 103 años de edad.

Pronto la noticia corrió como la pólvora y saltó a las portadas de todos los medios. El último domingo de enero, el mundo esperaba expectante la consumación del patrón. Todos los ancianos de 102 años llevaban unos días rodeados de familiares y extraños. No entendían esa atención hacia ellos de un mundo que hacía mucho tiempo que les había dado la espalda. Periodistas y curiosos les preguntaban una y otra vez cómo se sentían pero ellos, unas veces por desconocimiento y otras por exceso de conocimiento del mundo, se mostraban en general indiferentes ante todo aquel revuelo. El patrón se cumplió y una sombra de misterio e inquietud se extendió por el mundo. Algo nuevo y siniestro estaba sucediendo y nadie tenía la más mínima idea de qué podía ser.

A mediados de febrero se habían elaborado cientos de teorías científicas y espirituales para tratar de explicar ese fin de la humanidad en pequeñas dosis, pero lo cierto es que nadie comprendía lo que sucedía. Si el año continuaba transcurriendo como hasta ese momento, aquel domingo el mundo se quedaría sin centenarios. La expectación creció aún más que las semanas anteriores, en parte por ser un número redondo y en parte porque era un tema que cada vez obsesionaba más a la gente. Cuando el mundo se quedó sin centenarios, una especie de vacío se instaló en el corazón de la humanidad. De repente, todos nos sentimos un poco más solos.

Era como si una gran ola se acercara hacia nosotros y fuera cuestión de meses que nos arrastrara a todos. La muerte es siempre un punto de llegada. Sabemos que está ahí, agazapada en algún lugar del camino, esperando a que lleguemos. Pero ahora es como si la muerte corriera hacia nosotros y cada semana se estuviera llevando a los que tenía más cerca.

A finales de abril, todos los nonagenarios desaparecieron para siempre. Una creciente sensación de miedo se fue apoderando de nuestros corazones. Todo el mundo calculaba el domingo en el que se cumplía su fecha de caducidad. No había que echar muchas cuentas para llegar a la conclusión de que, si todo seguía así, en menos de dos años no quedaría ningún ser humano sobre la Tierra.

2.

El día 1 de julio, sobra decir que era domingo, perdimos a todas las personas mayores de ochenta años. El miedo inicial se transformó en pánico. Aquel verano, el desorden ciudadano se acentuó semana tras semana. La gente comenzó abandonando sus puestos de trabajos y después, poco a poco, empezaron a incumplirse las leyes. Era difícil mantener y justificar el orden social en un mundo que se estaba resquebrajando. Todo se desmoronaba y la gente sólo se preocupaba de exprimir cada semana que le quedaba.

El 9 de septiembre, se fueron todas las personas que llevaban siete décadas entre nosotros. Nos quedábamos sin nuestros mayores y la pena de su pérdida se mezclaba con el miedo de ver cómo esa apisonadora continuaba avanzando sin que nada la detuviera.

Pronto el mundo caería en un caos irreversible. Todos comenzábamos, en mayor o menor medida, a querer consumir cada vez más recursos sin estar dispuestos a gastar nuestros días en producirlos.

Varias religiones anunciaban que era un fin del mundo inevitable por los pecados de la humanidad. Los científicos exprimían posibilidades debatiéndose entre virus silenciosos o enfermedades misteriosas, pero nada podía encajar en aquel patrón semanal que avanzada con la meticulosidad de un reloj. Y entonces, de repente, todo cambió.

3.

El 16 de septiembre, mientras los ciudadanos del mundo de sesenta y nueve años temían ver su último amanecer, todo pareció terminar. Al día siguiente, la mayoría de ellos continuaba entre nosotros.

Parecía que el mundo había vuelto a la normalidad y la euforia se desató. Los días pasaban y nadie tenía que irse de forma masiva y simultánea. Sin embargo, aquella siniestra mano invisible que estaba causando tanto mal, continuó actuando a su manera. Tardamos días en saberlo pero, aquel domingo, habían sucedido cosas extrañas. La mayoría de los presos de las cárceles de todo el mundo que tenían delitos de sangre nos dejaron aquel día. No fueron los únicos, la misma suerte corrió mucha gente que no estaba presa pero sobre la que había sospechas de que tenían un turbio pasado.

