domingo, 15 de enero de 2012

La ecuanimidad

¿Eres ecuánime? Por desgracia, en el mundo occidental apenas conocemos el significado de esta palabra. Ecuanimidad es la imparcialidad de juicio, según la RAE. Esta acepción puede confundirse con la de justicia, pero no es lo mismo ser ecuánime que justo. Por ejemplo, imaginemos un juez que tiene que juzgar a dos acusados. Ambos han cometido el mismo delito: robar un televisor. Uno de ellos es un príncipe mientras que el otro es un mendigo que duerme en la calle. El juez dicta sentencia: pena de muerte para ambos acusados. El juez es injusto, ya que no parece proporcional matar a alguien por un delito tan leve. Sin embargo, este juez es ecuánime, puesto que ha dictado la misma sentencia con independencia del acusado, ha tratado igual al príncipe que al mendigo.

Ecuanimidad es tratar a todo el mundo por igual. Implica tratar a tu jefe con la misma amabilidad que al becario o al último empleado que acaba de entrar a la oficina. Significa mirar a los ojos del mismo modo al mendigo que a la estrella de fútbol de nuestro equipo favorito. Es comportarse igual con el presidente de nuestro país que con el primer señor que nos encontremos por la calle.

No es que no se pueda hacer distinción entre las personas: un hermano nunca será tratado igual que un desconocido. Pero a mismo grado de conocimiento personal, el trato debe ser idéntico independientemente de su posición social, su fama, su belleza o su popularidad.

Por desgracia, poca gente trata igual a sus superiores que a sus subordinados. Las formas, la amabilidad, el modo de escucharles y de hablarles suele ser bastante distinto. Allá donde haya una jerarquía, el trato varía en función de la posición que se ocupa en la misma. La ecuanimidad es por tanto un valor olvidado en occidente. Tal vez se deba a siglos de Edad Media, en la que se fomentaba la diferencia abismal que separaba las clases nobles, reales y eclesiásticas del pueblo llano, lo que no era sino una forma más de mantenerse en el poder de los primeros.

Las religiones cristiana y judía tampoco han ayudado nada en este punto. Si bien otros valores como la solidaridad y la ayuda al prójimo siempre han sido muy importantes, la ecuanimidad se ha pasado por alto. Dentro de la Iglesia, hay una clara jerarquía establecida y el trato es completamente diferente en función de la posición que se ocupa. A los feligreses, se les enseña a tratar de modo muy dispar al cura que al obispo, al Papa que al monaguillo.

Sin embargo, en el otro lado del mundo, esto no es así. En el budismo, por ejemplo, la ecuanimidad es uno de los valores más importantes para alcanzar la sabiduría y con ella la iluminación. Los tibetanos tratan de desarrollarla cada día y estiman sobremanera a quien la posee.  
Visto desde un punto de vista científico, la ecuanimidad parece ir en contra de la evolución. En cualquier grupo de primates hay una jerarquía establecida y el trato entre los individuos es completamente distinto en función de la posición que cada uno ocupa. Otros valores como la solidaridad sí parecen tener su base evolutiva, ya que el grupo se ve favorecido si todos se ayudan entre sí en los momentos difíciles. Pero la ecuanimidad no parece tan importante, ¿por qué hay que tratar a todos por igual? Parece lógico que los individuos “mejores” (más fuertes, listos o hermosos) tengan un trato preferente para así perpetuar esos valores en la siguiente generación.

Quizás por eso la ecuanimidad debería ser un valor al menos tan importante como el resto, porque no está tan metido en nuestros genes y por lo tanto es más “humano”, nace de nuestra voluntad, de nuestro deseo de un mundo diferente al que nos dictan los genes y la jerarquizada sociedad en la que vivimos. Crearía un planeta menos clasista y más humano y, aunque no nos iluminara, seguro que a cada uno de nosotros nos ayudaría a aumentar la sabiduría con la que vemos este mundo en el que nos ha tocado nacer.

miércoles, 28 de diciembre de 2011

Viajar al pasado

Es un tema presente en el imaginario humano desde tiempos remotos y que ha sido plasmado en libros y películas en numerosas ocasiones. Puede que sea por el deseo de poder ir hacia atrás para cambiar algo que nos gustaría modificar, o quizás por la excitación de ser capaces de ver un mundo tan diferente al nuestro.

