domingo, 22 de diciembre de 2013

El problema del mal


El problema del mal consiste en la incoherencia que supone la existencia del mal en el mundo (guerras, asesinatos, desastres naturales) con la creencia en un dios omnisciente (que todo lo sabe), omnipotente (capaz de hacer cualquier cosa) e infinitamente bueno y misericordioso. Porque si dios puede hacer cualquier cosa y sabe lo que ocurre en cada rincón del planeta, a menudo parece difícil explicar por qué no actúa.

Este problema se ha señalado desde el comienzo de las religiones monoteístas y muchos han sido los intentos por solventarlo. San Agustín fue el primero en plantear las principales líneas de defensa. Desde entonces, tres son las principales justificaciones de la existencia de mal en el mundo.

En primer lugar, se argumenta que el mal cometido por el hombre, como el asesinato, se debe a que dios creó al hombre y le dotó de libre albedrío, de modo que no tuvo más remedio que permitir que obrara el mal para que el bien fuera también fruto de una elección libre.

En segundo lugar, el mal provocado por desastres naturales se debe a que el mundo, para ser estable, tuvo que ser creado en base a unas leyes físicas que implican necesariamente que se pueda provocar un tsunami o un huracán.

Por último, tomando las ideas de Platón se puede decir que el mal no existe sino que únicamente es la ausencia del bien. Del mismo modo que la oscuridad es la ausencia de luz y el frío no es sino la falta de calor, sólo hay bien en el mundo y hay mal en la medida en la que nos alejamos del bien.

Este último argumento parece más bien un juego de palabras ya que por ejemplo la enfermedad puede ser la ausencia de salud, pero hay tantos modos de enfermar y el sufrimiento del enfermo es tan real, que en realidad parece más propio decir que la salud es la ausencia de enfermedad y no al revés.

El segundo argumento parece socavar un poco la omnipotencia de dios, ya que entonces no es posible hacer cualquier mundo, sino sólo una serie de mundos con ciertas características. En cualquier caso los milagros, que no es sino una excepción en las leyes del mundo, podrían suceder con más frecuencia y evitar desastres que van a llevarse por delante la vida de miles de inocentes.

Con el desarrollo de la ciencia moderna, hablar de mal, de bien y de sufrimiento cambia de perspectiva. El dolor no es inherente al mundo, sino a los seres dotados con sistemas nerviosos que les permitan sufrir. Cuando en la Tierra sólo había seres unicelulares o algas nadie sufría, no había dolor porque no había seres capaces de sentirlo. Con la evolución de las especies el dolor resultó útil para evitar que nos muerdan o nos hieran y asegurarse de que trataremos de evitarlo en sucesivas ocasiones. Pero el dolor no vino sólo, con él llegó el placer, que es la otra cara de la misma moneda. Cuando el hombre tomó consciencia de sí mismo nuevos dolores surgieron y también nuevos placeres.

Pese al problema del mal, es posible creer en la existencia de un dios creador, si bien con ciertos matices. El hombre no fue creado a partir del barro sino que ha llegado a ser lo que es a través de un lento proceso evolutivo. La creación no sería de la Tierra como tal, sino en todo caso de las leyes imperantes en el momento del Big Bang. Desde entonces la interacción de dios con el mundo sería al menos invisible para la inmensa mayoría de los seres humanos. Es posible que el mundo sea como es, con todo su mal, pero que de algún modo exista una realidad superior donde sí imperen esos atributos de bondad y misericordia. Este mundo podría pensarse como una pequeña parte de esa realidad superior. Dios podría tener motivos para apenas actuar sobre este mundo dado que nuestro sufrimiento es limitado en el tiempo ya que siempre termina con la muerte en un puñado de años.

Lo que es más complicado de entender es que ese mismo dios que es infinitamente bueno y justo permita la existencia de un infierno tras nuestra muerte. Eso significaría la aplicación voluntaria de un sufrimiento eterno. Muchos seres humanos entendemos que ningún pecado cometido en el mundo merece ese tipo de castigo, por lo que, ¿cómo es posible que algo que es más justo y misericordioso que nosotros pueda permitirlo?
Tampoco es lícito aquí argumentar que el infierno es cosa del demonio y no de dios, porque recordemos que lo habíamos definido como omnipotente y omnisciente (sabe lo que pasa allí y si quiere puede cambiarlo).