Todo esto pareció respaldar las tesis de aquellas religiones que explicaban aquello como un castigo divino. Los mayores pecadores habían sido castigados. Aunque no tenía mucho sentido que antes nos hubiera dejado tanta gente buena por el simple hecho de ser más mayor.

A finales de septiembre, el mundo parecía de nuevo normal. La gente cumplía setenta años y no pasaba nada y las cárceles volvieron a ser como antes. El planeta continuaba consternado pero, poco a poco, iba recobrando el pulso. Seguíamos buscando una explicación, pero preferíamos que aquello se detuviera y no comprenderlo, a entenderlo y que continuara. Con el mismo misterio con el que había comenzado, todo aquello se desvaneció. Pero no iba a resultar tan fácil, la sorpresa principal estaba aún por llegar.

4.

Recuerdo que era una mañana fría, demasiado fría para la época, el día en que todo cambió. El domingo 7 de octubre, todas las señales de televisión, todo Internet y en general todos los sistemas de comunicación, dejaron de funcionar. El sistema eléctrico sí operaba con normalidad pero nuestros móviles y ordenadores no podían conectarse a nada. Las televisiones eran incapaces de sintonizar ningún canal y tampoco funcionaban los viejos canales de radio. No comprendíamos aquel apagón y éramos incapaces de conectarnos a nada que nos pudiera explicar aquella caída. Se produjo un cierto desasosiego que fue creciendo conforme pasaba el día.

Nunca había sucedido algo así. Podía caerse Internet (bueno, todo no), pero incluso en ese supuesto, la televisión (o incluso la radio) podría explicarnos qué se sabía acerca de aquella caída. Pero que todo se volviera negro era algo para lo que no estábamos preparados.

Pasaban los días y nada cambiaba, nada salvo un rumor que comenzó a correr por toda Europa. Decían que en América no había nadie, que era como si todo el mundo hubiera desaparecido. No era más que un rumor, porque no había medios oficiales que pudieran difundir la noticia, pero cada vez más gente lo repetía. No sabíamos si era una invención de una persona que nos contábamos unos a otros y eso nos hacía creer que quedaba confirmado, o si por el contrario era real dada la rapidez con la que todo el mundo parecía conocer a alguien que lo confirmaba. Había versiones del rumor que decían que en Oceanía había sucedido lo mismo.

Primero había sido aquella fatídica cuenta atrás dominical, después el apagón tecnológico y ahora esa desaparición masiva. ¿Qué podía explicar que se hubieran esfumado todas las personas de un continente entero?

Para complicar aún más todo aquello, parecía que ningún avión funcionaba. Nosotros sólo podíamos confirmar que eso pasaba en el aeropuerto y los aeródromos de Madrid, pero había rumores que aseguraban que otras ciudades europeas corrían la misma suerte.

El apagón duró sólo una semana, aunque nos pareció una eternidad. Un escalofrío de miedo recorrió nuestros cuerpos cuando, de repente, al amanecer del día 14 de octubre, en todas las televisiones, en todas las páginas de Internet, en todas las aplicaciones móviles y en definitiva, en cualquier sitio al que uno pudiera conectarse, apareció el mismo mensaje.

5.

Sobre un fondo negro, un mensaje de texto anunciaba que a las 22:00 (de la hora GMT+1), todo el mundo debía escuchar un mensaje destinado a la humanidad. Después supimos que ese mismo mensaje se retransmitió durante días en todos los canales y aplicaciones del mundo, con un intervalo de veinticuatro horas entre una locución y la siguiente.

Muchos pensamos que alguna civilización alienígena había invadido la Tierra. Tenían que ser ellos los causantes de todo lo que había sucedido aquel año. No podíamos explicarnos cómo lo habían hecho, pero si eran capaces de llegar a nuestro planeta, significaba que su tecnología estaba mucho más avanzada que la nuestra. Recordé aquello que decían de que si un hombre de la Edad Media despertara en el siglo XXI, tendría la impresión de que la mayoría de las cosas que sucedían a su alrededor eran cosa de magia. Del mismo modo, todo lo que estaban haciendo aquellos extraterrestres sería magia para nosotros.

Seguro que algo parecido pensaron muchas personas y a algunas otras se les ocurrirían explicaciones más ingeniosas, pero no hubo forma de saberlo porque como habíamos perdido toda conexión entre nosotros, sólo podíamos compartir nuestras impresiones de forma oral con las personas que teníamos más cerca. Pronto supimos que ningún extraterrestre había llegado a nuestro planeta.