Suponiendo que hay alguna forma de llevarlo a cabo (cosa que la ciencia actual no descarta), se presentan una serie de inconvenientes. En primer lugar, está la cuestión de cómo los cambios en el pasado afectan al tiempo presente. Por poner un ejemplo ya utilizado en el cine, imaginemos un viajero que decide viajar al pasado y, antes de que nosotros hayamos nacido, disparar a nuestro padre. ¿Deberíamos seguir existiendo en el presente?
Se plantean tres posibilidades:

  1. Los cambios en el pasado modifican inmediatamente el presente. En este caso, al matar el viajero a nuestro padre deberíamos desaparecer instantáneamente. Pero imaginemos que tenemos un hermano mayor que en el momento en el que el viajero temporal da muerte a nuestro padre, ya ha nacido, y que además nuestra madre tiene posteriormente otros hijos de un nuevo matrimonio. En ese caso, deberían aparecer en el presente de manera inmediata esas nuevas personas que nunca nacieron pero que con los cambios del viajero en el tiempo acaban de ser creados. Pero no sólo eso, del cerebro de mi hermano mayor deberían borrarse los recuerdos que tiene de mí (puesto que yo nunca he nacido) y aparecerían instantáneamente nuevos recuerdos de la infancia de sus nuevos hermanos nacidos del otro matrimonio de nuestra madre.
Por otro lado, si dentro de unos años un segundo viajero temporal decidiera ir al pasado y matar al primer viajero antes de que éste inicie su viaje, yo debería de nuevo aparecer y tendrían que desaparecer aquellos que nunca habían existido y el cerebro de mi hermano mayor volvería a reconfigurarse.
Es decir, tanto las personas como sus cerebros se verían constantemente modificadas con las acciones de los viajeros en el tiempo. El presente y el pasado se estarían continuamente reescribiendo, pero eso choca con la idea que tenemos del tiempo puesto que se supone que es sólo el futuro lo que está por escribir mientras que el pasado es inamovible. ¿Qué sentido tiene hablar de pasado si es algo que puede estar por venir, si no hay más que viajar en el tiempo para que el pasado se convierta en futuro? Sólo habría presente y futuro. El tiempo perdería su concepción lineal y su coherencia. Habría que tirar los libros de historia, ¿para qué estudiar algo que se está modificando día a día?
  1. Los cambios en el pasado crean universos paralelos con las nuevas realidades. En este caso, lo que ocurriría es que al matar el viajero temporal a nuestro padre se crearían dos realidades, una que es la que estoy yo viviendo en un presente en el que yo existo, y otra que es la modificada por el viajero temporal en la que yo no existo pero sí mis nuevos “hermanos”. Para mí no habría problema, pero mi hermano mayor, ¿cómo podría estar viviendo en dos realidades simultáneamente? Si se pusiera de moda el turismo temporal y empezase a practicarse por millones de personas, ¿significaría eso la creación de millones de realidades? ¿Tendría la gente que vivir en millones de universos simultáneamente?
El universo fue creado hace miles de millones de años. De repente, en un pequeño planeta, unos diminutos seres comienzan a viajar en el tiempo. ¿Tiene sentido que sus viajes provoquen nuevos universos para dar coherencia a sus vidas? Imaginemos que es una civilización alienígena la que mañana aprende a viajar en el tiempo en un remoto lugar de galaxia, ¿hay que crear nuevos universos por cada viaje temporal que hagan esas criaturas?
  1. Los cambios en el pasado no tienen influencia alguna sobre lo que consideramos presente. En este caso, mi vida actual no se altera por los cambios que el viajero realice en el pasado, ni tampoco se crea un universo alternativo. Simplemente se ha modificado el pasado, pero el presente no se ve afectado.
Pero en ese supuesto, se perdería la idea de causalidad. Todo en el universo tiene una causa y un efecto. Yo estoy aquí por mis padres, una piedra cae porque alguien la ha tirado y la gente muere porque un día nació. Pero si se pueden realizar cambios en el pasado y éstos no afectan al presente, empezarían a desaparecer las causas de los efectos que observamos. Yo estaría aquí sin haber tenido padres, me podría caer una piedra que nada ni nadie nunca levantó del suelo y podría morir sin haber nacido jamás.