Parece que el problema del infierno sí es incompatible con los atributos de bondad, omnisciencia y omnipotencia. ¿Significa eso que queda demostrada la inexistencia de todo tipo de divinidad?

No necesariamente, es posible creer que de algún modo hay un plano espiritual más allá de lo que vemos y entendemos del mundo. Pero hay que reconocer que hay creencias contradictorias. Si el bien y la ayuda al prójimo son los grandes pilares de la vida espiritual y estos se sustentan sobre la base de un ser que vela por ello, no se sostiene la idea de castigos eternos de ultratumba.

Sin embargo, leyendo la Biblia (y otros muchos libros sagrados) se habla constantemente de éste y otros tipos de castigos, del eterno crujir de dientes, de masacres de inocentes cometidas teóricamente por dios.
También se habla por supuesto de la ayuda al prójimo y del amor incluso hacia el enemigo, en una época en la que aquellos mensajes rompían completamente con el esquema del pensamiento imperante.

En muchas ocasiones se dice que los libros sagrados han sido escritos por hombres que, aunque se hayan apoyado en las ideas de los profetas, han utilizado el lenguaje de la época para que llegara a sus contemporáneos, ideas que resultan brutales para los ojos del mundo actual.

Pero eso implica aceptar el relativismo a la hora de acercarse a los libros sagrados, es el lector el que ha de separar lo que es correcto y lo que es fruto de la época en la que fue escrito, si quiere poder seguir creyendo en los principales atributos de dios.

Es posible seguir creyendo en un dios con los atributos de omnipotencia, omnisciencia e infinita bondad, si aceptamos que apenas se inmiscuye en los asuntos de este mundo, que no hay castigos desproporcionados ni mucho menos eternos en un mundo más allá de éste, y si leemos los libros sagrados sabiendo que sólo algunas partes hablan de ese dios. Evidente parece también que una cosa es la divinidad en la que alguien pueda creer y otra los hombres y las instituciones que dicen representar a este dios en nuestro mundo. Y que estos últimos estarán cada vez más alejados de los hombres si visten y almacenan oro en lugar de donarlo al desfavorecido, si les importan más las restricciones de las libertades humanas que velar por el hambriento. Si consienten en su seno, basándose en dogmas con poco fundamento como el secreto de confesión, el mal absoluto como es el abuso de los más débiles e inocentes del mundo que son los niños.

Y como sucede con todo lo dogmático, la verdad de lo escrito en este artículo es relativa por lo que ha de ser pesada con la balanza del corazón del lector.

1 comentario:

  1. Buenas. Para mi los libros sagrados, los dogmas de las tres grandes religiones, creer algo solo porque tu religión lo asegura, creer saber lo que pasa después de la muerte, confundir religiosidad con moralidad son asuntos ridículamente alejados de la mas mínima sospecha de realidad, que se desmoronan por su propio peso, y que no superan el más mínimo esfuerzo por contrastarse.

    Según lo veo el mal es algo muy real, pero dentro del contexto que representa un objetivo. El mal sería lo contrario a conseguir el objetivo. ¿Cual es el objetivo de toda forma de vida, y de su realidad física?: perpetuarse. El mal para un ser vivo es la segunda ley de la termodinámica y las mil y una formas de atentar contra nuestra realidad física.

    El dolor (en todas sus formas) y el placer serían, entonces, mensajes subconscientes hacia el consciente para dejar claro que un evento representa un paso adelante hacia el objetivo o todo lo contrario. Evolutivamente habrían aparecido junto con la consciencia, al ser necesario informar a esta de lo que sucede por debajo de su ámbito de atención.

    Los macarras de la moral, por mi parte, no merecen ni un comentario despectivo. Son una lacra efecto secundario de nuestra superstición, eso que tanto debemos cuidar por que no prolifere, tal como hacía el principito con sus baobabs , - )

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