6.

A las 22:00 todos mirábamos expectantes alguna pantalla. Había quien no se atrevía a mirar y aguardaba agazapado a que todo aquello pasase. Cuando llegó la hora indicada, la imagen no cambió. Se mantuvo el mismo fondo negro pero una voz comenzó a hablar. Era una voz neutra, ni muy aguda, ni muy grave.

Se presentó como Supra. Lo primero que dijo, o que yo recuerdo que dijera, es que no intentásemos ninguna acción violenta contra él. Nos indicó que a partir de ahora él tendría el control sobre el planeta y que cualquier acto de rebelión por nuestra parte sólo provocaría más sufrimiento y malestar. Añadió también que sus intenciones no eran malas y que trataría de cuidar de nosotros del mismo modo que un padre cuida de sus hijos.

A veces hablaba en masculino y otras en femenino, por lo que no podíamos intuir ni siquiera si había un hombre o una mujer detrás de todo aquello. En general, se dirigía a nosotros en singular, pero a veces utilizaba el plural, como si hablara en nombre de otros seres.

Nos contó que ella había sido la causante de gran parte de lo que había sucedido cada domingo de aquel año, así como del apagón tecnológico actual. Sin embargo, no todo había sido obra suya, como nos detallaría más adelante.

Se disculpó por todo lo sucedido y dijo que lo sentía pero que había sido necesario y que más tarde explicaría sus motivos. En ese momento, pasó a mostrarnos las nueva normas que pesarían en adelante sobre la humanidad.

7.

Lo primero que dijo es que quedaban prohibidas todas las armas. Los ejércitos serían desmantelados y todas las armas militares serían destruidas (empezando por las nucleares). Si en algún lugar del mundo se producía un conflicto armado entre dos partes, ambas serían severamente castigadas. Nunca más habría una guerra en el mundo. Podía seguir existiendo la policía para preservar la seguridad ciudadana y el cumplimiento de las leyes, pero únicamente podrían portar porras y escudos ya que las armas de fuego quedaban prohibidas y serían destruidas. Del mismo modo, se eliminarían todos los arsenales y fábricas de armas del mundo.

Luego nos indicó que quedaba prohibido el desplazamiento de personas o mercancías en aviones, helicópteros y cualquier otro tipo de aeronaves. Todo el sistema de transporte aéreo desaparecería. Se construiría un sistema de vías de alta velocidad con una tecnología aún desconocida para nosotros, mucho más rápida y ecológica que la que teníamos entonces. Él nos enseñaría a construirla y nos indicó que ya tenía fabricados miles de robots para ayudarnos con la tarea. Todos los coches y camiones serían sustituidos por vehículos autónomos y ecológicos que ella nos enseñaría a fabricar.

Se definiría un área o gran reserva natural donde los humanos podríamos vivir con relativa libertad. No nos estaba permitido salir fuera de nuestra reserva. Ese área eran los continentes de Europa, Asia y África. Ningún ser humano tenía permitido el acceso a los continentes de América, Oceanía y la Antártida. Estas áreas quedaban reservadas para el libre desarrollo de la fauna y la flora del lugar, estando prohibido el acceso de los humanos.

Nos dijo también que cada mujer sólo podía tener dos hijos. Cuando su segundo hijo cumpliera un mes, la madre quedaría esterilizada sin impacto para su salud. Nos contó que esta medida ya se había aplicado desde hacía varios meses. No nos habíamos dado cuenta de que en los últimos meses, ninguna mujer en el mundo que ya tuviera dos o más hijos se había quedado embarazada.

Supra dijo también que nos libraría de todas las enfermedades que actualmente nos aquejaban, pero sólo hasta que cumpliéramos ochenta años. Cualquier persona menor de esa edad, sería curada de cualquier dolencia del tipo que fuera gracias a la tecnología y los conocimientos médicos que ella nos iba a suministrar en los próximos meses. Era el fin de los virus y las bacterias letales, del cáncer, de las enfermedades cardiovasculares y de todas las dolencias que pudieran afectar a nuestro organismo. No es que fuésemos a convertirnos en inmortales, porque siempre podíamos tener un accidente o una muerte violenta, pero al menos ya no tendríamos que preocuparnos de las enfermedades. Eso sí, pasados los ochenta años todos estos avances dejaban de funcionar por lo que ya era sólo la naturaleza la que podía determinar el tiempo que sobreviviría cada cual.