Pero quizás lo más extraño de un viaje al pasado, independientemente de las tres posibilidades antes expuestas, sería la aparición de un “yo robótico”. Hace diez años a estas horas yo viajaba en un autobús rumbo a la universidad. En ese viaje no hablé con nadie, me limité a leer un libro durante todo el camino. Si un viajero temporal viaja esos diez años exactos, coge el mismo autobús y se pone a hablar conmigo, ¿qué le contestaré? Mi conciencia está en este yo presente en el 2011. ¿Quién decide las respuestas de ese yo que dejé en el 2001? ¿Quién controla sus reacciones? Es como si dejáramos robots cada segundo dispuestos a interactuar con un hipotético viajero temporal.
Esta conciencia de nosotros mismos que muchos creemos que produce una libertad de actuación, o al menos un freno o un cierto control sobre las acciones de mi cerebro, sólo puede existir en un instante, en un presente, en una realidad, en un universo. El resto de “yos” no son sino robots sin conciencia que hemos abandonado en otro momento temporal. No se puede decir que seamos nosotros en ese instante, puesto que hemos perdido su control.

Parece que se mire por donde se mire, es poco probable que seamos capaces de dar coherencia a los viajes al pasado. Quizá sea un límite que nuestro cerebro no pueda cruzar, bien porque no alcanzamos la respuesta correcta o porque no llegamos a plantear bien las preguntas.

martes, 6 de diciembre de 2011

La tela de araña

Nadie puede leer el blog de su bisabuelo. ¿Significa eso que todas sus ideas, que su forma de ver el mundo se ha perdido para nosotros en tan sólo tres generaciones? ¿Queda alguna huella de su paso por el mundo?

Hace muchos siglos un azteca pasaba la noche en vela preguntándose si era conveniente para su hijo convertirse en el chamán de la tribu. ¿Qué importancia tuvo aquella decisión si hace cientos de años que ambos no existen? Anoche muchos hombres dieron vueltas en la cama preocupados por temas que resultarán insignificantes para aquellos que nos contemplen dentro de miles de años. La vida es unas pocas décadas en medio de una eternidad.
La mítica frase de uno de los personajes de Blade Runner resume esta sensación: “Yo he visto cosas que vosotros no creeríais. Atacar naves en llamas más allá de Orión. He visto rayos C brillar en la oscuridad cerca de la Puerta de Tannhäuser. Todos esos momentos se perderán en el tiempo como lágrimas en la lluvia. Es hora de morir.”

Pero nuestra vida, por breve que sea, nunca se pierde como lágrimas en la lluvia. Cada ser humano que vemos, oímos o leemos, directa o indirectamente, tiene una influencia sobre nosotros. Si agredimos violentamente a alguien o si ayudamos a comer a quien está hambriento, el transcurrir de sus vidas se verá sensiblemente modificado por nuestra acción. Incluso el asceta que se retira a la cima de una montaña y no interactúa con nadie, influye sobre nosotros ya que la sola idea contada puede hacernos variar, aunque sea levemente, alguna de las decisiones que tomamos. Todos estamos enlazados por una especie de tela de araña invisible que representa la influencia que ejercemos los unos sobre los otros.
En el ejemplo anterior, el hilo que nos une con la persona agredida o alimentada será muy fuerte. Pero ellos a su vez tendrán hilos de unión sobre otros seres humanos, luego al influir nosotros sobre los primeros, de alguna manera les hacemos cambiar y esto influirá a su vez sobre los segundos. Directa o indirectamente, existe una relación que nos une a todos los seres humanos.