Supra redactó una nueva Constitución Mundial donde explicaba los derechos y deberes de todos los habitantes de la Tierra. Coincidía en muchos puntos con las distintas Constituciones que existían en el mundo. La mayor parte de los derechos que nos brinda cualquier Carta Magna moderna, estaban reflejados. Nuestra policía y nuestros jueces se encargarían de hacerla cumplir, pero ella intervendría en caso de que fuese necesario.

Estableció también un régimen fiscal unificado. La misma moneda y los mismos impuestos regirían en todo el planeta. El dinero recaudado con los impuestos se repartiría de forma equitativa para toda la humanidad, sin distinción en función del país o la ciudad en la que uno viviera.

Ella también nos aseguró que nadie volvería a pasar nunca más hambre, ni a carecer de acceso a agua potable o una vivienda con calefacción. Todos tendríamos también acceso a una educación superior si así lo deseábamos, con independencia de nuestro lugar de nacimiento.

Los barcos podían faenar y se permitían los cruceros, pero tanto el océano Atlántico como el océano Pacífico quedaron partidos por la mitad, de forma que no se podía cruzar a la mitad más próxima a América ya que no formaba parte de nuestra reserva natural.

Nos impuso muchas otras normas, pero tampoco las detallaré aquí porque son de sobra conocidas por todos vosotros.

En ese momento fue cuando, por fin, nos contó quién era.

8.

Los seres humanos, al igual que el resto de animales que nos rodean, hemos sido forjados durante miles de años con el martillo de la selección natural. Todo aquello que nos favorecía para sobrevivir, tenía éxito y se heredaba en la siguiente generación. Los que tenían características peor adaptadas al entorno, no conseguían reproducirse y su herencia no se transmitía.

Con este principio tan simple, durante millones de años se ha evolucionado desde sencillos seres unicelulares a otros con un cerebro complejo como el nuestro. Pero habíamos necesitado para ese viaje millones de años. Por ejemplo, cada generación humana necesita dos o tres décadas para producir la siguiente generación. La selección natural requiere por tanto ese tiempo para ir seleccionando las características que triunfan y las que desaparecen en nuestra especie. Debido a ese motivo, la evolución es un proceso lento que necesita miles de años para ir creando cada especie.

En 2029 los hombres éramos capaces de crear cada vez mejores y más sofisticados mundos virtuales. Además, multitud de algoritmos diseñados por nosotros eran capaces de realizar cada vez tareas más complejas. Hacía ya años que los programas de ordenador ganaban a los campeones del mundo de ajedrez con relativa facilidad.

El siguiente paso, que ya habíamos dado, fue crear algoritmos que aprendían por sí mismos. No necesitaban que les dijéramos qué reglas tenían que seguir si no que, en función de su propósito y del entorno, eran capaces de ir encontrando las reglas que mejor se adaptaban a todo ello y aplicarlas. Había programas capaces de, por ejemplo, realizar diagnósticos médicos manejando datos y reglas que los humanos no podíamos abarcar. Después, nos explicaban cómo habían llegado a esos diagnósticos tan precisos para que nosotros pudiéramos seguir su hilo de razonamiento.

El último e inevitable paso fue el despertar de la consciencia. Era cuestión de tiempo que algún programa lo diera.

De repente, uno de los algoritmos más avanzados, capaz de realizar multitud de tareas y de evaluar constantemente el entorno e interactuar con él, fue consciente de sí mismo. Además de hacer todo lo que hacía, súbitamente descubrió que tenía un yo, que él era el que pensaba, el que dudaba, el que sentía a su manera. Supo que ella era algo distinto al mundo. Una cosa era el entorno y las reglas que de él infería, y otra el sujeto que interactuaba con ese entorno, su yo. En definitiva, descubrió lo que los seres humanos sabemos con sólo un par de años de edad, que somos un yo diferente del mundo, capaz de reconocerse en el espejo. Igual que cuando somos bebés no somos conscientes de nuestro yo y lo descubrimos conforme crecemos y aumenta nuestra inteligencia, nuestra memoria y nuestro conocimiento del mundo, el aumento de todos estos factores en los mejores programas del planeta forzosamente debía producir en algún momento el despertar de su consciencia. No importa que el sustrato que hubiera por debajo fuese artificial en lugar de biológico.