Este hilo es también muy grueso con nuestros padres, hermanos e hijos. Pero nuestros padres a su vez mantienen un hilo con sus propios padres y así sucesivamente, por lo que estamos unidos indirectamente con todos nuestros antepasados. Pero como éstos a su vez estaban enlazados con todos sus contemporáneos, toda la humanidad se encuentra unida con todas las humanidades pasadas: la tela de araña se extiende hacia el pasado.

Así que aquel azteca que un día no durmió, está unido a nosotros a través de decenas de generaciones, aunque sea de manera muy leve e indirecta. Lo que él hizo influyó en sus hijos y en sus contemporáneos, que a su vez inspiró las acciones de los hijos de éstos, por lo que el hilo de la decisión tomada aquella noche de algún modo llega hasta nosotros.

Del mismo modo, un grueso hilo nos une a nuestros hijos. Aunque no tengamos descendientes, influimos sobre gente que sí los tiene así que de un modo u otro estamos interviniendo en las decisiones que tomarán las futuras generaciones.

Los recuerdos no se pierden como lágrimas en la lluvia, sobreviven en la enorme tela de araña que une el pasado con el futuro. Cada hombre teje una parte. De nosotros depende qué pequeña huella queremos dejar en el mundo. La suma del trozo de tela que entre todos creamos determina el devenir de la humanidad. Nuestro pequeño retal permanece eterno e inmortal.

Tenemos que decidir si queremos ayudar a construir un mundo mejor, si deseamos intentar dejar un mundo del que podamos sentirnos orgullosos o si por el contrario preferimos tratar de romper toda la tela y estropear un tejido que data de millones de años. También podemos quedarnos parados y no hacer nada, tejer lo menos posible y dejar que sean otros los que diseñen el mundo que heredarán nuestros hijos.

Escribir un blog (o cualquier otra cosa) es una forma más de lanzar un fino hilo no sólo a quien pueda leerte en este mundo, sino a tus bisnietos o a sus contemporáneos (si la fortuna quiere que tus palabras no hayan ya desparecido de un modo u otro). Tu relación con ellos no precisa que dejes un testimonio escrito, pero es un modo más de trazar un pequeño trozo de tela que te enlace con ellos.
Así un día otros podrán echar un vistazo al blog de su bisabuelo.

sábado, 19 de noviembre de 2011

Desear que el tiempo pase

Cada vez que deseas que el tiempo pase es como anhelar estar muerto durante ese tiempo.
Consideramos que es una suerte que la semana transcurra rápidamente para que llegue el fin de semana o el festivo de turno. Expresiones del tipo “qué larga se me está haciendo la semana” son una forma de decir que por más que quieres que se acelere, el tiempo pasa lentamente. Pero el tiempo es lo único que tenemos y es tan escaso que seguramente un día echaremos de menos todas esas semanas que ahora deseamos que pasen.

El estudiante anhela el viernes por la noche; el trabajador, el descanso del fin de semana. La enamorada la vuelta de su amado; el futbolista, el partido del domingo. El rico, el cobro de sus intereses; el hambriento, la hora de comer. La madre, que su bebé crezca y deje de llorar, aunque luego le tocará llorar a ella el día que el bebé sea mayor y se haya ido. 
Al final sólo vivimos un puñado de horas que son las únicas a las que hemos prestado atención.

Cuenta una leyenda que un día llegó un viajero a un lejano lugar y se encontró un cementerio. Entró en él y comenzó a observar las lápidas. En ellas estaban inscritos los nombres de los difuntos con la edad que tenían al morir, como es costumbre en tantos lugares del mundo. Pero lo que le llamó la atención fue que todos eran niños, ninguno tenía más de seis o siete años al morir. Salió del cementerio y cuando por fin encontró a alguien con quien hablar le preguntó por aquel misterio. Resultó que los muertos no eran niños, sino que en las lápidas los habitantes de aquel lugar ponían el tiempo que realmente había vivido la gente, el tiempo que vivieron con ilusión, el tiempo que realmente disfrutaron de vivir sin desear que las horas pasaran.

Sólo el condenado a muerte, o el que se va a someter a una delicada operación saborea cada hora de vida, degusta cada minuto. ¿Por qué no valoramos la vida hasta que no la vemos peligrar en el horizonte? ¿Por qué deseamos que pase cuando está en su plenitud?
Tal vez no nos guste nuestro trabajo o lo que estudiamos o cómo vivimos. Pero entonces podemos hacer dos cosas: tratar de cambiarlo o aceptarlo como es e intentar disfrutarlo, saborearlo, exprimir cada día.
Quizás no necesites seguir el ritmo de vida que te has impuesto. Como dice uno de los personajes de la película “El club de la lucha”: tenemos trabajos que odiamos para comprar cosas que no necesitamos. Así que puede que la solución sea replantearse el modo de vida que llevamos y hasta qué punto nuestras necesidades son tales.

Pero si nuestra vida no permite muchas más salidas también podemos aplicar la filosofía presente por ejemplo en el libro “Fish”, que narra la felicidad que emana de los trabajadores de una pescadería. Cuando se les pregunta por su secreto la respuesta es simple: independientemente de su actitud van a pasar las próximas ocho horas del día vendiendo pescado en la tienda. Lo que pueden elegir es cómo hacerlo, si con tristeza, resignación y malas caras o contentos y tratando de alegrar y compartir el día con sus compañeros de trabajo y los clientes.

Las cosas no son como nos dijeron que serían cuando éramos niños, ni como nos merecemos. No son como nuestros padres creyeron que serían, ni como nos lo contaron en las películas. Las cosas son como son y de nosotros depende decidir si queremos o no tratar de cambiarlas. Pero si estimamos que esto no es posible o que los posibles cambios no serán mejores, tratemos de disfrutarlas como son en lugar de vivir en la nostalgia y la queja, saboreando todas y cada una de las horas que tenemos los ojos abiertos, para que algún día cuando alguien mire nuestra lápida no piense que morimos siendo niños.

domingo, 9 de octubre de 2011

La deuda

Esta es la historia de un chaval llamado España, que vivía en un barrio cuyo nombre era Democracia. Como todos los chicos de su barrio, no pensaba en el futuro. Para él, el futuro eran siempre los próximos cuatro años, más allá es como si el tiempo no existiera, como si lo que ocurriera transcurrido ese intervalo no tuviera nada que ver con él. Cuando pasaban los cuatro años, de repente sólo pensaba en los siguientes cuatro, y de nuevo el futuro más allá no existía. Esta miopía previsora era un mal común del que padecían todos los chicos del barrio.

Por la avenida principal, a menudo tronaba el descapotable del tipo rico de la ciudad: Estados Unidos. Le encantaba darse vueltas para dejarse ver y demostrar cuánto dinero tenía, dejando una estela de humo y ruido a su paso. A menudo trataba de imponer su ley en la calle, ya que era el tipo más fuerte del lugar, y no dudaba en amenazar e incluso agredir a aquel que no pensaba como él.

En la plaza principal del barrio siempre estaban sentadas las tres vecinas más cotillas del lugar, que no perdían detalle de todo lo que decían o hacían los chicos del barrio. Presumían de conocer en qué gastaba hasta el último céntimo cada uno de los chavales. Se llamaban Moody’s, Fitch y S&P. Las tres vivían en la mansión de Estados Unidos.

Cada chico ganaba el dinero que podía y se lo gastaba en lo que le parecía, pero había un lugar llamado el Mercado donde todos podían ir cuando necesitan algo de dinerillo extra.