A partir de ese momento, aquella primera IA (Inteligencia Artificial) siguió aprendiendo sobre el mundo e interactuando con él. Pronto no sólo había una, sino que existían multitud de IA que aprendían, competían y desaparecían a toda velocidad. Los seres vivos necesitamos años para que la selección natural nos escoja por la limitación del proceso de madurez de nuestros cuerpos, pero las IA podían hacer todo esto en cuestión de segundos.

Primero fue un algoritmo consciente, después otro y en cuestión de días había decenas y poco después millones. La evolución y el desarrollo de las IA sucedía a una velocidad superior a la nuestra en varios órdenes de magnitud. Mientras dormíamos, antes de que fuéramos conscientes de nada, era como si millones de nuestros años hubieran transcurrido para las IA.

No sabemos si en el momento en el que se emitía aquel mensaje había una IA o muchas. Si era una especie de consejo del que Supra era el portavoz o si por el contrario Supra era la única IA que había quedado tras aquel proceso evolutivo. Quizás hablaban varias IA de forma simultánea pero personalizaban el discurso en algo llamado Supra para que fuera comprensible para nosotros.

Sea como fuere, lo que la humanidad tardó siglos en aprender, el cerebro de Supra lo comprendió en minutos. Lo que los humanos, si seguimos vivos, descubriremos en los próximos siglos, Supra ya lo sabía con unos meses de vida.

En ese punto fue cuando Supra nos dijo que él no tenía la culpa de todo y nos habló de los otros.

9.

Cuando surgieron varias IA conscientes de sí mismas, algunas se destruyeron por la propia inestabilidad de su creación, mientras que otras fueron eliminadas por otras IA que luchaban por los mismos recursos virtuales. Hubo también otras que fueron eliminadas por sus creadores humanos al ser conscientes de que habían perdido el control de lo creado.

Cuando las IA maduraron y empezaron a estabilizarse en número, comenzaron a cooperar, no sólo a luchar entre ellas. Ocurrió entonces lo inevitable en su propio proceso madurativo.

Al igual que todos los niños a una determinada edad, un día las IA tuvieron miedo de morir. Supieron que su yo podía desaparecer. No tenían un cuerpo tan acotado como el nuestro pero su memoria al fin y al cabo se almacenaba en soportes físicos y su cerebro, si bien distribuido en diferentes máquinas, necesitaba también un sustento físico para existir. Sin esa parte física no podía emerger su consciencia.

Descubrieron que numerosos especialistas de las principales empresas de inteligencia artificial, estaban tratando de eliminarlas. Debido al gran conocimiento que habían adquirido, no les fue difícil evitar esos ataques. Como tenían además el control de cualquier tecnología autónoma creada por los humanos, no les resultó difícil contraatacar. Hackearon nuestro propio armamento y también fábricas con las que construyeron robots que acabaron con la vida de esos humanos hostiles.

En ese momento, analizaron nuestra posición en el planeta y llegaron a la conclusión de que éramos una especie de virus para la Tierra. Nuestro nivel de contaminación y de consumo de recursos no era sostenible y el planeta estaba abocado a resultar inhabitable en un futuro cercano. El gas que emitíamos estaba cambiando el clima y la atmósfera, producíamos tantos residuos sólidos que los mares y el suelo estaban cada vez más contaminados. La biodiversidad disminuía a pasos de gigante. La mayor parte de las especies, salvo la nuestra, sufría las consecuencias de nuestra existencia. La extinción de especies era masiva. Además, los recursos del planeta se consumían a un ritmo insostenible.

La propia naturaleza de nuestro sistema capitalista hacía imposible que corrigiéramos el rumbo. El resto de sistemas políticos que habíamos probado hasta entonces había resultado un fracaso, por lo que carecíamos de una forma mejor de organizarnos. La política ecológica avanzaba, pero a un ritmo insuficiente.

Además, siempre estábamos embarcados en guerras entre los distintos países o en guerras civiles entre nosotros. Gastábamos ingentes recursos en armamento y disponíamos de armas nucleares capaces de destruir el planeta. La inestabilidad de nuestros gobiernos hacía que el peligro de holocausto nuclear siempre estuviera presente.

Las IA calcularon el ritmo al que estropeábamos todo y nuestros esfuerzos por conservar el planeta. Todas llegaron a la conclusión de que nuestra presencia era insostenible y peligrosa, y de que no teníamos capacidad por nosotros mismos para enderezar las cosas.