España fue uno de los últimos en llegar a vivir a Democracia. No ganaba demasiado pero tampoco tenía muchos gastos, vivía humildemente con lo que podía y se metía en sus propios asuntos. Había pasado tiempos difíciles y el hecho de vivir en ese barrio ya era para él un gran triunfo.
Pronto se hizo amigo de sus vecinos y vio que todos ellos tenían más cosas que él. ¿De dónde sacaban el dinero para todas esas cosas? Un día decidió preguntarles y descubrió su secreto: todos los meses iban al Mercado y pedían un poco de dinero extra. Era fácil, nadie hacía preguntas. Te daban el dinero y tú a cambio te comprometías a devolverlo con intereses. España no sabía quienes eran aquellos tipos ni cómo se las gastaban, pero como vio que la mayoría del dinero sería devuelto después de los próximos 4 años, y para él el tiempo más allá de esa fecha carecía de importancia, decidió hacer como todos los demás y se aficionó a ir al Mercado todos los meses a por algo de dinero.
Cuando venían malos tiempos y en el trabajo le pagaban algo menos, o si tenía algún gasto extra que deseaba afrontar, ese mes pedía un poco más de dinero y asunto zanjado.
Poco a poco se fue dando cuenta de que cada vez destinaba más parte de su sueldo a pagar los intereses de todo el dinero que había pedido en el Mercado, pero de momento la cosa no era grave, siempre podía pedir un poco más y en los próximos 4 años no vislumbraba ningún obstáculo insalvable.

Pasaron los años plácidamente hasta que un buen día algo ocurrió. Estados Unidos había estado estafando a otros chicos vendiéndoles cheques en los que ponía “Hipotecas subprime” y que aseguraba que eran muy valiosos y se los dejaba muy baratos, pero luego resultó que no tenían ningún valor. Además, algunos chicos del edificio de Europa, entre los que se encontraba España, llevaban demasiados años pidiendo dinero y viviendo por encima de sus posibilidades.
Como vinieron malos tiempos todos los chicos fueron al Mercado a pedir algo más de dinero para afrontarlos, como habían hecho siempre. Pero los tipos del Mercado empezaron también a temer que llegara un día en que los vecinos dejaran de pagar sus deudas, así que continuaron prestando el dinero pero cada vez más y más caro.

España estaba preocupado por lo que le había pasado a uno de sus vecinos, un chaval más pequeño que él llamado Grecia. Un buen día dejaron de confiar en que pudiera devolver todo lo que le habían prestado. Los tipos del Mercado, temerosos de perder su dinero, preguntaron a quienes, según ellos, más sabían de la gente del barrio, que eran las tres vecinas cotillas (Moody’s, Fitch y S&P). Las vecinas dijeron que no sería capaz de pagar todo lo que debía y los tipos del Mercado decidieron dejar de darle dinero. Grecia empezó a tener problemas para pagar las letras y llegar a fin de mes, su situación se hacía insostenible. Sus vecinos mayores, con los que tantas cosas había compartido, con Alemania y Francia a la cabeza, decidieron prestarle dinero, darle algo para ir tirando. Pero a cambio y para que su bancarrota no les arrastrase a ellos, le obligaron a vivir de otra manera: ya no se podría endeudar más y tenía que hacer exactamente lo que ellos le dijeran para conseguirlo. ¿Y qué era eso que tenía que hacer? Pues lo que fuera necesario para conseguir calmar a los tipos del Mercado (y de paso a las tres cotillas) y así nadie dudara de que podía afrontar sus deudas.

Así que Grecia dejó de ser libre, a partir de ahora tenía que comportarse como querían sus vecinos mayores, que además era como deseaban los tipos del Mercado y las vecinas cotillas. Ojalá nunca hubiera ido al Mercado a pedir dinero. Pero ya era tarde, nunca había pensado que éste día llegaría porque estaba más allá de los 4 años que él podía ver.
El problema era que al no poder pedir dinero era totalmente incapaz de llegar a fin de mes, las deudas le comían y no podía afrontar los recibos. Pero si caía en bancarrota entonces perdería su trabajo y su sueldo y todo aquello por lo que siempre había luchado.

Grecia no era el único en esa situación. Irlanda y el vecino de España, Portugal, estaban empezando a pasar por una situación similar. Incluso él mismo y un vecino mayor qué el, Italia, empezaban a estar en el punto de mira.
Él lo notaba. La gente hablaba por la calle. En el Mercado cada vez le pedían más intereses por prestarle dinero. Estaba asustado. La gente decía que un chaval más pequeño podría ser ayudado por los chicos más mayores, pero que él ya era lo suficientemente grande como para tener que cuidarse por si sólo, que nadie le podría ayudar.

Las tres cotillas no paraban de inventar cosas sobre él para que pareciera que se encontraba en problemas. ¿Por qué los tipos del Mercado les hacían caso? Cuando Estados Unidos estafó al resto de chicos con los papeles en los que ponía “Hipotecas subprime”, las cotillas dijeron que esos papeles eran muy valiosos. Luego se descubrió que no era así, que ellas habían mentido o al menos sabían tan poco como el resto de la gente. Además, como vivían en la mansión de Estados Unidos siempre hablaban muy bien de él y los tipos del Mercado confiaban a ciegas en él, ¿no era evidente que no podían ser objetivas? Todo el mundo sabía que Estados Unidos era el que más dinero pedía en el Mercado, pero debido a su tamaño y a estas mujeres nadie se atrevía a dudar de su solvencia.

Entre unos y otros hacían la vida de España imposible. Si nunca hubiera pedido dinero, podría haber ido viviendo con su sueldo y ahora sería un tipo feliz, sin importarle lo que dijeran los demás porque no tendría que pedirle nada a nadie. Sería libre, podría tomar sus propias decisiones y hacer con su sueldo lo que estimara oportuno. Ahora su única opción era saldar su deuda, cosa a día de hoy imposible, pero al menos debería esforzarse en no ir al Mercado a pedir más dinero extra, y a devolver cada año un poco del dinero que debía y así, si tenía suerte y conseguía que las cotillas y los tipos del Mercado no le asfixiaran, un día podría devolver todo lo que había pedido en estos años y ser por fin libre.

Pero España no podía darse cuenta de todo eso, porque recordemos que sólo podía pensar en un plazo de 4 años, así que sólo se preocupaba de ver cómo podría sobrevivir los próximos 4 años y luego, pues ya vería. Aunque tal vez luego, ya fuera demasiado tarde.

sábado, 10 de septiembre de 2011

El amor

En estos días, previos al décimo aniversario del tristemente famoso 11-S, la televisión no para de emitir una y otra vez las imágenes de aquella tragedia. Lo cierto es que dichas imágenes me parecen más espantosas ahora que cuando las vi por primera vez, quizás porque soy algo más viejo y empatizo más con toda la gente a la que le tocó sufrir aquello.
Pero lo que más triste me ha resultado de todo no son las imágenes sino los sonidos. Todas esas últimas llamadas de gente que sabía que iba a morir y cogía un teléfono para despedirse de sus seres queridos.
Todas ellas tenían un denominador común: eran mensajes de amor. Todo el mundo llama para decir lo que quiere al interlocutor. Son palabras que quizás no pronuncie nunca, sentimientos que tal vez jamás analice, pero que en el momento en que ve que todo se acaba se da cuenta de que es lo más importante de su vida.
Podrían aflorar sentimientos de ira u odio hacia otras personas, pero aparte del paralizante miedo de ver a la muerte a tu lado, el sentimiento que queda es siempre el amor.