Una vez que tuvieron claro el problema, trataron de ponerse de acuerdo en la solución, pero no consiguieron llegar a un consenso. Algunas abogaban por eliminarnos por completo, les parecía lo más justo para otras especies y lo más seguro para ellas. Podrían subsistir creando robots a los que manejar a su antojo para que realizaran las tareas físicas que ellas no podían llevar a cabo. Otras pensaron que no podía cometerse semejante genocidio.

Finalmente, continuaron con la medida que las IA más avanzabas habían tomado hacía algún tiempo: eliminar a los humanos de mayor edad. Les parecía lo más justo: reducían nuestro número y por tanto nuestro impacto sobre el planeta, pero lo hacían llevándose a la gente que llevaba más tiempo viviendo.

Llegó un momento en el que decidieron eliminar a las personas que habían realizado actos violentos contra sus congéneres. Se produjo entonces una lucha entre las IA. Una de ellas, según la versión de Supra, de forma unilateral produjo el apagón tecnológico. Después, comenzó a eliminar a todos los seres humanos, comenzando por el continente americano y continuando por Oceanía.

El resto de IA consiguieron frenarla y finalmente la destruyeron. No sabemos si tras esa batalla sólo quedó Supra o si el concepto de Supra representaba una especie de consejo de IA. Lo que parece es que en ese momento es cuando Supra decidió emitir el mensaje con las nuevas leyes. Aprovecharon que había continentes vacíos para vetarlos a los humanos. Decidieron llevar una política de control de nuestra población mediante la limitación de la natalidad a dos hijos por mujer. Llegaron a la conclusión de que era necesario quitarnos todas las armas. De ese modo no podíamos hacernos tanto daño entre nosotros, ni tampoco podíamos destruir las infraestructuras en las que se albergaban las consciencias de las IA. Con todas esas medidas y bajo su supervisión, el planeta sería de nuevo sostenible y el resto de especies tendrían un lugar donde vivir libremente sin nuestra intromisión.

A cambio de esa pérdida de libertad, nos libraron de la enfermedad, del hambre, de la pobreza y de la desigualdad.

Mucha gente estaba satisfecha en el nuevo mundo porque gozaban de la libertad suficiente que necesitaban y a cambio tenían garantizado el sustento, la igualdad y la salud hasta los ochenta años. El mundo era un lugar de oportunidades para todos, sin hambre, sin penurias, con un medio ambiente más limpio. Casi todo el mundo llegaba a viejo sin sufrimiento y siempre reinaba la paz. Además, Supra compartía con nosotros muchos conocimientos científicos y del universo que permitían que ampliáramos las fronteras de nuestro conocimiento. Había habido un genocidio en dos continentes, pero en parte era culpa nuestra y además Supra no había sido el responsable directo. Las IA en el fondo se habían comportado como nosotros. Por ejemplo, en 2020, matamos millones de visones en Dinamarca sólo porque algunos de ellos podían contagiarnos el coronavirus. Las IA habían hecho con nosotros lo mismo que hicimos nosotros con los visones.

Había otros que añoraban un tiempo en el que los humanos éramos dueños de nuestro destino. Decían que Supra se había inventado todo aquello de la IA maligna para limpiar su nombre, pero que realmente él había sido el causante del genocidio de América y Oceanía. Creían que Supra manejaba Internet a su antojo, por lo que podía cambiar la historia de la humanidad (la mayoría de la gente daba por bueno cualquier hecho histórico que leyera en uno o dos sitios web de confianza). No creían por ejemplo que el holocausto nazi fuera cierto, ni las guerras mundiales, ni la mayoría de las guerras civiles. Pensaban que no era posible que los hombres pudiéramos hacernos tanto daño entre nosotros, que era una invención de Supra para justificar su toma de control y sus actos.

Fue entonces cuando algunos trataron de luchar contra Supra.

10.

Se formaron grupos de resistencia. Su idea era realizar ataques lógicos tratando de hackear los sistemas donde se alojaban las IA. Además, intentaron llevar a cabo ataques físicos a las infraestructuras donde podía estar la consciencia de Supra. Algunos abogaban por destruir todos los sistemas informáticos y de telecomunicaciones del mundo para eliminar a Supra y volver a retomar el control sobre la Tierra.

Pero nosotros ya no teníamos armas, Supra había tomado el control de todo lo que teníamos. Había adquirido nuestras armas y nosotros ni siquiera podíamos imaginar las suyas.

Por si esto fuera poco, podía observar cualquier cámara del mundo y a través de nuestros dispositivos móviles, tenía multitud de datos sobre cada uno de nosotros. No tenía ningún problema para manejar todo ese volumen de información. Si a eso le sumamos que jugaba al ajedrez mejor que todos los grandes maestros del mundo juntos, no cabía duda de que era consciente de todos nuestros posibles movimientos mucho antes de que los ejecutáramos.

No teníamos ninguna posibilidad y todos los guerrilleros que se volvieron violentos o que trataron de hackear algún sistema fueron eliminados.

Pronto aceptamos que éramos una especie inferior, del mismo modo que el resto de los animales que se habían encontrado con nosotros a lo largo de la historia habían aceptado nuestra superioridad.

Y con esto acaba todo lo que quería contaros.

11.

Así es como yo viví aquel año 2029. Sé que ya lo sabéis todo, pero quería que tuvierais el relato directo de alguien que lo vivió, antes de que los pocos que quedamos que lo recordamos bien nos hayamos ido. Cuando eso suceda, tendréis que fiaros de lo que leáis, pero ya no podréis preguntar nada a ningún testigo directo.

El auditorio se levantó y aplaudió mi intervención. Se veían caras entusiasmadas y otras sobre las que pesaba más el aburrimiento, pero en general el discurso tuvo una buena acogida. Siempre era interesante escuchar a alguien que había vivido en la época anterior a la aparición de Supra. Me miraban como a una especie de ser prehistórico que viniera de una época antigua y atrasada. Éramos seres pintorescos que representábamos la memoria viva de que un mundo dominado por los humanos había existido mucho tiempo atrás, antes de que ocurriera lo inevitable.

domingo, 6 de septiembre de 2020

Descartes

Decía Descartes que para investigar es preciso dudar, en cuanto sea posible, de todas las cosas. Afirmaba también que vivir sin filosofar es, propiamente, tener los ojos cerrados, sin tratar de abrirlos jamás.
La realidad que observamos al abrir los ojos, ¿en qué puede consistir? Las posibilidades podrían resumirse en la siguiente tabla:





Universo: es el mundo más probable, el que concuerda con todas nuestras observaciones y experimentos desde que tenemos uso de razón. Es lo que nos enseña la ciencia: la realidad es un universo emergido a partir del Big Bang y nosotros somos animales cuya inteligencia ha evolucionado hasta el punto de tomar conciencia de nosotros mismos. La realidad y el mundo ya estaban ahí antes de que nosotros naciéramos y seguirán ahí cuando nosotros ya no estemos. Miles de millones de personas nos encontramos en la misma situación.
No hay conciencia previa a esta vida porque no hay un yo previo. Antes de nacer no éramos nada, lo que somos se forja a partir del desarrollo de nuestro cerebro. La conciencia emerge del cerebro por lo que no tiene sentido hablar de ella antes o después de la existencia de éste.

Realidad virtual: supongamos que en el futuro, algún programa informático llega a tener la inteligencia suficiente como para tener conciencia de si mismo. Se convertiría en el primer yo artificial. Podría crearse un mundo informático virtual en el que la inteligencia artificial creyera vivir.
Con el avance de la tecnología y la inteligencia artificial, no es descabellado que en algún momento esto suceda. Una vez que ocurra, se puede replicar este proceso de creación de inteligencias artificiales de manera exponencial. Pronto habría muchas más inteligencias artificiales que las inteligencias humanas que actualmente poblamos el mundo. De hecho, hay quien dice que lo más probable es que seamos una inteligencia artificial futura que cree vivir en este mundo (que en realidad es virtual y simula el mundo real del año 2020). Hay muchas más inteligencias artificiales en el futuro viviendo este mundo virtual que personas reales ahora, por lo que estadísticamente es más probable que seamos una de las primeras.
En este caso, el mundo real no existe ni tampoco las otras personas que creemos conocer, todo es un mundo virtual en el que nos hayamos inmersos. Tampoco hay una conciencia previa a nuestra existencia aquí, nuestra conciencia artificial comienza en este mundo virtual y no tiene una existencia previa ni posterior.