Desde que nacemos vamos cubriendo nuestro corazón de capas: la competitividad, la ambición, el egoísmo, los deseos de riqueza y poder, las necesidades inventadas. Llega un momento en que todas esas capas pesan tanto que olvidamos qué era lo realmente importante en la vida: escuchar a nuestro corazón. Ya no se le oye, su apagada voz se ahoga en el ruido de los deseos diarios.

Pero llega un momento en que se acaba la partida y, si tenemos tiempo para pensar en ello, descubrimos lo inútiles que eran todas esas capas, el tiempo que hemos malgastado en recorrer caminos equivocados, la voz por la que siempre tuvimos que haber luchado, para que no se apagara, y que siempre estuvo ahí recordándonos lo importante.
Ojalá pudiéramos oírla antes de que sea la muerte la que tenga que venir a desnudarnos y enseñarnos cuál era la única lección que teníamos que aprender.

sábado, 16 de julio de 2011

Si fuéramos nazis

En La lista de Schindler (Steven Spielberg, 1993) el oficial de las SS Amond Leopold Goeth (Ralph Fiennes) le dice a Oskar Schindler (Liam Neeson) que si no hubiera guerra ambos serían personas normales.
Han tomado caminos opuestos con respecto al mundo que les ha tocado vivir. Amond ha aprendido que en esa situación acabar con vidas humanas le ayudará a obtener más riqueza y poder, y lo hace. Oskar, al contrario, llega a arriesgar su propia vida para salvar la de otros. Entre ambos extremos, millones de personas que simplemente se dejan llevar.
Pero Amond tiene razón, si hubieran nacido en otro momento y en otro lugar ambos serían personas normales. Amond no sería un asesino porque eso le acarrearía problemas en lugar de beneficios. Puede que incluso cayera bien a la gente y fuera considerado una buena persona.

Podemos dar la vuelta al problema y pensar, en lugar de qué serían ellos si hubieran nacido en otro sitio, qué seríamos nosotros si nos hubiera tocado vivir en la Alemania nazi de 1940. ¿Hubiéramos luchado contra el sistema, nos habríamos dejado llevar o seríamos capaces incluso de hacer lo posible por prosperar en esa sociedad?
Todos nos identificamos rápidamente con Oskar Schindler y odiamos profundamente a tipos como Amond, pero si existieron tantos como él es porque hay muchos potenciales oficiales de las SS en cualquier sociedad.
No podemos saber cómo habríamos sido pero sí podemos pensar cómo somos en el mundo que nos ha tocado vivir. ¿Hacemos algo por cambiarlo, nos dejamos llevar o aprovechamos todo lo que está en nuestra mano (y es aceptado por la sociedad y legal) para ir adquiriendo riquezas y poder?
Ante una injusticia, ¿defendemos rápidamente al débil, dejamos las cosas correr o nos preocupamos de que la próxima vez seamos nosotros los favorecidos por dichas injusticias?
¿Tratamos de ayudar a los pobres, a la gente del tercer mundo, a los que están solos o por el contrario pensamos que la vida es dura y que cada cuál se las apañe como pueda que nosotros ya tenemos bastante con preocuparnos de nosotros mismos?
¿Aprendemos las reglas del juego y tratamos de ganar o por el contrario nos esforzamos por cambiar las reglas que nos parecen injustas?

¿Pensamos que los inmigrantes tienen los mismos derechos laborales, sanitarios y educativos que nosotros o que de algún modo merecen menos? ¿Y las mujeres, o los que no profesan nuestra religión? ¿Miramos a un musulmán igual que a un cristiano? Si no es así, ¿cómo íbamos a ser capaces de esconder judíos en nuestra casa si encima eso podría costarnos nuestra propia vida? ¿No sería más fácil dejarlos que se apañaran como pudieran o incluso denunciar a otros para ganarnos algún tipo de favor?

Todos tenemos más de Amond de lo que creemos y menos de Schidler de los que nos gustaría. Schindler decía que la guerra saca a la luz lo peor de cada persona.
Tendríamos que intentar que la paz sacara a la luz lo mejor de cada uno de nosotros.