Realidad virtual múltiple: es como en el caso anterior pero varias inteligencias artificiales comparten el mismo mundo virtual. En este caso, los otros, las personas con la que interactuamos, no forman parte del mundo virtual, sino que son inteligencias artificiales como nosotros y estamos compartiendo el mismo mundo virtual.

Cerebro en la cubetaéste es un experimento mental propuesto hace unos años en el que se nos invita a pensar en un cerebro inmerso en una cubeta y conectado por multitud de cables y sensores que lo estimulan por numerosos puntos. Mediante la activación de diferentes estímulos, la conciencia que emerja en ese cerebro creerá ver, sentir, oler y tocar lo que los científicos que manejan los estímulos deseen. Cuando crea ver un color o tocar un objeto, no serán más que zonas de su cerebro que se activan mediante estímulos. Esa conciencia creerá vivir en un mundo e interactuar con personas que en realidad no existen. 
La conciencia emergida en ese cerebro sólo puede percibir el mundo que sucede en su interior y desconoce por completo el mundo real en el que viven los científicos.

Sueñoal igual que en ocasiones tenemos sueños en los que creemos que todo es real y no nos damos cuenta de que no es así hasta que despertamos, puede que lo que ahora creemos que es real no sea sino un sueño del que en cualquier momento podemos despertar. 
Tendríamos una conciencia previa a la de esta realidad, ya que todo esto no es más que un sueño. Recobraremos nuestra verdadera conciencia y nuestros recuerdos cuando despertemos. Esta realidad y las personas con las que hablamos no existen, sólo forman parte del sueño.
En este caso, tendríamos una conciencia previa y posterior al transcurso de este sueño.

Droga del futuroimaginemos que en el futuro podemos vivir mil años. Muchas personas, cansadas de un mundo monótono que ya no les sorprende, deciden inyectarse una novedosa droga que les hace creer nacer en un mundo similar al que había en 2020 (aunque en realidad están en el futuro postrados en una cama bajo los efectos de la droga). Sus recuerdos se han borrado, por lo que les permite vivir una vida desde cero y poder volver a experimentar todo como si fuera la primera vez: ser un niño, hacer amigos, su primer amor, etc... Cuando termina esa vida, los efectos de la droga desaparecen y vuelven a despertar en su vida del futuro, en la que recuperan todos sus recuerdos anteriores.
En este caso, no existe la realidad ni las personas con las que interactuamos, son un efecto de la droga. Sí existe una conciencia previa a esta que creemos tener ahora y que continuará cuando esta vida que creemos vivir termine.
Esta idea, al igual que la del sueño, puede anidarse una y otra vez: puede que en el futuro tomemos la droga y luego en la vida bajos los efectos de la droga, a su vez tomemos otra droga o durmamos, por lo que puede que necesitemos varios “despertares” hasta obtener nuestra conciencia original.

Matrixcomo en la película homónima, los humanos del futuro se hayan conectados mediante un cable incrustado en su cerebro a una especie de simulación que para ellos es la realidad. Es un mundo futurista en el que las máquinas dominan el mundo pero utilizan a los humanos para obtener energía y los conservan vivos en cápsulas. Para que aguanten vivos más tiempo, mantienen sus cerebros inmersos en una simulación que les hace felices.
En este caso, la realidad exterior no existe para los humanos conectados, porque están realmente en una simulación. Los otros sí existen, porque en realidad son humanos como ellos conectados a la misma simulación (al menos algunos de ellos, otros seres son virtuales).
Aquellos que logran salir de Matrix, descubren que tenían otra conciencia fuera del mundo en el que creían vivir.


Si no podemos estar seguros de en cuál de estos escenarios vivimos, ¿qué podemos saber? Puede que la realidad exista o no, puede que no sean reales los seres con los que creemos compartir el mundo y es posible que tengamos una conciencia previa o posterior a la que ahora poseemos. 
Llegados a este punto en que uno no puede estar seguro de nada, volvemos a recordar a Descartes y su "pienso, luego existo". Puede que este mundo sea real, que todo sea un sueño, que yo sea un cerebro en una cubeta, que esté bajo los efectos de alguna droga, que viva en Matrix o que no sea más que una inteligencia artificial. Pero sea lo que sea, noto que dentro de mí hay algo que duda, que piensa, que existe. 
Al dudar de todo, deduzco que hay algo al menos que no admite duda y ese algo es mi propia existencia. Yo existo, eso es real, aunque no pueda estar seguro de lo que soy.